Los diez mandamientos Luis Rosales

Tenía 26 años cuando mataron a su amigo Federico García Lorca, que se había escondido en su casa de Granada (“mi padre vivió con la tristeza de no poder salvar a Lorca", explicó su único hijo). Tenía buenos versos publicados en revistas y un libro prodigioso, Abril, que vio la luz un año antes de que estallara la guerra. El golpe de Estado de julio de 1936 lo cambió todo: el cainismo rompió España y la poesía quedó postrada en ese lecho de sangre. Adscrito a la generación de 1936 –con Panero, Vivanco y, según algunos, Miguel Hernández–, su cumbre más alta fue La casa encendida (1949), escrita en verso libre y pulida varias veces a lo largo de los años.

Como ensayista, estudió el Barroco, la obra de Cervantes, a los grandes poetas del Siglo del Oro y a sus contemporáneos, y se interrogó por el misterio de la pintura y la música. Luis Rosales completó un palmarés envidiable de premios, incluido el Cervantes en 1982, pero el crédito popular que sin duda merecía le fue escamoteado: el franquismo lo silenció primero y, durante años, tronó la mentira de su responsabilidad en el crimen de Lorca.

Discípulo de Ortega y Unamuno, lector de Kafka y Sartre, poeta de la conciencia y de lo cotidiano, ensambló en sus versos la belleza y la espiritualidad para brindarnos una obra plena de sentido y coherencia, con un dominio pasmoso de la forma métrica. El 25 de octubre de 1992, el periódico ABC llevaba su rostro en portada con este titular: “Luis Rosales ya está en la casa encendida”./A.F.D.