La propiedad PRIVADA
DURANTE EL PALEOLÍTICO no debió de existir un concepto de propiedad privada; el hombre recolector y cazador apenas si tendría unas pocas armas líticas, de madera o hueso, y unos utensilios domésticos que bien podrían pertenecer a la tribu. En cuanto a la tierra poseerían un territorio de caza y recolección que, llegado el caso, defenderían de otras tribus, pero sin un sentimiento claro de propiedad; en cuanto una zona no les resultara rentable se desplazarían a otra. La dirección del clan estaría en manos de los viejos, por tener más experiencia, y de algún adulto que hubiera demostrado su valía, tal como ocurría en los indios de América del Norte. Con la entrada del Neolítico la situación cambió, ahora sí tenía una tierra que había trabajado y de la que esperaba obtener sus frutos; se había convertido en sedentario. A los antiguos utensilios, pues seguiría siendo cazador y recolector, se incorporarían sus nuevas herramientas de trabajo y, sobre todo, la propiedad de la tierra y su producción, aparte de armas más sofisticadas con las que defenderlas de posibles enemigos. Entonces sería cuando aparecerían una serie de señales, como los menhires o las estelas, con los que señalar que un territorio tenía dueño.
Está claro que es más rentable atacar a una comunidad, y quedarse con el fruto de su trabajo, que esforzarse en cultivar y esperar la cosecha, con el ganado pasaría algo parecido; es más productivo robar unas cabras que criarlas. Para defender la tribu de los atacantes aparecerían los guerreros, los hombres más fuertes de la comunidad que se enfrentarían a los posibles ladrones y, llegado el caso de necesidad, dirigirían expediciones para robarles a los vecinos. Los jefes de estos guerreros partirían con una situación de ventaja con respecto al resto del poblado, ellos controlaban la violencia. Poco a poco irá surgiendo la propiedad privada, sobre todo con la aparición del cobre, pues estas elites, bien por coacción o por convencimiento, se apropiarán de los recursos del poblado.