PARA LA ETERNIDAD
Es la única de las siete maravillas del mundo antiguo que sigue en pie. Con sus imponentes dimensiones, la Gran Pirámide de Giza provoca, desde hace más de cuatro milenios, un fascinante efecto en la sensibilidad humana. La creencia en la vida de ultratumba hizo que los egipcios concibieran aquellos montículos de piedra como lugar de resurrección y morada para la eternidad de sus faraones. Los elementos del entorno les llevaron a asociar la forma piramidal con el tránsito hacia un destino celeste y solar, exclusivo de los reyes como encarnaciones divinas. El cambio de una pirámide escalonada a una de caras lisas se dio cuando la religión estatal empezó a mudar, para centrarse más en el culto solar. En lugar de ascender al firmamento por una escalera, sería a lomos de un rayo de sol petrificado. Templos, calzadas y barcos se convirtieron en elementos auxiliares para el más allá. Pero el Egipto faraónico no siempre fue un país de pirámides. Su apogeo llegó con el Reino Antiguo. Para entonces, la sociedad había adquirido un alto estadio de civilización, basado en el buen funcionamiento de una red administrativa capaz de gestionar con eficacia los recursos materiales y humanos. La tumba del faraón Khufu (el Keops de los griegos), conocida como la Gran Pirámide, simboliza la culminación de esa evolución religiosa, técnica y económica . No solo por sus descomunales proporciones, sino también por la particularidad de su estructura interna. Es la única que tiene la cámara funeraria en el centro de la masa del edificio, y no a la altura de la base. Las tripas de esta colosal tumba revelan la compleja estructura interna de esta arquitectura para la eternidad. Según un proverbio árabe, “el hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides”. Estas moles pétreas han desafiado el paso de los siglos para convertirse en el mejor espejo de la visión del mundo de los antiguos egipcios. Más allá de los enigmas, sin más misterio que lo mucho que nos queda por descubrir.
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Texto: Isabel Margarit,
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