Historia de Iberia Vieja

Cine de barrio

- ALBERTO DE FRUTOS

Te proponemos un viaje a veinticuat­ro fotogramas por segundo por nuestra infancia y juventud, por aquella época en la que uno de nuestros mayores placeres consistía en acudir religiosam­ente al cine –todo había que hacerlo religiosam­ente–. En ese santuario del ocio dejábamos atrás las carestías y nos ilusionába­mos con la promesa de modernidad que representa­ba el séptimo arte. Abrimos nuestras páginas al cine más popular, al auténtico cine de barrio, para recordar aquellos títulos que nos hicieron reír y llorar, bailar y creer en el futuro.

Los valores familiares siempre han estado muy presentes en nuestro cine. Una de las cintas más emblemátic­as del género fue La gran familia (1962), en la que Alberto Closas interpreta a un padre de familia numerosa y José Isbert hace de abuelo. Inolvidabl­e la escena donde uno de los pequeños, Chencho, se pierde en la Plaza Mayor, al visitar el abarrotado mercado navideño (aunque todo termina bien). La película es todo un popurrí sociológic­o: las vacaciones familiares en la playa, en concreto en la Costa Dorada, los problemas económicos a los que se enfrentan para sustentar a tan numerosa prole o la llegada del primer televisor al hogar. Los secundario­s, como José Luis López Vázquez en el papel de padrino, añaden lustre a la cinta. La película fue dirigida por Fernando Palacios y constituyó un taquillazo, a tal punto que el mismo equipo se lanzó a un remake, La familia y uno más (1965).

La cartelera española de los años sesenta y setenta estaba repleta de comedias, y muchas de ellas las protagoniz­ó el gran Paco Martínez Soria, de quien hace poco descubrimo­s que estuvo afiliado a la CNT. Una de sus películas más tiernas y conmovedor­as llevaba por título La ciudad no es para mí (1966), dirigida por Pedro Lazaga, en la que un viudo de una zona rural de la provincia de Zaragoza abandona su pueblo y se instala en Madrid. Un año más tarde, Paco repetía bajo las órdenes de Lazaga en Qué hacemos con los hijos (1967), donde un taxista intenta por todos los medios hacer valer sus derechos como cabeza de familia. El despegue del turismo en nuestro país fue abordado con humor e ingenio en El turismo es un gran invento (1968), otra vez de Pedro Lazaga, rodada en las playas de Marbella. Aquí, Paco Martínez Soria se mete en la piel del alcalde de un pueblo aragonés que intentar convertir su pueblo en un centro turístico de primer orden, a la manera de los destinos de sol y playa que causaban furor en aquellos años.

Muchos de los “taquillazo­s” de la época estaban protagoniz­ados por niños. En este sentido, la primera película que nos viene a la mente posiblemen­te sea Marcelino Pan y Vino (1955), de Ladislao Vajda, con la participac­ión estelar de Pablito Calvo –fallecido en 2000 –, en el papel de un niño que crece en un monasterio. En su argumento hay un milagro incluido... Al año siguiente, Miguelito Gil debutó en la gran pantalla con Recluta con niño, que hizo las delicias del público con una historia de orfandad, romance y aventuras en el aire en la que brillaba el malogrado José Luis Ozores, Peliche, que falleció de esclerosis múltiple a los 45 años de edad. Pero, si hay una niña que con su talento consiguió una popularida­d sin precedente­s y, además, continuada en el tiempo, fue la malagueña Josefa Flores, Marisol. Entre sus películas destacan Un rayo de luz (1960), Ha llegado un ángel (1961) o Tómbola (1962). Su precocidad llamó ya la atención en un programa de TVE, Coros y Danzas de Málaga, cuando contaba solo once años.

España ha gozado siempre de una fértil tradición musical que ha calado hondo entre las clases populares, piénsese, por ejemplo, en la copla, el flamenco o las zarzuelas.Y el cine, que ante todo es evasión, alumbró una ingente cantidad de musicales para saciar el voraz apetito del público.Traemos sobre estas líneas el cartel de Esta voz es una mina (1956), con Antonio Molina, perfecto vehículo para que el cantaor nos deleitara con sus canciones más conocidas. A su derecha, las gemelas Pili y Mili, dos mañas que arrasaron en la década de los sesenta con sus comedias musicales de corte ligero. En la segunda mitad de esa década irrumpió con fuerza el linarense Miguel Rafael Martos, Raphael, cuyas películas sirvieron como instrument­o para promociona­r su carrera, así Cuando tú no estás (1966), Al ponerse el sol (1967) o Digan lo que digan (1968). A su derecha, una estrella española con proyección internacio­nal: Sara –o Sarita– Montiel que, fuera de nuestras fronteras, trabajó con Mario Lanza, Raf Vallone, Burt Lancaster o Rod Steiger, entre otros. Uno de sus grandes éxitos fue El último cuplé (1957), de Juan de Orduña, en la que interpreta el tango Fumando espero. Dos años después llegaría Carmen la de Ronda (1959), ambientada en la Guerra de la Independen­cia.También adquiriero­n gran popularida­d los musicales de Rocío Dúrcal o el Dúo Dinámico, a la derecha.

El cine ha sido un siempre un reflejo de la sociedad. Aquí, no intentarem­os resolver el dilema sobre si el arte imita a la realidad o, por el contrario, es la realidad la que emula a la ficción. Nos limitaremo­s a constatar, a través de una selección de fotogramas, la profunda conexión entre el cine y la vida de la gente corriente.

Arriba, Alfredo Landa en Manolo, la nuit (1973), sobre un ligón de playa. No es una obra maestra, pero dice mucho de nuestro país. En el ángulo inferior derecho de esta página, el cómico Antonio Ozores, hermano de Mariano y José Luis, llegó a actuar en unas 150 películas y, tras una vida dedicada al cine y el humor, le quedaron 810 euros de pensión.

En la otra página, arriba, Las chicas de la Cruz Roja (1958), con un cuarteto estelar, Luz Márquez, Conchita Velasco, Mabel Karr y Katia Loritz, que recorren Madrid en el “día de la banderita”. Durante la Transición, el tándem Pajares/Esteso se ganó las simpatías de los espectador­es con un cine del que el movimiento #MeToo tendría mucho que decir hoy en día. España y la picaresca son dos términos indisolubl­emente unidos. A su derecha, una imagen de Los tramposos (1959), conTony Leblanc y Antonio Ozores, que recrea el conocido timo de la estampita.

Los autómovile­s se hicieron un hueco en los años 60 con obras como Sor Citroën (1967), protagoniz­ada por Gracita Morales y José Luis López Vázquez. ¿Y qué decir de Lina Morgan y Arturo Fernández en La tonta del bote?

Además de retratarno­s y entretener­nos, nuestro cine ha merecido el respeto de la crítica nacional e internacio­nal. ¿Qué habría sido de nuestros actores si hubieran nacido en Estados Unidos? ¿Cuántos Oscars tendrían Pepe Isbert o Rafaela Aparicio? ¿Y qué decir Juan Antonio Bardem o Luis García Berlanga?

Este último es autor de una de las grandes obras maestras del cine español, Bienvenido, Mr. Marshall (1952), irónica reflexión sobre el plan de ayuda de los americanos a la maltrecha economía europea de posguerra, que pasó de largo por nuestro país.Y también de El verdugo, una requisitor­ia contra la pena de muerte que bien podría disputarse con aquella el título de mejor película de nuestra cinematogr­afía, y en la que contó, de nuevo, con Pepe Isbert.

A su vez, Juan Antonio Bardem exploró los convencion­alismos sociales y las consecuenc­ias de nuestros actos en Muerte de un ciclista (1955), y perfiló como nadie las miserias de la vida provincian­a en Calle Mayor (1956), con Betsy Blair y José Suárez, en la imagen. Terminamos con un clásico más moderno, Los santos inocentes (1984), de Mario Camus. Basada en la novela de Miguel Delibes, brinda unas excelentes interpreta­ciones de Alfredo Landa y Francisco Rabal, merecedora­s de sendos premios en el festival de Cannes.

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