LA GENERACIÓN DEL MAESTRO
CUANDO GALDÓS EMPIEZA A PUBLICAR NOVELAS, a partir del último cuarto del siglo XIX, el panorama de la narrativa española no era especialmente valioso. El siglo XVIII ya había sido muy pobre en este aspecto. En el XIX romántico tienen éxito novelas históricas como El señor de Bembibre (1844), de Enrique Gil y Carrasco. La moda continúa bien entrado el siglo, con Amaya o los vascos en el siglo VIII (1877), de Francisco Navarro Villoslada. Contemporánea de los novelistas románticos es una autora de gran éxito en su época, aunque hoy injustamente olvidada, Fernán Caballero, pseudónimo de Cecilia Böhl de Faber, cuya obra más conocida, La gaviota (1844), está considerada como el precedente más notable de la corriente realista.
De hecho, el germen del realismo se encuentra en un género muy cultivado por algunos escritores románticos, el costumbrismo, que convierte en literatura uno de los postulados románticos: el aprecio por lo individual y por lo propio de una localidad, una comarca, una región, un país. El “cuadro de costumbres” aparece con el objetivo de destacar aquellos aspectos diferenciales y típicos. Lo popular y lo folclórico, elementos muy propios del realismo, adquieren rango literario precisamente en la literatura romántica. Los autores que más destacaron en este género, muy relacionado también con el auge del periodismo a lo largo del siglo XIX, fueron Larra (1809-1837), Mesonero Romanos (1803-1882) y Estébanez Calderón (1799-1867).
Coincidiendo casi con la Restauración, que acaba con casi diez años de turbulencia política y social, empiezan a darse obras valiosas de autores ya de edad, como Juan Valera, cuya Pepita Jiménez es de 1874; o de gente más joven, prácticamente de la generación de Galdós: Pedro Antonio de Alarcón publica
El escándalo en 1875 y José María de Pereda Sotileza en 1884; Clarín, La Regenta (1884); Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa (1886); y Palacio Valdés, Marta y María (1883).
Estos autores escriben también muy influenciados por el prestigio que han alcanzado algunos autores extranjeros, muy traducidos y leídos en España, como Honoré de Balzac (1799-1850), Charles Dickens, arriba a la izquierda, (1812-1870), Gustave Flaubert (1821-1880), a su derecha, y Fiódor Dostoievski (1821-1882), en el ángulo superior derecho, entre otros. Pero pese a esta evidente influencia, los autores españoles no imitan servilmente el realismo europeo sino que prefieren una vía más personal, de mayor apego a la geografía y las gentes de España. El realismo español se transforma casi siempre en novela regionalista, pues estos autores escriben acerca del paisaje con el que han tenido una relación afectiva mayor. Los autores más destacados del realismo eligen la novela (y también el cuento literario) como el género que mejor se adapta a sus intenciones literarias y sociales.
Cuando se inicia el nuevo siglo, con la aparición de obras de autores más jóvenes (Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Azorín, Antonio Machado, Valle-Inclán, etc., que formarían parte de la Generación del 98), Galdós es admirado y respetado, pero no es ya el centro de la vida literaria.