Historia de Iberia Vieja

El de Cuba no fue solo el primer ferrocarri­l español, sino también el primero que se veía en Iberoaméri­ca

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a aquellos soñadores y, hoy, con las mejoras y cambios lógicos, ese camino de hierro sigue ahí, cumpliendo su función y contribuye­ndo al progreso económico catalán y español. A este ferrocarri­l le siguieron en muy poco tiempo otros como el del Madrid-Aranjuez, de 1851, o el de Langreo a Gijón, de 1852. LA HABANA-GÜINES Volvamos al mencionado caso cubano. Como se ha comentado, Cuba era por entonces parte de España, y nadie dudaba de ello, de hecho y a pesar de las guerras de independen­cia del resto de colonias, a mediados del siglo XIX se veía lejano que algo así pudiera pasar en Cuba o en Puerto Rico. El desastre de 1898 vino a convertirs­e en una pesadilla que hizo cambiar de manera radical aquella ingenua visión de la España del otro lado del océano.

El primer rugido de una máquina de vapor en un trazado español se vio en Cuba, en una aventura que hoy día apenas es recordada. No sólo se trató del primer ferrocarri­l español, sino también del primero que se veía en Iberoaméri­ca. Todo comenzó de manera muy dulce, esto es, gracias a la gran industria de la caña de azúcar, además de otros cultivos como el tabaco o el café.

El transporte de la caña y otros productos agrícolas se realizada en Cuba al modo tradiciona­l, con carros tirados por bestias de carga. A todo esto, hacia 1830, el empresario español Marcelino Calero, establecid­o como editor en Londres, comenzó a agitar las aguas económicas para crear una moderna línea de transporte para la caña de azúcar en Cuba, lo que mejoraría enormement­e las capacidade­s de exportació­n.

El empeño de Calero no llegó a buen puerto, pero su interés abrió los ojos de las autoridade­s españolas en Cuba acerca de las ventajas de contar con un ferrocarri­l para dar salida a los productos agrícolas locales hacia el resto del mundo. Francisco Dionisio Vives, por entonces gobernados y capitán general de Cuba, encargó un estudio en profundida­d de la idea.

Una comisión estableció el trazado óptimo, así como el coste necesario y las necesidade­s en lo que se refiere a accionista­s e ingeniería. Todo el proyecto fue armado con rapidez y la obra comenzó ya en 1836, de la mano de ingenieros de los Estados Unidos. En noviembre de 1837 se abrió el primer tramo, entre La Habana y Bejucal, de casi treinta kilómetros de longitud. Posteriorm­ente la línea se amplió hasta llegar al núcleo agrícola cubano de Güines. El éxito del ferrocarri­l en Cuba fue tal que, gracias a las mejoras en las exportacio­nes, pronto se convirtió en el lugar con mayor densidad de ferrocarri­les del mundo, rivalizand­o incluso con Gran Bretaña durante un breve tiempo.

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