Historia de Iberia Vieja

Fernando III el Santo

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En cambio, el que aparece a la izquierda de estas líneas está dedicado al rey Fernando III el Santo, quien, en el siglo XIII, conquistó Sevilla, la ciudad del pintor. Apunta Benito Navarrete Prieto en su indispensa­ble Murillo y las metáforas de la imagen (Cátedra, 2017) que “algo es seguro, y es que el reconocimi­ento que tuvo en vida Murillo en la ciudad de Sevilla fue mayor que el de Velázquez”,artista con el que no dejó de ser comparado y que, por vivir en la corte, “tuvo otro tipo de dedicacion­es que hicieron que su arte trascendie­ra en otros circuitos”.

Fechado en 1672, no fue la única imagen del monarca que salió de su pincel, aunque sí una de las más representa­tivas. ¿Y por qué esta popularida­d? La razón es muy sencilla: en 1671 el papa Clemente X lo elevó a los altares. La iconografí­a es la típica de un cuadro de esta naturaleza. Representa al rey-santo en una sincera actitud piadosa, con sendos ángeles que sobrevuela­n la escena y descorren un cortinaje para mostrar la figura del rey en todo su esplendor, ataviado con media armadura y el manto real de armiño. El monarca aparece arrodillad­o sobre un cojín de terciopelo carmesí ante un reclinator­io con la corona y el cetro, símbolos de su dignidad. En este caso, la intención de Murillo no era realista sino alegórica, como lo muestra el hecho de que lo viste con gregüescos, una especie de calzón corto que se utilizaba en los siglos XVI y XVII, mucho después de la muerte del monarca.

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Los retratos anteriores tenían algo en común: eran personajes coetáneos suyos.
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