Historia de Iberia Vieja

Con Josemanuel Escribano Oro: así fue la conquista de América

El séptimo arte

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LA EXPEDICIÓN MANDADA por don Diego, un viejo militar navarro, ha salido del último puerto conquistad­o hacia la mítica ciudad de los techos de oro. Aunque nadie la ha visto realmente, hay mapas que señalan su situación, y la inmensa riqueza que atesora mueve a los hombres a atravesar el infierno verde habitado por indígenas hostiles y fieras desconocid­as que matan en un segundo. El relato comienza en la voz del soldado Martín Dávila y en la pluma del escribano Ulzama; ambos levantan acta de los hechos que se van sucediendo en la pantalla, que se muestra ya en el primer momento cubierta de cadáveres tras la batalla, como una premonició­n de lo que está por venir.

La muerte es la protagonis­ta compañera de unos personajes que se enfrentan al peligro, a las calamidade­s y, sobre todo, a sus propios instintos. Todos luchan juntos contra los indios cuando toca, pero, entre tanto, la ambición, el odio, la traición y la lujuria contribuye­n a ir diezmando aún más la cada vez más disminuida tropa. Por si fuera poco, llegan noticias de que el virrey ha sido depuesto y de que el nuevo gobernador ha mandado un destacamen­to tras ellos para detenerlos, en nombre del rey y emperador de España y medio mundo, una figura ausente pero de peso constan- te en la narración. Que posee, y esa es su mayor baza, una constante vocación de veracidad. En este sentido proclaman sus autores que esta película no se había hecho nunca antes, y es verdad; al menos, en el cine español y europeo. Claro que hay referentes – El Dorado, de Carlos Saura, o Aguirre, la cólera de Dios de Werner Herzog, sin ir más lejos–, pero este proyecto los trasciende en más de un aspecto. LUCHA FRATRICIDA Por un lado, aparece esa constante lucha fratricida que caracteriz­a los peores momentos de la historia de España; la pelea a garrotazos de Goya se hace carne –acompañada hasta del perro semihundid­o, quizá– en la autoliquid­ación de la soldadesca, avivada por la tradiciona­l inquina entre las diferentes regiones: castellano­s, vascos, navarros, extremeños y andaluces andan a la greña y acaban entre navajazos, estocadas y ejecucione­s a garrote o degüello. Una crónica negra, que acompaña a la oscuridad del otro elemento a destacar: la absoluta falta de gloria: ningún aura, ningún brillo. Al contrario: suciedad, barro, ciénaga, sangre, muerte sin honor y, como decía, instintos a flor de piel. El irrefrenab­le deseo sexual, el primero, que no respeta ni a las indias cautivas ni a las mujeres que acompañan la expedición:

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