UN MONARCA RODEADO DE INCÓGNITAS
Se han escrito miles de libros y artículos sobre la figura de Keops y sobre
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la obra que lo hizo inmortal, pero, paradójicamente, la biografía de Keops sigue siendo un enigma, pues es muy poco lo que sabemos con certeza sobre este fascinante personaje, segundo faraón de la IV dinastía.
De hecho, las fuentes documentales y los hallazgos arqueológicos contemporáneos que se refieren a él son muy escasos, y el resto de documentos antiguos que abordan su figura fueron escritos, en su mayoría, por historiadores griegos y egipcios que vivieron cuando Keops ya llevaba más de dos mil años acompañando a Osiris en el reino celeste. Si hiciéramos caso, por ejemplo, de lo que él nos cuenta el griego Heródoto (siglo V a.C.) pensaríamos que Jufu (ese era su auténtico nombre, pues Jeops o Keops es una helenización que popularizó precisamente el antiguo historiador de Halicarnaso) fue un auténtico tirano que esclavizó a su pueblo para satisfacer sus ansias megalomaníacas: "Quéope (…) echó a perder un estado tan floreciente. Primero cerró los templos, prohibió a los egipcios sus acostumbrados sacrificios y ordenó después que todos trabajasen para él». Una imagen similar dibujaron autores posteriores como Plinio el Viejo o Sexto Julio Frontino, quienes trataron de menospreciar a las pirámides tildándolas de «frívolas» o «absurdas muestras de ostentación real". En la actualidad, los egiptólogos consideran estas valoraciones como difamaciones de unos autores que, además de ser hijos del pensamiento de su época, únicamente habían tenido a su disposición fuentes anticuadas y poco fiables. De hecho, todo parece indicar que en realidad la consideración que tuvo Keops fue generalmente positiva, incluso hasta el Período Tardío.
Una de las “claves” astronómicas de las
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pirámides de Guiza consiste en que están orientadas perfectamente a los cuatro puntos cardinales, con una precisión tan ajustada que ha sorprendido a los investigadores desde hace más de un siglo. En los últimos años, esta circunstancia ha llevado a algunos estudiosos a enfocar sus investigaciones desde una perspectiva arqueoastronómica, a veces generando no pocos debates entre los especialistas.
La cuestión despertó escaso interés entre los egiptólogos durante el siglo XX hasta que, a finales del año 2000, la doctora Kate Spence publicó un interesante artículo en la revista Nature, en el que se atrevía a apuntar una nueva hipótesis sobre la cuestión. Spence, profesora en la prestigiosa universidad británica de Cambridge, examinó cuidadosamente todos los datos a su alcance y, con ayuda de sofisticados programas informáticos, llegó a la conclusión de que los antiguos egipcios realizaron el alineamiento tras observar detenidamente los movimientos de dos estrellas de la región norte del firmamento, Kochab (en la Osa Menor) y Mizar (en la Osa Mayor).
Según Spence, los constructores de las pirámides descubrieron que cuando una de estas estrellas estaba “sobre la otra”, la línea imaginaria que las unía señalaba directamente al norte. Además de la importante información aportada por Spence, su artículo jugó otro papel clave, pues logró reavivar el interés por la arqueoastronomía, en un momento en el que escaseaban los trabajos al respecto.
Sin embargo, su hipótesis no quedó ahí, pues otros investigadores han matizado o ampliado sus conclusiones. Uno de ellos es el español Juan Antonio Belmonte, investigador del Instituto Astrofísico de Canarias y un destacado especialista en arqueoastronomía. Tras analizar los datos de Spence, y apoyándose en referencias sobre la ceremonia conocida como “tensado de la cuerda” y en la observación de la ubicación actual de la Estrella Polar en relación a varias estrellas de la Osa Mayor, Belmonte propuso una variante a la hipótesis de la experta británica. En su opinión, la orientación tan precisa de las pirámides «podría haberse conseguido mediante la observación del tránsito meridiano» de Phekda y Megrez, dos estrellas del “Carro”, que, al ser unidas por una línea imaginaria, apuntaban directamente a la estrella que “actuaba” como Polar a mediados del tercer milenio a.C., época de construcción de las pirámides.
La ceremonia del “tensado de la cuerda” se representó en numerosas tumbas y piezas egipcias, y en dicha escena aparecía
el faraón acompañado por Seshat (diosa de la escritura) mientras estiraban una cuerda sujeta a dos varas. Este rito, cuya celebración está documentada ya en la época de la I Dinastía, tenía como objeto obtener el eje de orientación de un templo a construir. Durante su realización se tomaba como referencia una región del firmamento llamada Meskhetyu –“Pata de Buey”–, que se correspondería con las siete estrellas más brillantes de nuestra Osa Mayor. Por desgracia, no sabemos con exactitud qué estrella concreta se utilizaba para realizar la orientación, pues las referencias no son lo suficientemente explícitas, a pesar de que, en algunos casos, como en la representación existente en el templo de Hathor en Dendera, se cita a Aj Msjtyw, “la brillante de la Pata de Buey”.
Interesado por la orientación de las pirámides, el matemático italiano Giulio Magli, profesor de la Universidad Politécnica de Milán, decidió profundizar en las curiosas características astronómicas de Guiza. Para ello, analizó varios alineamientos conocidos de las pirámides y descubrió otros nuevos. Tiempo antes, durante una campaña de investigación, el egiptólogo Mark Lehner se había percatado de que, en el solsticio de verano, el sol poniente queda “enmarcado” por las pirámides de Keops y Kefrén. Esta circunstancia podía ser una alineación más, de no ser porque, para un observador que contemplara el fenómeno en la época de las pirámides, la imagen tenía un significado muy concreto: la figura formada por el sol entre el horizonte, enmarcado por las dos pirámides, era idéntica al jeroglífico Akhet, que significa “horizonte”. Si tenemos en cuenta que algunas inscripciones mencionan a la Gran Pirámide como Akhet Khufu (“El horizonte de Keops”), no parece haber duda sobre la intencionalidad del mensaje simbólico. Se trata de una espectacular hierofanía (una manifestación de lo sagrado), cuya intención era, precisamente, remarcar que el horizonte “pertenecía” a Keops.
Teniendo en cuenta éste y otros detalles, Magli propuso una desconcertante hipótesis: Kefrén podría no haber sido el constructor de la pirámide que se le atribuye. Además, proponía también una cronología inversa; es decir, la pirámide de Kefrén podía haber sido anterior en algunos años a la de Keops.
Tras comentar con Belmonte dicha propuesta, el investigador español y sus colegas egipcios plantearon una nueva hipótesis, que parecía más acertada para explicar la llamativa hierofanía del jeroglífico Akhet “en tres dimensiones”: ambas pirámides, la de Keops y la de Kefrén, así como la Esfinge y los templos cercanos, pudieron haber sido en realidad parte de un proyecto único, ideado por Keops para crear ese potente mensaje simbólico, del mismo modo que su padre, Snefru, había erigido dos pirámides en Dahshur. Habría sido años después cuando Kefrén se habría atribuido para sí la propiedad de la pirámide que lleva hoy su nombre…