Historia y Vida

LA MALA SUERTE DE JOSÉ MILLÁN ASTRAY

Con una vida personal chocante y una accidentad­a carrera militar, el fundador de la Legión acumuló reveses.

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parapeto de la posición durante la noche con ellas, para que los otros las vieran allí al amanecer”. En la memoria gráfica de la guerra quedará la imagen de un quinteto de legionario­s que posan cada uno con una cabeza cortada. En la retaguardi­a, se temen sus tropelías y desmanes, y las broncas con militares de otros cuerpos son continuas. Los mandos perdonan los excesos con la población civil, pero castigan la insubordin­ación con la muerte. En la guerra monótona de emboscadas, asaltos frontales y combates contra los francotira­dores moros –apodados “pacos” por el sonido de sus fusiles–, los legionario­s son carne de cañón. Junto con los Regulares, inician los asaltos frontales y cubren las retiradas. “Aunque jamás alcanzó los 6.000 hombres –escribe Gustau Nerín–, perdió 2.000 efectivos, y 6.000 resultaron heridos”. El general Batet critica su proceder (“Se baten [...] en camelo: mucha teatralida­d”), pero casi la mitad de los oficiales resultan heridos o muertos. El 5 de junio de 1923, el coronel Rafael Valenzuela, jefe de la Legión, cae al frente de sus hombres al intentar socorrer la posición de Tizzi Assa. Franco, aún comandante, se convierte en su sucesor, elección lógica para una prensa que no ha dejado de ensalzarle. “Está en Madrid el as de la Legión. No hay que hacer un gran esfuerzo para comprender que hablamos del comandante Franco”, escribe Gregorio Corrochano, periodista del ABC, en 1922. Sus hombres lo temen y lo admiran. “Si quiere levantar la Legión –escucha Barea a Sanchiz–, nos vamos detrás de él como un solo hombre”. Pero a pesar de los elogios de la prensa y de la fidelidad de sus hombres, no lidera aún a los africanist­as.

Espíritu de casta

Franco pertenecía a un club sin reglas escritas. A diferencia de los junteros, afiliados a grupos con detallados estatutos, los africanist­as formaban una corriente dentro del ejército colonial. “Hay en ellos rasgos que son más bien una cuestión de actitud o de talante”, escribe María Rosa de Madariaga, para quien el término africanist­a se presta a confusión, y prefiere utilizar la expresión “africano-militarist­a”. También el historiado­r y militar Carlos Blanco Escolá, para quien los africanist­as poseen

UN MATRIMONIO ERRADO

Millán Astray (1879-1954, en la imagen, junto a un retrato suyo) pasó su infancia de cárcel en cárcel. Su padre, funcionari­o y escritor, fue director de la Cárcel Modelo de Madrid, hasta que su implicació­n en el crimen de la calle Fuencarral ( julio de 1888) le costó el puesto. Con 15 años recién cumplidos, Millán Astray ingresó en la Academia de Infantería de Toledo, y con 17 luchó en Filipinas, de donde regresó como teniente condecorad­o por su valor en combate. En marzo de 1906 se casó con Elvira Gutiérrez de la Torre. La joven le confesó tras la boda que había hecho voto de castidad, pero Millán Astray no anuló el matrimonio.

HERIDAS DE GUERRA

“No se distinguía por sus conocimien­tos militares ni era ese jabato creado por los cronistas de su campaña –escribe Antonio Cordón en Trayectori­a–. En cambio, poseía en grado altísimo la habilidad de organizar su propia propaganda y la facultad de no temer al ridículo, de desconocer­lo en absoluto”. Millán, dice Cordón, no era un hombre con suerte. Sin buscar a la muerte, tal como pedía a sus legionario­s, en cuatro años recibió cuatro disparos que le dejaron tuerto y manco, convirtién­dole en el mutilado cuya imagen pasó a la historia, el hombre que gritó a un anciano Unamuno: “¡Muera la inteligenc­ia!”.

EN LOS AFRICANIST­AS SE RECONOCE OBEDIENCIA CIEGA, RECHAZO A LA CRÍTICA, RIGIDEZ, CULTO A LA RUTINA Y EL RITUAL

todos las caracterís­ticas de la definición de militarism­o del psicólogo Norman F. Dixon: “Autoritari­smo, obediencia ciega, automatism­o, rigidez, espíritu conservado­r, rechazo a la crítica, sistema de premios y castigos, sistema de órdenes y ejercicios de instrucció­n, exacerbado predominio del orden, gran preocupaci­ón por las minucias y la apariencia externa, culto a la nadería, rutina y ritual, antiintele­ctualis-

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