PRISIÓN del pescado
Sabemos que el influyente cardenal Richelieu (1585-1642) puso todo su empeño en destruir la histórica fortaleza;
sin embargo, Federico, duque de Schomberg (16151690), mariscal de Francia y especialista alemán a las órdenes de la corona capeta en ciudadelas amuralladas, logró persuadirle de que conservara el castillo, pese a la insalubridad del lugar, particularmente húmedo y salobre por la proximidad al Mediterráneo.
A consecuencia de ello, a partir de 1682 la plaza sirvió de prisión, convertida en cárcel de Estado, donde fueron recluidas innumerables personas, condenadas por el contrabando de pescado.
Tenemos que recordar que el pescado, en los siglos modernos, en esta zona del litoral mediterráneo de Francia, estaba considerado como un bien de lujo. Por sus capturas debían abonarse una especie de tasas al gobierno, según la cantidad. Para burlar esta imposición, se pusieron en marcha una serie de salidas clandestinas de pescadores desde las calas y abrigos naturales de todo el litoral. Sin duda, ellos eran los mejores conocedores de estas accidentadas costas.
Enterado el gobierno parisino, reaccionó con suma dureza y condenó a graves penas a los principales cabecillas: la horca, la rueda, la gota de agua, primero, y después la guillotina, fueron los instrumentos de ejecución. Las mazmorras de la ciudadela de Salces, por su proximidad al escenario de estos sucesos y por la confianza que ofrecían sus recios muros, se convirtieron en la prisión y tumba de muchos de estos pescadores, al no poder soportar las terribles sesiones de la cámara de tormentos.
Más tarde, y hasta el siglo XIX, quedaría Salces bajo el control de la autoridad militar como polvorín, sin perder su condición de cárcel de máxima seguridad, de donde nadie logró evadirse.