EL SIEP, UN SERVICIO SECRETO REPUBLICANO IMPROVISADO
La Guerra Civil pilló a contrapié a los contendientes de ambos bandos en el tema del espionaje. Los republicanos crearon a lo largo del conflicto tres servicios: el SIM, el Servicio de Investigación Militar, que era el más importante y se ocupaba de lo que ocurría en España, que para ellos era lo básico; el SIEE, el Servicio de Información Exterior del Estado, que actuaba en el extranjero y tenía una mayor presencia en Francia, aunque sus resultados fueron escasos; y el SIEP en el que trabajaba Ramón Rufat, el Servicio de Información Especial Periférico, que se dedicaba a buscar información en las zonas controladas por los rebeldes.
Todos contaron con el gran inconveniente que supuso la presencia del servicio secreto soviético, empeñado en que sus ideas comunistas fueran respetadas por todos los partidos de ese bando. Pero también lo distorsionó todo la misma obsesión de muchos de los dirigentes y combatientes republicanos en defender sus ideologías. Esta lucha hizo que muchos antepusieran purgas internas en vez de centrarse en combatir al enemigo franquista.
El SIEP fue un servicio improvisado, que sobre la marcha tuvo que adoptar unos criterios de actuación sobre un tema del que lo desconocían casi todo. Su sede central estuvo inicialmente en la madrileña calle de Ayala 47, una sede lógicamente secreta que nadie conocía. Algo que intentaron aplicar a la identidad de sus agentes. Solo la absoluta clandestinidad podía llevarles a moverse en territorio enemigo con ciertas garantías. De hecho, cuando les pillaron, como en el caso de Rufat, fue por delaciones de compañeros.
Como cualquier servicio secreto que se levanta durante una guerra interna en un país, los altos cargos del SIEP consideraron imprescindibles que sus agentes fueran personas con una adhesión inquebrantable a la república. De hecho, en el documento que debían firmar antes de ingresar, los agentes debían prometer por su honor “y mi fe antifascista” mantener el secreto sobre todas sus actividades. Solo al ser sometidos a duros interrogatorios algunos violaban ese juramento.