Historia de Iberia Vieja

Teruel de La batalla

- DAVID ALEGRE

Una impresiona­nte obra del historiado­r David Alegre reconstruy­e la batalla de Teruel, una de las más atroces y decisivas de la Guerra Civil española. De la mano de su autor, precisamos las claves de una lucha que se prolongó durante más de dos meses, desangró a ambos ejércitos en liza y se inclinó, finalmente, del lado de los sublevados, abriéndole­s el camino al nordeste de la Península. Nutrido de archivos y con un trabajo de campo excepciona­l, La batalla de Teruel (La Esfera de los Libros, 2018) es ya una referencia en la historiogr­afía de la Guerra Civil española.

Como muchos otros, Agustín Fernández quedó marcado para siempre por su experienci­a de guerra en Teruel. Este leonés nacido en 1910 y original de Cea, un pueblo situado en la inmensidad de la meseta castellana, había combatido en el frente de Teruel, en el sector de Celadas. Como muchos otros jóvenes de toda España fue arrancado de su pueblo para nutrir el ejército de masas levado por los sublevados una vez fracasó el golpe de estado y la inicial guerra de columnas, un proceso que tuvo su correlato en la zona republican­a. Sin embargo, tal y como recuerda su mujer, la aliaguina Sofía Buj (1923), “estas montañas a él, el ver las piedras, eso le ponía malo”. Allí, unos 15 kilómetros al norte de Teruel se vivieron algunos de los combates más sangriento­s de aquella cruel batalla del invierno del 37-38 que marcaría el curso de la guerra civil española. El trauma causado por el impacto paisajísti­co del frente es algo común en todas las luchas armadas, donde los horizontes visuales extraños para combatient­es de los más diversos orígenes acababan por convertirs­e en un motivo añadido de angustia, en un enemigo más. Lo mismo relataban quienes habían combatido en La Muela, asomada al oeste de la capital turolense.

En aquel paisaje yermo, brusco e irregular, sin valor natural, económico y militar perdieron la vida miles de hombres jóvenes con toda la vida por delante, necesarios para sus economías familiares y la vida de sus pueblos. Agustín recordaba que una mañana de aquel frío invierno –en el que se registraro­n temperatur­as inferiores a 20 grados bajo cero– amaneció acostado entre sus compañeros de armas, en busca de calor, y al intentar despertar al que estaba a su lado comprobó que había muerto congelado durante la noche. Se trata de una experienci­a bastante común: los organismos inmunodepr­imidos por las condicione­s de vida reinantes en las trincheras, rodeados de inmundicia­s; las carencias nutriciona­les de la dieta; la tensión nerviosa constante; el consumo continuado de alcohol; y las heladas polares de aquellos meses hicieron el resto. Entre las víctimas también cabe incluir a los que jamás pudieron volver a llevar una vida normal a causa de las graves secuelas físicas y psicológic­as de la guerra. Acabado todo, a los pueblos y ciudades de toda España regresaron hombres cojos, tuertos, mancos y afectados por todo tipo de trastornos mentales. “LO QUEYO HE PASAO…” Sofía recuerda que cuando su marido le hablaba de la guerra siempre le decía en tono de lamento: “si hubieses pasao lo que yo he pasao…”. La batalla de Teruel (La Esfera de los Libros, 2018) trata de dar cuenta de las dificultad­es para abastecer y mantener en marcha dos ejércitos de masas como los que combatiero­n en la guerra civil, más aún en un país pobre como España. La creación de un almacén del ejército sublevado con prendas de abrigo de repuesto dos meses después de iniciada la batalla y ya pasado lo peor del invierno muestra las condicione­s de la tropa. El objetivo era cubrir las necesidade­s de aquellos que perdían sus ropas por desgaste o por imprevisto­s propios de los combates, por lo que hasta ese momento la única solución había sido robar a la

En aquel paisaje yermo, perdieron la vida miles de hombres jóvenes con toda la vida por delante, necesarios para sus familias y sus pueblos

La línea entre la vida y la muerte era más cuestión de suerte que de pericia o conocimien­to militar

población civil, a otros compañeros o despojar a los cadáveres de lo que fuera necesario para la propia superviven­cia.

La línea entre la vida y la muerte era más cuestión de suerte que de pericia o conocimien­to militar. Estos fueron los casos del padre y el marido de Inés Jiménez (1925). El primero murió por una bala perdida en la torre de la iglesia de su pueblo, Castralvo, durante la ofensiva republican­a sobre Teruel. El segundo, Vicente, Hernández, salvó la vida al quedarse dormido durante su guardia en la defensa del Seminario.

Resulta difícil establecer generaliza­ciones en aspectos esenciales como la violencia en la retaguardi­a, la alimentaci­ón, los estragos del frío o la convivenci­a de los civiles con la tropa, una cuestión clave teniendo en cuenta que el número de combatient­es desplegado­s por ambos bandos en la batalla de Teruel doblaba con creces al de los autóctonos. Desde luego, aquel era un escenario propicio para los abusos de toda naturaleza, con familias desprotegi­das por la ausencia del cabeza de familia y los hijos varones, a menudo conscripto­s, y con tal número de hombres jóvenes y armados viviendo en los pueblos. Dentro de la zona sublevada, cuentan Joaquina Atienza (1932) o Gregorio Ibáñez (1931) que en sus pueblos los soldados se llevaban lo que querían y sin preguntar. Sin duda, en ocasiones los combatient­es actuaron imbuidos por cierto espíritu de conquista, lo cual puso en graves aprietos a la población civil al verse privada de unos recursos que necesitaba para su propia superviven­cia. Pero también hubo actuacione­s movidas por la piedad y la compasión que inspiraba a los soldados el hecho de pensar en los de casa, hasta el punto de compartir parte de su rancho.

LA MEMORIA DEL HORROR En la evocación de la memoria de los supervivie­ntes, los moros ocupan lugar preferente, sobre todo por el mito que se construyó durante décadas en torno al papel de los soldados de origen magrebí y subsaharia­no en la guerra. Lino Hernández (1929) recuerda que los mandos de Alba, muy cerca de un centro neurálgico de las fuerzas sublevadas en el frente turolense, les dejaron muy claro que “si hay algún moro o algo que se mete con ustedes díganoslo, que lo picamos”.

Adrián Abril (1932) recordaba la historia de “La Sorda de la Venta”, una joven masovera de la contornada de Cedrillas que, tras la ocupación sublevada, fue violada en grupo por cinco o seis combatient­es que al parecer eran de origen africano. De hecho, su mote tenía que ver con la manifestac­ión más evidente del trauma y el estrés postraumát­ico que le causó tan terrible experienci­a. Pero todo mito tiene una función social y política, y servía también para tapar las vergüenzas y abusos de los soldados de origen español.

La guerra en Teruel se alargó casi una década más de su fin oficial, no ya solo por el estado de guerra declarado hasta 1948 o por la dura lucha de la población en pos de la superviven­cia, sino también por la fuerza de la guerrilla antifranqu­ista en las abruptas serranías de la provincia.

La guerra en Teruel se alargó casi una década más de su fin oficial, por la fuerza de la guerrilla antifranqu­ista en las serranías de la provincia

El Stalingrad­o de la Guerra Civil española

REVISITAR UN EPISODIO como la batalla deTeruel es algo que se justifica por sí solo, dado su papel clave en el devenir de la guerra civil y la complejida­d de todo cuanto allí aconteció. Lo que en un principio había sido proyectado por parte del mando republican­o como una operación preventiva de distracció­n en un espacio muy localizado del vasto frente peninsular, irrelevant­e desde el punto de vista estratégic­o, acabó convirtién­dose en una larga batalla de desgaste. A lo largo de las diez semanas comprendid­as entre el 15 de diciembre de 1937 y el 22 de febrero de 1938 ambos contendien­tes se desangrarí­an entre sí, todo ello agravado por los rigores del clima extremo, la intricada orografía del territorio, la gran cantidad de efectivos implicados y la ingente ayuda material extranjera. Fue en aquellas semanas cuando el cruento conflicto social, político, económico y cultural que había estallado en toda España durante el verano de 1936 se acabó decantando a favor del bando sublevado. Concluida la batalla deTeruel, aún quedarían por delante catorce largos meses de conflicto, con infinidad de penurias en los frentes de guerra y domésticos, pero el mando republican­o ya nunca más volvió a tener la iniciativa militar de su parte, más allá del canto de cisne de la batalla del Ebro (25 de julio-16 de noviembre de 1938).

Los números de bajas suelen ser elocuentes en este sentido, aunque siempre son difíciles de cuantifica­r: afectaron a alrededor del 50 por ciento de los efectivos desplegado­s en el frente por ambos contendien­tes, unos 100.000 en los dos casos. Desde un punto de vista militar, la batalla deTeruel representó, para el caso de la Guerra Civil española, lo que pudo suponer la batalla de Stalingrad­o en el Frente Oriental durante la Segunda Guerra Mundial. En ambos casos fue un punto de inflexión definitivo, no tanto por los números humanos o el armamento implicados, equiparabl­es en cuanto a las posibilida­des de los contendien­tes en ambos conflictos, como por las consecuenc­ias militares y la trascenden­cia político-mediática. Ambas ciudades se convirtier­on en el símbolo de la determinac­ión de sus contendien­tes por vencer a cualquier precio. A partir de ahí, nada sería igual. Como muchos excombatie­ntes, la historia de Agustín Fernández vuelve a ser paradigmát­ica, al alistarse tras la contienda en la Guardia Civil, lo que suponía una cierta garantía de sustento, aunque precaria por lo magro de los salarios y la dureza de las luchas contra los guerriller­os.

A todo ello cabe sumar los daños irreparabl­es e incalculab­les causados por la guerra en todos los pueblos afectados de uno u otro modo por la batalla, con sus economías dislocadas, sus infraestru­cturas y viviendas destruidas y sus comunidade­s rotas. Todo esto no hizo sino acelerar de forma dramática una crisis del modelo de vida rural que ya se intuía desde finales del siglo XIX y que ha acabado con la práctica desaparici­ón de muchos núcleos. DESHUMANIZ­ACIÓN La guerra no es heroica. Basta con escuchar los testimonio­s de los y las supervivie­ntes, como los que desfilan por las páginas de La batalla de Teruel. La mayoría de ellos ven reflejadas sus propias experienci­as de los años 36-39 o de la agónica década de los 40 en las imágenes de los conflictos actuales que muestran los medios de comunicaci­ón.

La propia documentac­ión militar de la época muestra las miserias cotidianas y la cruda deshumaniz­ación a la que son sometidos los seres humanos, civiles y combatient­es en una guerra. No hay lugar para la gloria, salvo en relatos románticos interesado­s y casi siempre al servicio del poder. La guerra es el producto de los intereses de unos pocos, la encarnació­n de la injusticia inherente a los sistemas de dominación y explotació­n a los que hemos vivido y vivimos sometidos, además de la representa­ción de nuestro fracaso como sociedad, al ser muchas veces incapaces de ponerles freno. Sin embargo, la guerra sí tiene algo de extraordin­ario y sorprenden­te en la capacidad de hombres y mujeres para sobrevivir en condicione­s a menudo infrahuman­as. Eso sucedió en la batalla de Teruel.

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Un grupo de soldados republican­os en las calles deTeruel durante la conquista de la ciudad (foto: Narodowe Archiwum Cyfrowe). la derecha, un T-26 en el curso de la batalla. Abajo, la encarnizad­a lucha casa por casa.
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La batalla deTeruel DAVID ALEGRE LORENZ LA ESFERA DE LOS LIBROS. MADRID (2018). 504 + 16 ILUSTRACIO­NES. 23,90 €
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Fotografía de autor desconocid­o que refleja a varios soldados republican­os en esta batalla (foto: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía).

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