LA FORJA DE UN CLAN
En 1898, tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, Francisco Silvela, sucesor de Cánovas al frente del Partido Conservador, publicó en el periódico El Tiempo un artículo titulado “España sin pulso”. Ese diagnóstico contenía un juicio explícito. El prestigio del Ejército, una de las instituciones más determinantes en el siglo había quedado afectado. A la derrota había que sumar el rechazo popular ante las penosas condiciones en las que regresaban los soldados. Otra circunstancia era la macrocefalia de aquel organismo. La oficialidad resultaba excesiva para la tropa que había que mandar. En Cuba habían combatido militares como Sanjurjo y Queipo de Llano; en Filipinas, Millán Astray. Aunque el Desastre del 98 pesaría más como símbolo que como realidad, para ellos y para otros muchos resultaba urgente encontrar otro escenario donde recuperar la reputación. Marruecos parecía el lugar idóneo. La conquista militar iniciada se encontró con el primer fracaso en el barranco del Lobo; pero las expectativas continuaron. El gobierno liberal de Canalejas aprobó el restablecimiento del sistema de ascensos por méritos de guerra. Esta iniciativa alimentó las ambiciones de un grupo de oficiales que fue construyendo una identidad colectiva y dividió el Ejército en dos bandos. Los primeros, conocidos como “africanistas”, se beneficiaron de aquel sistema frente a las quejas de los oficiales establecidos en la península. Annual no solo reveló el error de táctica de las tropas coloniales, sino que precipitó la llegada de la dictadura de Primo de Rivera. Sin embargo, el posterior desembarco de Alhucemas resultó rentable para unos oficiales cuyas actitudes poco ejemplares no impidieron las recompensas por la victoria. Los años en África crearon un espíritu de casta para muchos militares, marcado por el autoritarismo, por el rechazo a la crítica y por un mesianismo del que se hizo acreedor un joven oficial, Francisco Franco, quien, tras una imparable carrera de ascensos, acabaría encabezando la rebelión militar en 1936. Sus compañeros de armas fueron los que conoció en África, y sus tácticas, las empleadas en Marruecos. Él mismo, como reconoció, fue un producto de aquella experiencia colonial.
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Texto: Isabel Margarit,
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