Tijeras en el cine
Durante las Navidades de 1947, en la Gran Vía, que entonces se llamaba Avenida de José Antonio, había más estrellas que en el cielo. Charles Chaplin, Katherine Hepburn, Laurel y Hardy, Claudette Colbert o Rita Hayworth engatusaban a los azotacalles muertos de frío, que pagaban gustosos las tres o cuatro pesetas que costaba el calor de los sueños. En los cines de sesión continua, el humo de los cigarrillos tallaba un banco de niebla sobre la pantalla, así que, cuando jugueteando con su guante, cantaba en play-back Échale la culpa a Mame, uno no sabía si el striptease de la estrella lo habían burlado los censores o el monóxido de carbono de la picadura de tabaco.
El guante de Gilda, ¡qué escándalo! Nunca hubo una mujer como ella, proclamaban los carteles, pero los españoles se quedaron con las ganas de “probarla” con los ojos por culpa de la censura… ¿O no? Pues no. El rumor de que la tijera había frustrado el desnudo integral de Margarita Carmen Cansino, Rita Hayworth, era falso, pero sirvió para alimentar los anhelos eróticos de toda una generación. ¿Qué sabía el público entonces? La ingenuidad le hacía creer que en EE.UU. se podía rodar un striptease sin consecuencias, como si allí no cargaran también con lo suyo –el famoso código Hays. De ahí las caras largas en el vestíbulo o el mosqueo en los bares.
La censura era terrible, pero en algunos casos, hay que reconocerlo, resultaba encantadora. Uno puede entender, dadas las circunstancias, que Humphrey Bogart, a la izquierda, no luchara en a favor de la República –he ahí las servidumbres del doblaje manipulado–; pero que prefirieran un incesto a un adulterio, como sucedió con (1953), a la derecha, roza la caricatura. No la roza: es un monumento a la caricatura.