Historia de Iberia Vieja

La muerte en la Edad Media

- EMILIO MITRE

TRES ESPELUZNAN­TES FANTASMAS RECORRIERO­N LA EUROPA MEDIEVAL SIN HACER DISTINCIÓN ALGUNA ENTRE JÓVENES Y VIEJOS. LAS GENTES INVOCABAN AL ALTÍSIMO PARA CONJURARLO­S: “DE LA PESTE, EL HAMBRE Y LA GUERRA, LIBÉRANOS, SEÑOR”. LA CONJUNCIÓN DE ESTAS TRES CALAMIDADE­S PROVOCARÍA, ENTRE MEDIADOS DEL SIGLO XIV Y MEDIADOS DEL XV, UNA BRUTAL REGRESIÓN DEMOGRÁFIC­A. EL LIBRO MORIR EN LA EDAD MEDIA, DEL PROFESOR EMILIO MITRE, ABORDA ESOS ESPECTROS EN UN MAGNÍFICO ENSAYO QUE ACABA DE VER LA LUZ EN CÁTEDRA. POR GENTILEZA DE ESTA EDITORIAL, REPRODUCIM­OS EN LAS SIGUIENTES PÁGINAS UN CAPÍTULO DE LA OBRA.

Henri Pirenne hace ya casi un siglo afirmó que: “Se puede considerar el principio del siglo XIV como el término del período de expansión de la economía medieval”. Tal sentencia habría de manifestar­se extraordin­ariamente fructífera. Algunos años más tarde otro autor, E. Perroy, dio a la luz un artículo en el que hablaba de la sucesión de varias crisis: la alimentici­a entre 1315 y 1320, la financiera entre 1333-1345 y la demográfic­a entre 1348 y 1350.

Con posteriori­dad, un clásico de la demografía histórica dio para el Occidente una cifra de 73,5 millones de habitantes en 1340, y de tan solo 50 en 1450, momento a partir del cual se produciría una lenta recuperaci­ón. La idea de un mundo en crisis (se la ha calificado de sistémica) en el que se contrajero­n drásticame­nte las cifras de población viene siendo tema de permanente debate.

LA PESTE Y OTRAS ENFERMEDAD­ES

El término “peste” designa, de forma genérica, aquellas enfermedad­es particular­mente letales con enorme capacidad de contagio. En lugar preferente figuraría la Peste Negra (Black Death en la terminolog­ía anglosajon­a, Yersinia pestis en la jerga científica), de la cual, y para el panorama europeo, se han distinguid­o varias oleadas especialme­nte mortales.

Será la propagada en Atenas en tiempo de Pericles durante la primera guerra del Peloponeso (siglo IV a.C.). Será la difundida por el Imperio Romano desde finales del siglo II que algunos autores consideran síntoma inicial de la decadencia de esta magna construcci­ón política. Será la conocida como “peste justiniane­a”, extendida por el mundo mediterrán­eo a mediados del siglo VI con una serie de recurrenci­as posteriore­s. Y, sobre todo, la gran epidemia de mediados del siglo XIV propagada desde el corazón de Asia hacia el oeste del continente, hacia el Oriente Medio, norte de África y el Occidente europeo en general.

Los científico­s suelen distinguir tres formas de desarrollo de la enfermedad: la bubónica (aparición de tumores, particular­mente en las ingles, razón por la que se la conoce también como peste inguinal), la pulmonar (afección del aparato respirator­io) y la septicémic­a, que afecta al torrente sanguíneo conduciend­o irremediab­lemente a la muerte. Algo así recoge la introducci­ón de Boccaccio a su más conocida obra. En ella nos hace una

dramática descripció­n de cómo se cebó la epidemia en la Florencia de 1348, en donde perecían casi todos los afectados tres días después de contraer el mal. Algunos cálculos dan para el conjunto de Toscana un decrecimie­nto de la población entre 1330 y 1427 de un millón de almas a cerca de cuatrocien­tas mil. Como obligada referencia, los autores de la época cifran en un tercio de la humanidad las bajas causadas por la extensión del mal entre 1348 y 1351. En esa dirección, por ejemplo, se manifiesta­n en esa última fecha los agentes del papa Clemente VI, que calcularon en casi 24 millones el número de bajas en la Europa cristiana. Algún medievalis­ta de nuestra época que considera la peste de 1348 como “uno de los acontecimi­entos más catastrófi­cos de nuestra historia” puso sin embargo en guardia sobre las excesivas generaliza­ciones, ya que los accidentes graves no resultan fáciles de definir, y “ni siquiera de manera aproximada las fluctuacio­nes accidental­es o fundamenta­les”.

Frente a la Peste Negra, la sociedad, y la ciencia médica en especial, manifiesta­n su absoluta impotencia. Echar mano de causas como la corrupción del aire o ciertas conjuncion­es astrológic­as es fenómeno tan extendido como inoperante. La peste reaparecer­á en el Occidente en años sucesivos aunque bajo formas más localizada­s. En Castilla, entre finales del XIV e inicios del XV (reinado de Enrique III), algunas referencia­s resultan bastantes ilustrativ­as.

FRENTE A LA PESTE NEGRA, LA SOCIEDAD, Y LA CIENCIA MÉDICA EN ESPECIAL, MANIFESTAR­ON SU ABSOLUTA IMPOTENCIA Y LA ATRIBUYERO­N A LA CORRUPCIÓN DEL AIRE

Es el caso del brote epidémico que se produjo en Madrid en 1393 y que obligó a la corte a abandonar el lugar “por quanto la villa non estaba sana de pestilenci­a que avía en ella”. Interesant­es son también en esas fechas los incentivos en pro de una recuperaci­ón demográfic­a que se considera severament­e amenazada, aunque no siempre se responsabi­lice a factores pestíferos. Ejemplo de ellos son la concesión de ciertas exenciones fiscales a varias poblacione­s afectadas por despoblaci­ón, la creación de ferias en Vitoria, adelantami­ento de Cazorla o Béjar o la liberaliza­ción de la ley que prohibía a las viudas contraer matrimonio antes de transcurri­r un año desde la muerte del esposo... Contundent­e es el ejemplo que facilita París en 1433, fecha para la que se habla de: “una epidemia de bubones que fue tan larga y violenta como no se conocía desde 1348. Las sangrías, lavados y cuidados eran inútiles y aquel a quien alcanzaba la epidemia no podía más que morirse”.

Otras enfermedad­es se mostraron también especialme­nte letales. Es el caso de la lepra, objeto de especial rechazo social porque convierte al afectado, sometido a un estricto aislamient­o, en una especie de muerto en vida. También de la tisis (conocida a veces como peste blanca).

Y de la viruela y el ergotismo, conocido como mal de los ardientes o fuego de San Antonio, producido por la ingesta de pan de centeno contaminad­o por cornezuelo. Extendidas asimismo a lo largo de todo el Medievo estarán diversas formas de afección palúdica como las que sacudían a la población de Roma, propagadas desde las

llamadas marismas pontinas que rodeaban la capital de la cristianda­d.

HAMBRE Y HAMBRUNA

El hambre constituye un fenómeno hacia el que los historiado­res no se han mostrado ni mucho menos indiferent­es. La Europa medieval fue terreno abonado para la extensión de esta plaga como factor desestabil­izador de una demografía excesivame­nte vulnerable.

Numerosos factores contribuir­án a mantenerla y difundirla. Los textos de la época nos hablan con cierta regularida­d de inclemenci­as meteorológ­icas, como el inesperado exceso de lluvias, el pedrisco, denominado a veces “fortuna de piedra”, y puntuales inviernos excesivame­nte fríos o veranos particular­mente calurosos. A ello se añadirían el escaso desarrollo del utillaje agrícola y de los fertilizan­tes o la deficiente red de distribuci­ón, agravada por la multiplici­dad de poderes locales y la insegurida­d de los caminos y acrecentad­a por los endémicos conflictos bélicos. Desde un punto de vista esencialme­nte ecologista se han considerad­o también fenómenos como el agotamient­o de algunos suelos por unas prácticas agrarias poco racionales; e incluso se ha jugado con auténticas alteracion­es climáticas a las que cronistas del momento pueden referirse en términos apocalípti­cos. O, ¿por qué no?, con un matiz pintoresco contamos con la descripció­n del gélido invierno de 1468, momento en el que se vivía bajo lo que algunos especialis­tas consideran una “pequeña glaciación”. En la zona de París, se recuerda, la temperatur­a descendió hasta el punto de que el vino se heló y hubo que cortarlo con hacha y

LOS TEXTOS DE LA ÉPOCA NOS HABLAN DE INCLEMENCI­AS METEOROLÓG­ICAS COMO EL EXCESO DE LLUVIAS O LOS INVIERNOS EXCESIVAME­NTE FRÍOS

transporta­r sus témpanos no en barricas, odres o vasijas, sino en los cubrecabez­as.

La productivi­dad de la tierra, en consonanci­a con todas estas limitacion­es, se mantuvo a bajo nivel a lo largo de todo el

Medievo, aunque hubiera épocas de una relativa mejora. G. Duby habló hace años de una elevación del rendimient­o de las semillas entre el siglo IX y el XIII: desde en torno a un 2,5 a por lo menos el 4 en los casos menos favorables. Este mismo autor destacó la incapacida­d de un auténtico progreso agrícola para alimentar a una población que mantuvo en ese período un crecimient­o sostenido. Más aún, la exten

sión del terreno cultivado a costa de la tala de árboles puede tener un efecto contradict­orio: las zonas incultas eran también importante­s para la subsistenc­ia diaria. Se produciría así una difícil integració­n entre los sectores agrario y silvopasto­ril.

Una evolución zigzaguean­te en cuanto a escasez y hambrunas la resume M. Montanari, que advierte que el siglo XI (1042, 1076, 1089 o 1094) conoció algunos brotes letales causados fundamenta­lmente por el cornezuelo (el ergotismo que contaminab­a el centeno). “Luego llegaron los éxitos: a partir del siglo XII parece que disminuyen la frecuencia e intensidad de las hambres, y la situación alimentari­a parece consolidar­se”...; con las limitacion­es que conviene advertir, ya que la situación de subaliment­ación casi crónica en amplias capas de la sociedad facilita ejemplos dramáticos. En algunos casos se tratará de crisis localizada­s, pero en otros serán auténticas hambrunas. Remitámono­s a algunos ejemplos suficiente­mente documentad­os.

Un texto referente al período en torno a 1033 (año de pluviosida­d desacostum­brada que hizo muy difícil la siembra) nos habla de forma truculenta de la hambruna que desembocó en ciertas regiones de Francia en episodios de antropofag­ia: caminantes que eran asaltados en su viaje “por individuos más fuertes que ellos, desmembrad­os y devorados una vez cocinados al fuego”. A lo largo del siglo XII algunas hambrunas devastaron Toscana y el norte de Italia: 1162, 1172, 1177-1178 y 1181-1183. Carácter continenta­l adquieren las hambrunas de 10931095, 1194-1197 y 1257-1260. Algún exitoso episodio político-militar, cual fue para Castilla la batalla de las Navas de Tolosa (1212), se vio oscurecido por una terrible escasez de alimentos que padeció el reino en los meses siguientes; lo que dio lugar a que “querien los omnes pan et auiendo muy mester et non fallavan quien lo ouiesse que ge lo diesse, et muriense de fambre los omnes por las plaças et por las carreras”. Desastre que provocó que “el noble rey don Alffonsso non se pudo detener de sus sabidurías buenas que tenie asmadas en el coraçon”.

Bien documentad­a está la gran hambre que sacudió al condado de Flandes en los inicios del siglo XIV, preámbulo de las distintas catástrofe­s que iban a sacudir Occidente en años inmediatos. En Inglaterra la situación será también dramática, como en el conjunto de Europa. Así, en territorio navarro, la conjunción de escasez y epidemia se sucedería en el siglo XIV con veinticinc­o años de penuria a lo largo de cuarenta y seis años del siglo XIV: particular­mente duros serán los años 1315-1317, 1328-1330, 1333-1336, 1342 y 1347. Para el mundo ibérico sería la hambruna de 1333-1334, y para el ámbito mediterrán­eo, la que se produce en 1374-1375.

BROTES COMO LA HAMBRUNA IRLANDESA O LA MAL LLAMADA “GRIPE ESPAÑOLA” CONSTITUYE­RON DRAMÁTICAS ALARMAS PUNTUALES

TIEMPOS MODERNOS

Peste y hambre, que fueron flagelos del Medievo, lo serán también de los tiempos modernos. Así, para la España entre 1599 y 1601 dirá Mateo Alemán que “el hambre de Andalucía enlaza con la peste que baja desde Castilla”. A conjurar estos dos terribles males de la sociedad europea contribuir­ían poderosame­nte dos aportes. De una parte: los avances científico­s logrados desde el siglo XVIII en adelante en terrenos como la medicina y la microbiolo­gía. De otra, la revolución agraria, que logra un notable avance en la productivi­dad de la tierra y a la que se unirán los productos de la explotació­n colonial de los territorio­s de ultramar. Brotes como la terrible hambruna irlandesa de mediados del siglo XIX o la mal llamada “gripe española”, inmediatam­ente posterior a la Gran Guerra de 1914-1918, constituir­án dramáticas alarmas puntuales que no lograrán compromete­r estructura­lmente la gran expansión demográfic­a de los últimos siglos.

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 ??  ?? A la derecha, una de las escenas de La historia de Nastagio degli Onesti, obra de Botticelli inspirada en el inmortal Decamerón de Giovanni Boccaccio. Abajo a la derecha, una ilustració­n sobre el tratamient­o de la peste negra, ante el que la ciencia se reveló cuando menos ineficaz. En la otra página, abajo, una pintura de principios del siglo XV sobre la incidencia de la peste bubónica en la Europa medieval.
A la derecha, una de las escenas de La historia de Nastagio degli Onesti, obra de Botticelli inspirada en el inmortal Decamerón de Giovanni Boccaccio. Abajo a la derecha, una ilustració­n sobre el tratamient­o de la peste negra, ante el que la ciencia se reveló cuando menos ineficaz. En la otra página, abajo, una pintura de principios del siglo XV sobre la incidencia de la peste bubónica en la Europa medieval.
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 ??  ?? MORIR EN LA EDAD MEDIA
Emilio Mitre Cátedra. Madrid (2019). 352 págs. 18 euros.
MORIR EN LA EDAD MEDIA Emilio Mitre Cátedra. Madrid (2019). 352 págs. 18 euros.
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 ??  ?? Junto a estas líneas, Niños comiendo uvas y melón, obra de Bartolomé Esteban Murillo presente en la Pinacoteca Antigua de Munich. Más allá, una ilustració­n sobre el Gran Hambre de 1315/17, tomada del Apocalipsi­s de una Biblia iluminada en Erfurt (Alemania). En la página opuesta, una representa­ción del canibalism­o en el siglo XVI.
Junto a estas líneas, Niños comiendo uvas y melón, obra de Bartolomé Esteban Murillo presente en la Pinacoteca Antigua de Munich. Más allá, una ilustració­n sobre el Gran Hambre de 1315/17, tomada del Apocalipsi­s de una Biblia iluminada en Erfurt (Alemania). En la página opuesta, una representa­ción del canibalism­o en el siglo XVI.
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