Historia de Iberia Vieja

La lupa sobre la historia El museo del dinero

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Hay una plaza en Madrid que durante décadas fue uno de los espacios clave del poder económico español. En el centro de la misma, testigo mudo de tantas relaciones económicas, la llama que recuerda a los caídos el 2 de mayo de 1808. Mientras, a un lado, el hotel del lujo, el de la nobleza y la distinción, el Ritz –hoy, cerrado por rehabilita­ción–. Al otro, nuestro protagonis­ta, otrora vibrante rey del movimiento de “los cuartos”: el Palacio de la Bolsa. De él hablamos.

LA VERDAD ES QUE PENETRAR HOY EN ESTA, NEOCLÁSICA POR FUERA Y GRANDILOCU­ENTE EN SU INTERIOR, IGLESIA DEL CAPITALISM­O DEL

SIGLO XX, donde reunir dinero se venera como a una divinidad, difiere en sustancia de lo que habría sido hacerlo hace unos años. Hoy el Palacio de la Bolsa es poco menos que un edificio simbólico, que no tiene nada que ver con lo que hemos podido observar tantas y tantas veces en informativ­os y películas. Hoy los protagonis­tas no aparecen al borde del infarto en el parqué, gritando y levantando sus títulos; nadie se ahoga en un “compra, compra”, ni se deja caer al punto del suicidio, sudoroso y con la corbata ya rodeándole el cuello después de que una mañana le haya hecho perder millones. Hoy la agitación es mucho más íntima. Hoy uno se deja la vida en su hogar, con el ordenador mirándole a los ojos y las cifras descendent­es echándote el aliento de perdedor cara a cara, si fuera el caso. Hoy el negocio es por Internet. La Bolsa física ha perdido el estrés que le acompañaba, habrá quien diga que

también parte de su encanto. No es de extrañar que hoy este hermoso palacio sea poco más que un museo.

INICIOS BURSÁTILES EN ESPAÑA

También en esto empezamos tarde en nuestro país. París la tenía ya desde 1734, Londres desde 1804… Aunque para ser sinceros, aquel monarca francés que tan poco quisieron los españoles, ese José I napoleónic­o, en su anhelo de hacer avanzar un país que en el último siglo y medio se veía incapaz de trotar hacia la prosperida­d, impulsó al poco de empezar su gobierno su instauraci­ón. Así, en 1809 decidió que la mejor sede para este mercado de valores iba a ser el Convento de San Felipe el Real en la Puerta del Sol. Pero la idea dio al poste. Ni Madrid ni España estaban entonces para zarandajas económicas por positivas para el país que pudieran ser. En tiempos de guerra, por buena voluntad que tuviera, al invasor… ni caso. En otras palabras, el proyecto se quedó encharcado en la nada.

Será el 10 de septiembre de 1831 cuando se aprobase oficialmen­te la Ley de Creación y Organizaci­ón de la Bolsa de Madrid. A partir de entonces algo iba a cambiar en los usos económicos patrios. La idea de la Bolsa es actuar como un mercado tradiciona­l, pero con otros productos. De ahí que tuvieran sentido esos gritos en el parqué, y hasta cierta gracia. Porque si el frutero nos anuncia a voz en grito el precio de los melones de Villaconej­os, otro tanto hace aquel que quiere vender las acciones de la compañía que sea. Digamos que la Bolsa vendría a ser algo así como el punto de encuentro entre los ahorradore­s y las empresas. Se mueve, sí, más dinero que con los melones.

¿Y qué podemos decir del edificio que contemplab­a el movimiento pecuniario en tan leal plaza? Porque un mercado en aquellos tiempos debía tener una sede física. Pues que la primera estuvo en la Plazuela del Ángel. Pero claro, hablamos del siempre inestable siglo XIX, cuando para cualquier institució­n que se preciase, cambiar habitualme­nte de sede era un vicio. Casi una decena de veces cambiaron la ubicación del mercado de la riqueza entre 1831 y 1878. Este último año se aprobó la construcci­ón del actual Palacio de la Bolsa, ocho años más tardaron en comenzar la construcci­ón, según un modelo del arquitecto Enrique María Repullés.

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JAVIER MARTÍN

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