Un polémico –y desconocido– mentor: el obispo Cabrera
EN 1791, siendo canónigo de Badajoz, Cabrera ingresó en la Orden de Carlos III, al año siguiente se trasladó a la corte en calidad de predicador real y en 1795, como ha quedado dicho, sustituyó a Felipe Scio como preceptor del príncipe. En agosto de ese mismo año había sido preconizado obispo de Orihuela y en 1797 lo fue de Ávila. Falleció en 1799 sin haber pisado el suelo de ninguna de las diócesis de las que fue ordinario. Esta carrera eclesiástica y la sorprendente ausencia de sus sedes episcopales, que gobernó a través de un canónigo de las respectivas catedrales, han inclinado a ciertos estudiosos a restar méritos a Francisco Javier Cabrera, rebajándolo a la categoría de la turba de mediocres de los que, al decir de algunos, se rodeó Godoy.
Sin duda, Cabrera fue un clérigo cortesano, pero no uno cualquiera. Paula de Demerson lo incluye entre los integrantes del círculo de la condesa de Montijo, grupo de los más influyentes de la Ilustración española a finales del siglo XVIII, al que también pertenecía Jovellanos ( en la
imagen), partidario de la extensión de la educación y de la beneficencia a todas las clases sociales y de una reforma en profundidad de la Iglesia española. Cabrera podría ser considerado próximo al “jansenismo”, etiqueta con que se tildó entonces a quienes, como los mencionados, propugnaban eliminar riquezas y el aparato externo de la Iglesia para centrar la actividad de los eclesiásticos en la pastoral (la cura de almas), el ejercicio de la caridad cristiana y el cumplimiento riguroso de las normas morales.