LA (GUERRERA) VIRGEN DE COVADONGA
› Las apariciones de vírgenes y santos para auxiliar a los cristianos en el período de la Reconquista son muy recurrentes. La intervención del apóstol Santiago el Mayor fue decisiva para que Ramiro I de Asturias derrotara a los musulmanes en Clavijo (aunque aquella batalla tuvo poco de real y mucho de legendario).
La batalla de Covadonga tiene también su historia de intercesiones, que implica esta vez a La Santina, la Virgen que, según la Crónica Albeldense, devolvía las piedras que arrojaban los enemigos contra su cueva y los exterminaba de este modo. Muchos ríos de tinta han corrido sobre este milagro, que Claudio Sánchez Albornoz despoja de su encanto cuando explica que lo más probable es que las piedras y flechas de los musulmanes no siempre acertaran en su objetivo y, al rebotar en las rocas, cayeran luego sobre ellos mismos. Dice el sabio: “No era necesario el auxilio divino para este esporádico, sencillo y natural fenómeno de reflexión”, hiperbolizado por una fe que quiso ver en la mano de la Providencia el destello primero de la Reconquista.
La talla de la Virgen a la que los peregrinos rinden culto en el concejo de Cangas de Onís no es la primitiva. Un incendio arrasó el templo el 17 de octubre de 1777 y transmutó sus tesoros en cenizas, si bien aquella imagen tampoco era la tosca escultura románica fundacional. La actual data del siglo XVI y preside su trono desde que el santuario fuera inaugurado a comienzos del pasado siglo. Durante la Guerra Civil asistió a sus años más convulsos, cuando en septiembre de 1937 zarpó a París, en cuya embajada española vivió “exiliada” hasta el fin del conflicto, cuando pudo retornar a España.
Tampoco la Cruz de la Victoria, que según la tradición, una vez más equivocada (el carbono 14 ha confirmado que la pieza es posterior a la batalla asturiana), la Virgen entregó a Pelayo con el anuncio de su triunfo, lo ha tenido fácil. Víctima de los revolucionarios de 1934 y de un robo en 1977, sus sucesivas restauraciones le han hecho perder el valor que le confería su antigüedad.
La versión Rotense extiende este relato, adornándolo con tintes épicos y melodramáticos. El musulmán Munuza manda en Gijón. Allí, desea a la hermana de Pelayo, para lo cual envía a este a Córdoba con una misión que lo aparte de la ciudad y le deje las manos libres. Pelayo regresa y no acepta el matrimonio, negativa que desata la ira de Munuza. Desde Córdoba, el gobernador Tariq envía a su subordinado tropas para arrestar al hermano contrariado, pero éste huye a las montañas y se refugia en una caverna inaccesible del pico Auseva. Pelayo reúne a las poblaciones autóctonas en asamblea y acaba siendo elegido líder de la revuelta. La reacción musulmana es inmediata: “Vinieron con todo su ejército de 187.000 hombres con
PELAYO REÚNE A LAS POBLACIONES AUTÓCTONAS EN ASAMBLEA Y ACABA SIENDO ELEGIDO LÍDER DE LA REVUELTA. LA REACCIÓN MUSULMANA ES INMEDIATA
toda clase de armas e impedimentos y entraron en Asturias”. En esa hueste iba al mando el musulmán Alkama y el obispo cristiano Oppa de Toledo para tratar de negociar una rendición, pero el diálogo fracasa. Se libra un combate atroz que, gracias a la ayuda divina, favorece a los insurgentes: “Rápidamente, el obispo Oppa fue apresado y Alkama muerto. Y en aquel mismo lugar fueron muertos 124.000 caldeos. Pero 63.000 que se retiraron subiendo por la altura del monte Auseva, descendieron a Liébana” donde quedaron aplastados por un alud. Recuerda el autor que, cada año, “cuando el río se desborda, se ven claramente muchos restos” de armas y huesos, un suceso que compara bíblicamente con el mar Rojo y el ahogamiento de los egipcios durante la persecución de los hijos de Israel.
Por último, la crónica Sebastianense omite el episodio de faldas entre Pelayo y Munuza. El redactor de esta versión hace de Pelayo uno de los godos que huyeron al norte de la Península en cuanto penetraron en ella los musulmanes: “De los que quedaron de real estirpe, unos se fueron a Francia y otros muchos a este territorio de los asturianos y eligieron para sí como
EL AUTOR DE LA CRÓNICA SEBASTIANENSE HACE DE PELAYO UNO DE LOS GODOS QUE HUYERON AL NORTE EN CUANTO PENETRARON LOS MUSULMANES
príncipe a Pelayo, hijo del duque Favila, que era de ascendencia real”. A partir de este punto, el resto de la historia, protagonistas, diálogos y enfrentamiento coincide en término generales con la descripción registrada por el Rotense.
EXAGERACIONES, ANACRONISMOS Y SILENCIOS SOSPECHOSOS
A la falta de concordancia entre las fuentes más cercanas a la vida de Pelayo, debemos sumar algunos silencios sospechosos. Por ejemplo, la denominada Crónica mozárabe de 754 constituye la fuente cronológicamente más próxima a los hechos atribuidos al caudillo asturiano. Probablemente fue redactada por un mozárabe cristiano que se dedicó a narrar la caída del reino visigodo y el dominio musulmán hasta mediados del siglo VIII. Sin embargo, en ningún momento este autor alude explícitamente al godo rebelde ni su victoria en Covadonga ocurrida entre el 718 y 722.
A LA HORA DE REVISAR LOS DIFERENTES PROTAGONISTAS INVOLUCRADOS, AFLORAN NUMEROSOS ANACRONISMOS
Una omisión muy llamativa viniendo de un texto que no regatea sentimientos a la hora de expresar, con hondo dolor, su desesperanza, conmoción y preocupación por “la ruina de España”.
Este vacío documental ha llevado a decir –en una reciente entrevista para el diario La Nueva Crónica– al medievalista José Luis Corral, catedrático de la Universidad de Zaragoza, que Covadonga fue una “falsa batalla”. Sostiene Corral, entre otras razones, que “la crónica mozárabe escrita veinte años después de la presunta batalla y muy interesada en mostrar que no hubo acercamientos entre cristianos y musulmanes, sin embargo, no cita ni una sola vez la batalla de Covadonga”.
Por otro lado, a la hora de revisar los diferentes protagonistas involucrados en la contienda, afloran numerosos anacronismos de imposible justificación. El mencionado gobernador musulmán de Córdoba, Tariq, quien enviara según la versión Rotense hombres armados para apresar a Pelayo, no podía ejercer dicho