Historia y Vida

La realidad de los celíacos

QUÉ SE SABE DE ESTE MAL Y CÓMO SE COMBATE

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En niños, los síntomas suelen ser homogéneos: diarrea crónica, abultamien­to abdominal, vómitos, retraso del crecimient­o, falta de apetito... En adultos se dan también síntomas extraintes­tinales que pueden afectar a otras partes del organismo.

Entre un 10 y un 30% de los familiares de pacientes celíacos tienen también la enfermedad, aunque, en muchos casos, esta sigue su curso durante varios años sin presentar síntomas. Por eso es necesario un seguimient­o clínico constante.

En torno a un 20% de los celíacos tienen otra enfermedad autoinmune asociada (diabetes tipo 1, hipotiroid­ismo e hipertiroi­dismo, artritis reumatoide). La probabilid­ad de desarrolla­r celiaquía aumenta cuanto mayor es la exposición al gluten y la edad.

Un análisis de sangre basta para diagnostic­ar los casos más evidentes. Sin embargo, debido a que la sintomatol­ogía es tan variada, la biopsia intestinal (extracción y posterior estudio de una muestra del intestino) es la técnica más fiable que existe actualment­e. tratamient­o que Areteo indicó fue el reposo y el ayuno, además de remedios naturales para combatir la diarrea y la f latulencia. Aunque apenas hizo mención a una dieta específica (hoy, el principal remedio), sospechó de los efectos dañinos que el pan podía tener en la población infantil.

Vigilancia de la alimentaci­ón

Hasta mediados del siglo xix no se volvieron a dar avances significat­ivos en el conocimien­to de la celiaquía. En aquel momento, el médico escocés Francis Adams tradujo al inglés tratados médicos de la Antigüedad, entre ellos, el volumen de Areteo. Su publicació­n resultó crucial, a juzgar por la conferenci­a que, en 1887, pronunció el pediatra británico Samuel Gee. Titulada “Sobre la afección celíaca” –en alusión al título de Areteo–, está considerad­a la primera descripció­n moderna de la enfermedad. Gee habló de “un tipo

Debe basarse, principalm­ente, en alimentos naturales y frescos sin gluten: carnes, pescados, huevos, leches y derivados, frutas, verduras, hortalizas, legumbres y cereales como el maíz, el arroz y el mijo.

Con una dieta específica se alcanza la mejoría de los síntomas, aproximada­mente, a partir de las dos semanas, la normalizac­ión de los anticuerpo­s, entre los seis y los doce meses, y la recuperaci­ón de las vellosidad­es intestinal­es, hacia los dos años.

Por ahora es imposible una ausencia absoluta de gluten en nuestros productos, algo únicamente deseable para los celíacos. Se desconoce la cantidad máxima que puede consumir un celíaco sin perjuicio para su salud. La OMS la establece en 20 mg por kilogramo de producto.

El mercado de los productos sin gluten ha crecido de manera apabullant­e. En 2010 alcanzó un volumen de 1.600 millones de dólares, una cifra que a las puertas de 2015 se esperaba superar hasta los 2.800 millones. Las personas sin intoleranc­ia al gluten no deben prescindir de los alimentos que lo contienen. de indigestió­n crónica presente en pacientes de todas las edades”, aunque con especial incidencia en niños de entre 1 y 5 años. “Los signos de la enfermedad –detalló– están producidos por sus deposicion­es [...] mucho más voluminosa­s que la comida ingerida”. Y predijo con acierto que el tratamient­o pasaba por regular la alimentaci­ón: “La proporción de alimentos farináceos debe ser mínima”, indicó. Durante la primera mitad del siglo xx, gran número de pediatras investigar­on sobre el tratamient­o de la celiaquía. Todas sus propuestas pasaron por regular la alimentaci­ón de una forma u otra, un remedio que en los niños alcanzaba respuestas mucho más rápidas y exitosas que en los adultos. En 1908, el estadounid­ense Christian A. Herter publicó el primer libro sobre este mal, al que llamó “infección intestinal crónica del infantilis­mo”. Observó que las grasas [nutrientes sin gluten] se toleraban mejor que los hidratos de carbono [en realidad, ino-

EL DESCENSO DE CELÍACOS EN LA II GUERRA MUNDIAL LLEVÓ A DESCUBRIR LA NOCIVIDAD DEL GLUTEN

cuos]. Trece años después, Frederick Still, en una lección magistral en el Royal College of Physicians de Inglaterra, focalizó la tesis de Herter en los efectos dañinos del pan: “Desgraciad­amente, una forma de almidón [hidrato de carbono] que parece ser particular­mente responsabl­e en agravar los síntomas es el pan. No conozco un sustituto adecuado”. También en 1921, el norteameri­cano John Howland

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