LA BATALLA DE NÖRDLINGEN
El 6 de septiembre de 1634, durante la guerra de los Treinta Años, se libró cerca de la ciudad bávara de Nördlingen un choque de enorme magnitud, en el que los tercios del ejército español resistieron la embestida del poderoso ejército sueco y acabaron por derrotarlo
n la madrugada del 6 de septiembre de 1634, cualquier soldado de los miles que acampaban en las cercanías de la ciudad de Nördlingen podría pensar que el choque que se avecinaba aquella jornada era un episodio más de la guerra entre católicos y protestantes que asolaba Alemania desde hacía dieciséis años. Muchos factores apuntaban a ello, como que la lucha se desarrollaría entre un ejército sitiador y otro que pretendía socorrer la ciudad, algo típico en la época. Pero la futura batalla también suscitaba expectación, porque el combate enfrentaría por primera vez a suecos y españoles en campo abierto. Dos escuelas militares se pondrían a prueba.
¿Por qué Nördlingen?
Hacía cuatro años que la intervención de las tropas suecas en Alemania, comandadas por su agresivo rey Gustavo II Adolfo, había dado la iniciativa militar a los protestantes frente al campo católico, liderado por el emperador Fernando II de Habsburgo. Aunque el monarca sueco cayó en combate, sus tropas siguieron avanzando hacia el sur de Alemania. El encuentro entre suecos y españoles se iba a producir en Nördlingen. La ciudad, enclavada en la muy católica Baviera, se había convertido en el reducto de una fuerza protestante cercada por tropas imperiales y bávaras. Sitiados y sitiadores aguardaban la llegada de refuerzos. El 2 de septiembre arribaba el ejército del cardenal-infante don Fernando –hermano del rey Felipe IV–, que había partido de Italia en junio; con el venían tropas veteranas que se destacarían en el combate, como los tercios españoles de Martín de Idiáquez y del conde de Fuenclara. Aunque Nördlingen no tenía excesivo interés estratégico, los protestantes habían perdido dos ciudades en esa campaña, de manera que su prestigio militar y credibilidad estaban dañados, por lo que debían actuar en previsión de que la ciudad
podía caer en horas. Un ejército sueco, dirigido por Bernardo de Sajonia-Weimar y Gustav Horn, había llegado para auxiliar a los sitiados. Por el momento, los católicos gozaban de superioridad numérica en proporción de 3 a 2, pero otro ejército protestante de 6.000 efectivos estaba a pocos días de marcha.
Aunque esto podría haber igualado la pugna, la noche del 4 de septiembre Bernardo de Sajonia tomó la arriesgada decisión de atacar sin esperar a los refuerzos. Las experiencias anteriores hacían pensar que la jugada no era tan temeraria
como podría parecer. Buena parte de los éxitos suecos se había producido en inferioridad numérica, y sus tropas eran veteranas. Además, el propio Bernardo despreciaba a las tropas de Felipe IV, hasta el punto de proclamar que se «almorzaría» a españoles e italianos. Los mandos protestantes demostraron un exceso de confianza que pagarían caro.
Tomando posiciones
Al amanecer del 5 de septiembre, los suecos dejaron sus cuarteles y se alejaron hacia la ciudad de Ulm. Su intención era dar la impresión de que abandonaban el campo, y aprovechar los bosques de la zona para evitar que detectaran sus movimientos: querían ocupar las colinas de Heselberg, Allbuch y Schönfeld, las más altas de la zona, para dominar el campo de batalla al suroeste de Nördlingen. Tomaron la de Heselberg, pero antes de llegar a la siguiente colina, la de Allbuch, debían ocupar un bosquecillo que quedaba a sus pies.
Las tropas del cardenal-infante se hallaban ante esas elevaciones y lucharían para controlarlas. A fin de entorpecer el avance sueco se envió al bosquecillo al sargento mayor Francisco Escobar, del tercio de Fuenclara, al frente de 400 mosqueteros. Su tenacidad y valor sorprendieron a los generales suecos: los mosqueteros se mantuvieron más de cinco horas hasta que, sobrepasados y sin municiones, se replegaron. Los católicos habían ganado un tiempo esencial a costa de pocas bajas. La colina de Allbuch, la más alta de todas, era un punto clave, y la resistencia de Escobar permitió que los católicos se hicieran con ella.
Por la tarde del día 5 se envió a tres regimientos alemanes al servicio de España, junto con el tercio napolitano de Toralto, 1.200 jinetes italianos y borgoñones y 14 piezas de artillería para ocupar y fortificar el puesto a las órdenes de Serbelloni, que mandaba la artillería del cardenal-infante. En la cima de la colina se construyeron tres reductos con forma de media luna compuestos por una trinchera y un parapeto. La colina era muy pedregosa, por lo que construir estas fortificaciones no fue fácil, y no se consiguió llegar más allá del metro de profundidad.
Las defensas, pues, eran básicas, pero serían de mucha ayuda. Al anochecer, el mando católico se reunió para debatir los pasos a seguir. Sabían que el peso de la batalla estaría en la colina de Allbuch. Dado que buena parte de los soldados de los regimientos alemanes eran bisoños, se determinó que era esencial enviar como refuerzo a uno de los dos tercios españoles. Antes del amanecer llegaba a la colina el tercio de Idiáquez, el más experimentado, cuya presencia sería providencial.
Mientras tanto, el grueso de las fuerzas hispanas, al mando del cardenal-infante, se situaba en la colina de Schönfeld, al norte de la de Allbuch. Las fuerzas imperiales y bávaras, comandadas respectivamente por Fernando III de Hungría y el duque de Lorena, se encontraban a su derecha, hasta completar la comunicación con Nördlingen. En conjunto, los católicos reunían –sin tener en cuenta los enfermos, los encargados del bagaje y el retén que vigilaba las obras de asedio– unos 20.000 infantes y 15.000 caballos, entre los que había 2.000 jinetes ligeros croatas y húngaros. De estas fuerzas, 12.000 infantes y 3.000 jinetes correspondían al ejército del cardenal infante.
Por su parte, los protestantes alinearon 16.000 infantes, 9.000 caballos, 1.000 dragones (soldados que servían a pie y a caballo) y 68 cañones. El ala derecha estaba al mando del sueco Horn, que lideraría el ataque principal sobre Allbuch con 9.400 infantes, apoyados por 6 cañones ligeros y 4.000
caballos. El ala izquierda estaba al mando de Bernardo de Sajonia-Weimar y su función era defensiva: proteger el flanco de Horn y amenazar la línea católica para evitar el envío de refuerzos a la colina.
En la cima de la colina, miles de hombres aguardaban la embestida de Horn. Los reductos del centro y la izquierda estaban ocupados por las tropas alemanas, mientras que el derecho lo custodiaban los napolitanos del tercio de Toralto. A los españoles de Idiáquez les correspondía el honor de estar a la vanguardia, pero, dado que habían sido los últimos en llegar, cedieron esa posición a los alemanes para evitar quejas y quedaron en reserva. En total, 6.000 infantes defendían Allbuch, con los flancos protegidos por 1.200 jinetes italianos
y borgoñones; en las faldas de la colina, en la retaguardia, quedaron 2.000 infantes lombardos y un regimiento imperial con la misión de reforzar las posiciones en caso de necesidad.
Comienza la batalla
Al alba, la artillería protestante empezó a batir las posiciones enemigas. Ésa fue la señal para que Horn comenzara su ataque sobre Allbuch, pero la caballería protestante del ala derecha se adelantó topándose con un barranco, y al intentar cargar contra las tropas situadas colina arriba chocó con el fuego enemigo y fue atacada por su flanco por la caballería borgoñona. Eso deshizo los escuadrones protestantes, que sólo se salvaron por el apoyo de sus reservas de caballería.
La infantería sueca tuvo más éxito en su ataque al reducto central, defendido por dos regimientos alemanes cuyos soldados, carentes de experiencia, se derrumbaron después de que sus coroneles quedasen fuera de combate. Los españoles del tercio de Idiáquez que estaban detrás demostraron entonces su veteranía al calar picas (esto es, al colocar las picas en posición horizontal) para evitar que los arrollasen los fugitivos, y luego avanzaron para recuperar la posición perdida aprovechando el desconcierto causado por la explosión de un carro de pólvora.
Una vez allí, los de Idiáquez aguantaron viento y marea. Las crónicas católicas afirman que se lanzaron 15 asaltos sobre dicha posición, cifra que los protestantes rebajan a