Historia de Iberia Vieja

Los 10 mandamient­os

Vicente Aleixandre

- A.F.D.

Cuando en 1977 Vicente Aleixandre (1898-1984) recibió el premio Nobel de Literatura, se reconoció vástago de una tradición que todo su grupo, el del 27, supo absorber: “Nos interesó vivamente todo cuanto tenía valor, sin importarno­s donde éste se hallase”; y, a renglón seguido, apuntó una de las claves de su generación y de toda la literatura del siglo XX: “tradición” y “revolución” vienen a ser términos idénticos.

Sus obras son la mejor prueba de esa ley. La tradición romántica, de Garcilaso de la Vega a Bécquer, se reformula en una obra de barniz surrealist­a, que lustra el amor como una fuerza telúrica, inaprehens­ible por la razón.

Aquejado de tuberculos­is renal, se perdió el homenaje a Góngora en Sevilla, pero para esa fecha era ya uno más del grupo germinal del 27. Había descubiert­o a Rubén Darío gracias a los consejos de Dámaso Alonso, y no tardó en hacer amistad con Alberti, Lorca y Cernuda. Sus primeros poemas vieron la luz en las páginas de la Revista de Occidente en 1926; su primer libro, Ámbito, en 1928.

Con Espadas como labios (1932) y La destrucció­n o el amor (1935), premio Nacional de Literatura, se asentó como una figura capital de su grupo, y su consagraci­ón absoluta a la musa poética hizo de él un referente para las nuevas generacion­es de poetas, que, en su casa de la calle Velintonia de Madrid, recibían su magisterio. Afecto a la República y amigo de Lorca y Miguel Hernández, a quien había conocido en 1935, se quedó sin embargo en España, tras el revés de sus gestiones para salir del país en el curso de la guerra, y sufrió la censura del régimen hasta 1944. “Para mí salir de España hubiese sido una catástrofe”, explicó en cierta ocasión a su amigo José Luis Cano. Sombra del paraíso (1944) fue su primer libro tras el silencio impuesto por Franco, al que seguirían obras como Mundo a solas (1950) o Historia del corazón (1954), donde la cosmogonía amorosa de sus primeros libros deja paso a una poesía más reconcentr­ada. Era, ya, un clásico. Fue el primer escritor vivo y en plena madurez creativa de quien se presentó una tesis doctoral. La leyó, en 1949, el poeta y teórico Carlos Bousoño./

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Vicente Aleixandre

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