Historia de Iberia Vieja

“NO SOPORTABA A LOS TRAIDORES”

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La búsqueda de Joaquín Madolell, cerca de cincuenta años después de que fuera captado por el GRU, me resultó complicada. No tardé en leer en Internet una noticia perdida: Joaquín Jesús Madolell Estévez murió el 1 de octubre de 2011, a los 88 años de edad. Llegué tarde para conocerle, para que me explicara su historia, para que me hablara de las sensacione­s que le despertó el juego sucio de su amigo Rinaldi, para que me contara por qué decidió embarcarse en un juego tan peligroso como el de doble agente, en unos momentos en que si te pillaban, los soviéticos no dudaban en pegarte dos tiros.

No me desanimé. Quizás él no podía ya contarme los secretos que anidaron en su cabeza en aquellos años, pero quizás alguien cercano a él…

Conseguir el teléfono de la familia de una persona que ha fallecido es relativame­nte sencillo si la suerte te acompaña. Más fácil si es hombre que mujer, pues todavía en una gran parte de las familias españolas los teléfonos se registran a nombre del progenitor. Así que busqué el número de Joaquín Madolell, que había fallecido hacía escasos meses, y lo marqué.

Una voz amable, desconcert­ada, sin duda su viuda Dolores, me pasó con su hijo Alberto.

–Sí, mi padre fue Joaquín Madolell y es la persona que engañó a los rusos en los años 60. No sé qué voy a poder contarle, porque mi padre era muy reservado.

–Ya tengo la informació­n sobre la “Operación Rinaldi”. Lo que quiero es que me hable de su padre, cómo era, qué sentía cuando se enfrentaba al inmenso poder del espionaje ruso…

–No sé si podré ayudarle mucho, pero lo que sí le puedo decir es que mi padre me dijo que ellos no la llamaban así. Ellos hablaban de “Operación Mari”, en referencia a Madolell-Rinaldi.

Conocí a Alberto Madolell en una cafetería cercana a los madrileños juzgados de Plaza de Castilla. Simpático, bonachón, listo y familiar, acudió a verme porque quería un montón a su padre y deseaba que la historia que contara le hiciera justicia.

–Cuando acabó la infiltraci­ón se escondió en Turín. Sentía que le podían perseguir y era lo normal. Nos contó que “lo raro es que en ese momento no tomaran represalia­s contra mí, porque todo salió bien desde el principio hasta el fin”.

Alberto siente admiración por su padre. A veces consiguió ponerme la piel de gallina.

–Uno de sus últimos destinos fue en la Junta de Educación Física. Era un gran amante del deporte. Cada año revalidaba el título de paracaidis­ta hasta que a los 58 años se pegó una leche, se destrozó la rodilla y se le acabó…Los rusos se portaron bien con él y hablaba bien de ellos. Pero a los traidores como Rinaldi no les soportaba.

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