¿Un Austria menor?
FELIPE IV MÁS ALLÁ DEL MITO DE LA DECADENCIA
En el imaginario popular, Felipe IV es el arquetipo de monarca frívolo, dominado por su sexualidad desenfrenada y por su favorito, el conde-duque de Olivares. Sin embargo, los especialistas hace ya tiempo que han desechado esta caricatura. El británico Geof frey Parker, por ejemplo, presentó a un monarca que dedicaba mucho tiempo a leer los documentos de Estado. Ahora, el historiador francés Alain Hugon, especialista en el Siglo de Oro español, llega con una aportación que contribuye a hacer justicia a un soberano al que la posteridad ha maltratado en exceso. No nos encontramos ante una biografía clásica, sino frente a un estudio del reinado que integra diferentes vertientes, desde la política a la social y la cultural. El autor, ecuánime, no pretende hacer un panegírico de Felipe IV, pero sí restituir para la historia a un hombre de gran capacidad intelectual, la que demostró al proteger al pintor Diego Velázquez o al traducir una obra clásica, la Historia de Italia de Fran- cesco Guicciardini. A destacar, sobre todo, el fascinante retrato de la privacidad de un rey capaz de expresar, en su competencia, sus dudas acerca de su capacidad para gobernar y su angustia frente a innumerables desgracias, tanto políticas como personales. En apenas cinco años perdió a su hermano Fernando, a su hermana María, a su esposa Isabel y a su hijo Baltasar Carlos. Desde su punto de vista, Dios le castigaba por sus pecados.
Fuera tópicos
Una de las contribuciones de Hugon es la de huir del tópico que centra en la persona real todas las culpas de la decadencia española. Un solo individuo, por muy apto que fuera, no podía revertir el declive castellano. En el siglo xvii, lo habitual fue que todos los estados se enfrentaran a dificultades de intrincada gestión, en forma de guerras, epidemias o hambrunas. Por otra parte, el libro dedica un abundante espacio a Velázquez. Al lector le sorprenderá que un genio de ese calibre no basara su prestigio social en su arte. Para él, por el contrario, su oficio importante era su puesto cortesano como aposentador, encargado de cuestiones logísticas. Su ennoblecimiento demostraría que la sociedad española no era tan cerrada como frecuentemente se supone. Con dinero en la mano, el ascenso social no resultaba imposible.