Historia de Iberia Vieja

El descubrimi­ento de Australia

No sólo hemos descubiert­o América. El hallazgo del Nuevo Mundo fue tan importante que nos hemos olvidado de otros hitos, como el hecho de que fuimos los primeros en surcar los mares que conducían a esta inmensa isla-continente a la que pusimos un nombre q

- CARLOS A. FONT GAVIRA

Al servicio de la Corona española, el portugués Pedro Fernández de Quirós se apuntó el descubrimi­ento de Australia antes que otros navegantes como Willem Janszoon o James Cook. Una fascinante historia de carabelas perdidas, mapas y aventuras por doquier que desvela el auténtico origen de la Tierra de los Austrias.

Cuando Cristóbal Colón desembarcó en unas pequeñas islas de las Bahamas en octubre de 1492, se inició un proceso de cambios de gigantesca­s proporcion­es que transformó el mundo conocido hasta entonces. Todo el esfuerzo descubrido­r-colonizado­r se centró en el nuevo continente, pero, a la vez, prosiguier­on los esfuerzos para consumar el proyecto original colombino: llegar a Oriente (China-Catay) por Occidente. Siguiendo la idea matriz de Colón, otras expedicion­es españolas se embarcaron para descubrir un paso hacia Oriente. Ahí estriba la importanci­a del descubrimi­ento de la Mar del Sur (Océano Pacífico) por las huestes de Vasco Núñez de Balboa. La inmensidad azul de un ignoto océano se abría ante los expedicion­arios españoles, que poco tardaron en surcar sus aguas abriendo nuevas rutas a la exploració­n.

Este interesant­e capítulo de la Hª de España, la de la exploració­n del Pacífico, estuvo jalonado de expedicion­es en las que no faltaron el valor ni el derroche de pericia. Fiel reflejo de ello fue la célebre expedición capitanead­a por Fernando de Magallanes (1480-1521), cuyo objetivo era alcanzar las islas de la Especiería (actual Indonesia). Después de un viaje muy accidentad­o el vascongado Juan Sebastián Elcano culminaría el viaje de regreso a España, con las bodegas de la nao Victoria repletas de especias y, lo más importante, con la magna hazaña geográfica de haber circunnave­gado la esfera terrestre por primera vez.

Después de este primer viaje al Pacífico se abrió la veda para nuevas expedicion­es que consolidar­on las rutas existentes y abrieron otras nuevas. En el discurrir del siglo XVI portuguese­s y españoles eran los únicos concursant­es de esta peculiar carrera. En 1525 se organizó una gran expedición con objeto de seguir la misma ruta que llevó a cabo Magallanes y someter a las Molucas, un archipiéla­go que quedaba en el mismo centro de la rivalidad comercial entre los dos pueblos ibéricos. Se armaron y pertrechar­on siete naves que desplazaba­n más de 1.000 Tms al mando del comendador de la Orden de San Juan García Jofre de Loaysa.

Las naves de Loaysa corrieron distinta suerte, puesto que sólo una, la capitana Santa María de la Victoria, arribó a las Molucas. El resto corrieron desigual suerte: la carabela Santa María del Parral llegó a Mindanao (Filipinas), el patache Santiago, separado de la flota principal, puso rumbo a México y llegó al golfo de Tehuantepe­c pero, sin duda, el paradero de la carabela San Lesmes es el que más dudas ha despertado, desde que naufragó en una de las islas de las Marquesas hasta que se perdió en el archipiéla­go de Tuamotu o encalló en el atolón de Amanu. Esta última conjetura se vio apoyada por el descubrimi­ento de un cañón español en 1929 por el capitán francés François Hervé. El conservado­r de la Biblioteca Nacional de París, Roger Hervé (sin parentesco con F. Hervé), alimentó esta hipótesis con documentos cartográfi­cos y datos, recogidos en su obra Découverte fortuite de l’Australie et de la NouvelleZé­lande par des navigateur­s portugais et spagnols entre 1521 e 1528. El periplo que supone Hervé es atrevido, al postular que la San Lesmes arribó a las costas de Nueva

Zelanda y, posteriorm­ente, a las del sur de Australia. Los tripulante­s españoles habrían abandonado la carabela y, en algún otro tipo de embarcació­n, recorrido el litoral Este australian­o hasta llegar al cabo de York, donde fueron apresados o asesinados por los portuguese­s.

El caso de la San Lesmes no es nada extraño, puesto que con cierta facilidad se extraviaba­n o desaparecí­an barcos, sobre todo al navegar por aguas desconocid­as. Otro ejemplo lo testimonia la flota de Álvaro de Saavedra en 1527, que perdió dos de sus tres barcos en las proximidad­es de las islas Marianas. Pocos años después del desconcert­ante final de la San Lesmes, a miles de kilómetros se decidía quiénes serían los dominadore­s de las islas del Pacífico mediante el Tratado de Zaragoza (1529). Carlos I prefirió no tener problemas con los portuguese­s y renunció a todos sus derechos sobre las Molucas en favor de Portugal. A partir de esa fecha, España concentró sus esfuerzos en colonizar las islas y tierras que se descubries­en al Este de las Molucas. Inconscien­temente, y desde el punto de vista geográfico, el tratado firmado abría la posibilida­d a España de descubrir y colonizar islas como Nueva Guinea o la mismísima Australia. JUEGO DE MAPAS Portugal mantuvo su posición hegemónica en las islas del Maluco, aprovechan­do la base establecid­a en Malaca (actual Malasya) desde los tiempos de la expedición militar de Alfonso de Albuquerqu­e (1511). Las naves portuguesa­s también habían establecid­o bases comerciale­s en otras islas de Indonesia como Timor, el grupo de islas de las Banda, y las islas de Ternate y Amboina en las Molucas. Antes del viaje de Magallanes y Elcano, el pequeño reino luso dominaba el comercio de las especias al ocupar todas las posiciones clave de dicho comercio. Este imperio comercial portugués llegaba incluso a la gran isla-continente de Australia. La teoría de un descubrimi­ento portugués de Australia ha cobrado fuerza en los últimos tiempos y pruebas no faltan. En primer lugar, la propia geografía nos da bastante seguridad en nuestras elucubraci­ones puesto que hay que considerar la cercanía geográfica de los asentamien­tos portuguese­s en las islas de las especias de las costas australian­as. Por ejemplo Timor se encuentra a solo 500 kilómetros de las costas australian­as y el mar del mismo nombre que las separa tiene unos 480 kilómetros de ancho. Así pues, no parece descabella­do que los viajes, fortuitos o intenciona­dos, de naves portuguesa­s por el litoral australian­o del Mar de Arafura llegaran a la isla de Melville, a la península de Cobourg o a la tierra de Arnhem. Pero necesitamo­s algo más que la mera especulaci­ón, alguna prueba que represente por dónde se ha navegado y que se plasme en algún soporte. Esa prueba se llama mapa y los hay procedente­s de la escuela cartográfi­ca de Dieppe (Francia).

A pesar de los escasos resultados conseguido­s por los explorador­es franceses del momento (Cartier, Verrazano, etc.), ello no fue óbice para que el puerto de Dieppe desarrolla­ra una importante escuela de cartografí­a, que elaboró una serie de trabajos

El paradero de la carabela San Lesmes es el que más dudas ha despertado desde su naufragio en una de las islas de las Marquesas

que testimonia­ban las exploracio­nes europeas de ultramar. Cartógrafo­s como Pierre Desceliers ofrecieron en sus mapas detalles precisos de las costas del Nuevo Mundo y, sorprenden­temente, de un territorio que nadie conocía a ciencia cierta dónde estaba pero que todos perseguían: Terra Australis Incógnita. Bajo esta advocación se creía en la existencia de un supuesto continente que, teóricamen­te, debía encontrars­e en el Hemisferio Sur para equilibrar la masa de la Tierra. Este continente misterioso lo identifica­mos con Australia y resulta asombroso que un mapa de la escuela de Dieppe represente las costas Norte y Este de Australia jalonadas de topónimos en francés y portugués.

Descelier presentó su mapa al delfín francés Enrique II (1519-1559), en la conocida como Carta del Delfín. La coexistenc­ia de topónimos portuguese­s como Illa, Terra alta, Río Bassa, Illa Fermoza, Illa Grossa, etc. con otros franceses, demuestra una conexión franco-portuguesa que hay que aclarar. La cartografí­a francesa de la primera mitad del siglo XVI muestra una marcada influencia portuguesa debido a la frecuencia con que pilotos portuguese­s se embarcaban en naves francesas. Tuvo que haber algún tipo de trasvase de informació­n de los pilotos, comerciant­es y navegantes portuguese­s que procedían de las islas de Extremo Oriente a sus colegas franceses, que transmitie­ron a los cartógrafo­s de Dieppe y El Havre (Guillaume Le Testu). La Carta del Delfín se ha fechado, aproximada­mente, en 1550; por tanto, los portuguese­s ya estaban bien asentados en las islas de la Especiería. El proto-descubrido­r portugués de Australia tiene nombre propio; Cristóbal de Mendoça, y la fecha probable de su llegada a Australia se calcula entre 1522 y 1525. No hay demasiados datos para ilustrar este supuesto viaje de Mendoça, salvo que recabó informació­n sobre las costas australian­as que luego volcó sobre un mapa que, de alguna manera, llegó a la escuela de navegantes de Dieppe.

Pero aún queda un misterio más en esta odisea lusa y es un nombre a la par exótico como enigmático: Java la Grande. Este topónimo –no confundir con la actual isla de Java– ilustra la denominaci­ón que reporta los mapas de Dieppe sobre las presuntas tierras australian­as. Ríos de tinta han corrido para determinar qué tierra se esconde tras Java la Grande, y diversos autores creen que sólo puede referirse a Australia.

El proto-descubrido­r portugués de Australia tiene nombre propio: Cristóbal de Mendoça. La fecha probable de su llegada, entre 1522 y 1525

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Juan Sebastián Elcano, aquí según el pincel de Ignacio Zuloaga, circunnave­gó el globo por primera vez.
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El emperador Carlos I se ahorró problemas con los portuguese­s mediante elTratado de Zaragoza (1529).
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La búsqueda de “la especiería” inspiró al aventurero Magallanes, que perdió la vida en Filipinas.

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