TOLEDO, CAPITAL EUROPEA DE LA MAGIA
Cuando en el contexto de la cruzada contra › los Cátaros, fue inaugurada la universidad de Tolosa el año 1229 para divulgar el pensamiento antiherético en la región, Hélinand, monje cisterciense de Froitmont, pronunció el siguiente discurso: “Mientras que otros muchos se empecinan en enriquecerse, los maestros y los escolares recorren las ciudades y el mundo entero para convertirse en eruditos y en lo que se suele llamar sabios. Pero esta sabiduría en buen número de casos equivale a locura. En efecto, de estos estudios que se fijan siempre nuevas metas, sin alcanzar nunca la verdad, de esta ciencia o de esta sabiduría que en nada ayuda a la salvación, ¿qué se puede sacar, sino locura?... Sucede que en la actualidad los jóvenes buscan las artes liberales, en Orleáns las autoridades, en Bolonia los códices, en Salerno los remedios, en Toledo los demonios. En parte alguna buscan la virtud... La verdadera ciencia es la ciencia de los santos. Las letras no son la verdadera ciencia como tampoco el oro y la plata son la verdadera riqueza”. Hélinand consideraba como tantos otros intelectuales europeos que Toledo era la capital de la magia demoniaca en aquellos momentos. A esta idea contribuyeron además algunos relatos de gesta muy populares como la saga artúrica. Wolfram von Eschenbach en su Parzival incluyó, dentro de la ficción, a “Kyot, el famoso maestro”, que “encontró en Toledo el texto originario de esta historia (la del Grial), olvidado en algún rincón y escrito en árabe. Antes tuvo que aprender los signos mágicos, sin estudiar el arte de la magia negra (nigromancia). Le ayudó su fe cristiana, pues, si no, esta historia sería aún desconocida. Ningún saber pagano nos puede revelar la esencia del Grial ni cómo se descubrió su secreto”.
Otro autor, el prior cisterciense Cesáreo de Heisterbach hacia 1223-1224, fue todavía más lejos en sus narraciones extraordinarias y divulgó que la ciudad del Tajo estaba repleta de estudiantes procedentes de distintos lugares de Occidente entregados a la instrucción de la nigromancia. Aseveró que había numerosos expertos nigromantes habitando la ciudad y su reputación era bien conocida por el resto de vecinos, a los que no parecía molestarles demasiado. Los inquietos recién llegados buscaban a esos mentores mágicos, algo que no siempre les resultaba fácil. El maestro acostumbraba a tomar a uno de esos viajeros como discípulo y le impartía una enseñanza muy personalizada. Otras veces en cambio, el instructor contaba con un grupo de alumnos. De un modo u otro, el magisterio se realizaba en la casa del preceptor y no parecía haber una escuela como tal de la que un conjunto de formadores se hiciera cargo. La enseñanza, sin ser del todo clandestina, puesto que se efectuaba en el ámbito doméstico, no transcurría en lugares alejados de la ciudad. Tampoco contaba con un recinto o edificio concreto de referencia y por todos conocido. La formación se sustentaba
en la exposición oral del mago, pero también en la lectura de tratados entregados al alumno, además de la ejecución de ciertos rituales guiados por el profesor. Según Cesáreo de Heisterbach, estos escolares, una vez adiestrados, regresaban a sus países de origen para poner en práctica los conocimientos adquiridos. No obstante, los maestros en ocasiones salían al extranjero e incluso consideraba que algunos fundaban nuevas escuelas de magia, incrementando así la red de centros consagrados a las artes diabólicas por Europa. El hecho de que tras la constitución de estas escuelas estuviera un antiguo alumno formado en Toledo, otorgaba una impronta especial y un sombrío prestigio a la nueva fundación. En virtud de estos y otros relatos análogos protagonizados por Toledo, la nigromancia terminó identificándose como arte toledana.