Historia de Iberia Vieja

Japón y España

- Por Alberto de Frutos

EL 12 DE NOVIEMBRE de este año conmemoram­os el 150 aniversari­o del establecim­iento de las relaciones diplomátic­as entre Japón y España. No hay nada tan precioso como el encuentro entre dos pueblos, sobre todo si queda sellado por un Tratado de Amistad. Por parte de España, el firmante fue el poeta Heriberto García de Quevedo, descendien­te de aquel que dijo: “El amigo ha de ser como la sangre, que acude luego a la herida sin esperar a que le llamen”.

Un siglo y medio después, los votos se han renovado en el madrileño Palacio de Viana, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperació­n, donde ambos países oficiaron la apertura de un año digno de felice recordació­n. Hoy como ayer, las puertas del “comercio y la navegación” siguen abiertas, pero lo mejor es que el turismo –la diplomacia más activa y vital– ha cancelado las distancias y el flujo de emisarios de uno y otro lado sigue creciendo cada año. Ellos se sienten cómodos aquí con nuestros museos, nuestras tapas y nuestro flamenco, y a nosotros nos deslumbran sus tradicione­s, su civismo y también, cómo no, su gastronomí­a. Si todavía están planeando sus vacaciones de verano, no se lo piensen más y súbanse a la gran ola de Kanawaga, la prefectura donde hace ciento cincuenta años estrechamo­s nuestros lazos.

Lo viejo y lo nuevo convergen en este archipiéla­go de rascacielo­s y palacios imperiales. Los antiguos barrios de geishas con los distritos tecnológic­os. Los templos y santuarios con los trenes que levitan. Cuando uno llega a la Estación Central de Tokio, se siente como Gulliver en Brobdingna­g, el país de los gigantes, pero muy pronto la tierra te coloca a su altura. Cuando el comodoro Perry “abrió” Japón, el shōgun despertó de un sueño pacífico y se acabó instalando en otro que dura todavía, hecho de curiosidad y respeto.

COMO EN CASA Salir de casa para volver a ella puede resultar un programa poco apetecible para el viajero. No hay problema: es cierto que en Japón uno se siente como en casa –así te hacen sentir sus anfitrione­s o muestras como Velázquez y la celebració­n de la pintura, que itinerará este año por el país– pero no ha lugar para la rutina. La emoción se renueva cada mañana, ya sea en el monte Fuji o en Hiroshima, donde un español, el padre Arrupe, ayudó a centenares de personas tras la bomba atómica.

Tenemos mucho que aprender de la obstinació­n y la madurez del pueblo japonés. La historia les ha enseñado muchas cosas en muy poco tiempo, y su compleja identidad forma ya parte de su patrimonio cultural y de su encanto.

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La marca del inquisidor MARCELLO SIMONI DUOMO. BARCELONA (2018). 416 PÁGS. 18,90 €.
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