DEL SAQUEO
El MFA de Boston acaba de recibir una valiosa colección de joyas y piezas artísticas que los nazis usurparon a los Rothschild de Viena.
Les dimos paz. Ahora démosles justicia”, demanda el abogado de Maria Altmann en la película La dama de oro. Randol Schoenberg (Ryan Reynolds) reclama a Austria la devolución a su cliente (Helen Mirren) de cinco cuadros de Klimt, arrebatados a su familia por los nazis tras el Anschluss. La cinta no solo está basada en una historia real, sino que además recrea uno de los casos más conmovedores de una reivindicación que durante décadas pareció imposible de satisfacer. No es el único ejemplo.
Escapar del horror
Hace casi ochenta años, los soldados del Tercer Reich desfilaban por las avenidas de Viena entre los vítores de la multitud. El Anschluss, la anexión de Austria a la Alemania nazi, pisoteaba la frontera con el mismo furor con que retumbaban en el adoquinado aquellos miles de botas militares. Los judíos que no habían dejado ya el país tendrían serias dificultades para hacerlo a partir de ese momento. Muchos no conseguirían huir. El barón Alphonse de Rothschild y su mujer, Clarice, estaban de viaje en Londres aquel 12 de marzo de 1938. El día anterior, el partido nazi local se había hecho con el poder tras un golpe de Estado, y la pareja mandó de inmediato un telegrama a su casa en Viena. Daba instrucciones a su personal de trasladar a sus hijas, Bettina, de 13 años, y Gwendoline, de 11, a Suiza. Se encontraban en Innsbruck, a apenas doscientos kilómetros del país vecino, cuando les sorprendieron unos gritos desde el andén: “¡Todos los judíos fuera del tren!”. La joven Bettina pensó que era el fin. Trasladaron al grupo a comisaría y les encerraron en una celda. Al cabo de casi un día de incertidumbre, abrieron la puerta y les permitieron marchar. El conjunto, todavía con el terror en el cuerpo, no perdió