LOS OJOS DE MADRID
A PARTIR DE 1881 EL REALISMO DE GALDÓS se hizo menos dogmático y más humano. Dejaron de aparecer en sus novelas, de manera tan aplastante, los asuntos políticos y sociales –aunque siguieron presentes, siempre desde una perspectiva liberal y progresista– para prestar más atención a los ambientes madrileños y a sus personajes. Si antes sus personajes eran más bien estereotipos que encarnaban una idea, ahora es el análisis de tipos lo que más le interesa. En este sentido, como escribe Alberto de Frutos en su Breve historia de la literatura española (Nowtilus, 2016), “el autor canario fue también un penetrante testigo de su tiempo, que comprendió como pocos las posibilidades que ofrecía la clase media, ‘el gran modelo, la fuente inagotable’”. Destacan especialmente El amigo Manso (1882), La de Bringas (1884) Fortunata y Jacinta (188687), adaptada como serie por TVE en 1980, fotograma en la otra página,y Miau (1888).
Más adelante se desvinculó de ese estilo tan realista para dejar paso a un naturalismo (una exageración de las formas realistas) de marcado cariz espiritualista, como puede apreciarse en Ángel Guerra (1890-91), Nazarín (1895), llevada al cine por Luis Buñuel en 1959, en la otra página, y Misericordia (1897).
Con sus diferencias, supo Galdós convertir la vida concreta de su tiempo en materia novelable, aplicando a esta realidad su capacidad de comprensión del corazón humano. No sólo le importan los ambientes físicos –que tan presentes están en su obra de una manera detallada y fotográfica–, también se interesa por conocer las almas que pueblan un Madrid lleno de contrastes. Sobre esta realidad, aplica Galdós su técnica espontánea, nada barroca ni complicada, y su individual tono narrativo, con esa mezcla de ternura e ironía que es tan habitual en sus novelas.
Murió en Madrid, el 3 de enero de 1920. Tuvo un entierro multitudinario en el cementerio de La Almudena (en el ángulo inferior derecho de la otra página). Muchos de los autores de las generaciones siguientes
escriben artículos de homenaje, entre ellos Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset.
Galdós representa, mejor que ningún otro autor de la época, el tránsito desde el Romanticismo –aunque este nunca desaparecerá de todo, al menos en poesía– hasta el Realismo. El Romanticismo es más proclive al ideal, al misterio, a la ensoñación. El Realismo, que se desarrolla como consecuencia de los cambios históricos y científicos que tienen lugar en la segunda mitad del siglo XIX, pretende contar las cosas tal como son. Para el realismo, el escritor es sólo un cronista que lleva al papel la realidad objetiva, que está al servicio de la sociedad. En este sentido, la nueva estética que propugnan los escritores realistas está alejada de los rasgos más efervescentes del romanticismo, que algunos autores redujeron al desmedido egotismo y a la sobredosis de exclamaciones formales. Los escritores realistas, y Galdós es un excelente ejemplo de esto, se documentan en la realidad, eliminando la fantasía imaginativa y mostrando ambientes y personajes reales.
Sin embargo, un simple realismo taquigráfico –reflejar sólo lo que hay en la realidad– apenas sería arte. Buena muestra de la mezcla del realismo con un cierto simbolismo, con la búsqueda de ideales, es Galdós, sobre todo en sus primeas novelas, como Marianela. Pero incluso una novela muy tardía, como Misericordia (1897), no puede considerarse, sin más, realista. Para Galdós, además, el realismo no era sólo una cuestión formal, técnica; el realismo lleva consigo una intención social que se añade a la obra de arte, que ya no es sólo un objeto de contemplación sino un medio para reformar la sociedad.