LA PARADOJA DE DARWIN
islas volcánicas, y, en condiciones adecuadas, el arrecife resultante emerge a medida que la isla interior se hunde, formando primero una barrera y después un atolón con una gran laguna en medio de ambos. Pero el caso de la Gran Barrera de Coral es algo distinto. No se formó en torno a una isla volcánica, sino a lo largo de más de dos mil quinientos kilómetros, formando un inmenso rompeolas frente a la costa nororiental de Australia. Su origen se remonta al final de la última era glacial. Hace unos diez mil años, los polos empe- zaron a derretirse, y el nivel del mar subió, inundando las amplias praderas de la costa australiana. La superficie del mar trazó un nuevo litoral, y sobre la costa anegada fue creciendo el arrecife. Entre el uno y el otro se extendió una enorme laguna de aguas cálidas, salpicada de islas e islotes –más de seiscientos–, terrenos que el mar no alcanzaba a cubrir. La Gran Barrera de Coral acabaría componiéndose por más de tres mil arrecifes. Hoy es el mayor ecosistema marino del planeta, tan gigantesco que puede observarse desde el espacio.
Un milagro de la naturaleza
Pese a su increíble extensión, los arrecifes están formados por criaturas diminutas, los pólipos, pequeños animales invertebrados parecidos a las medusas que, en vez de flotar libres por el océano, se asientan sobre cuencos pedregosos. Los pólipos viven en colonias, y forman una suerte de urbanizaciones submarinas que se extienden primero en vertical, persiguiendo la luz, y después en horizontal, abarcando a menudo enormes superficies. Una simbiosis casi milagrosa permite a estos pólipos coralinos transformar los minerales en suspensión del agua en la piedra caliza con la que construyen sus pétreos esqueletos. Los corales dominan la alquimia de la calcificación, pero, en lugar de trabajar individualmente, for- mando conchas o una coraza protectora, trabajan en proyectos comunales que perpetúan de generación en generación. En cada arrecife, miles de millones de pólipos de especies diferentes trabajan colectivamente para levantar los cimientos y los muros de sus colonias. “Los arrecifes son paradojas orgánicas, unos obstinados muros que destrozan los barcos, pero fueron alzados por unos diminutos organismos gelatinosos. Son en parte animal, en parte vegetal y en parte mineral, a un tiempo llenos de vida y, sin
al menos medio millón de especies viven en los arrecifes, y se estima que esta cifra podría ascender a los nueve millones. ¿Cómo es eso posible en unas aguas que tienden a ser pobres en nutrientes como el nitrógeno y el fósforo, esenciales para la vida? Los mares de los trópicos son como desiertos donde, milagrosamente, se forma una vida frondosa y abundante en torno a los corales. Es como si en medio del Sahara surgiera de pronto una selva tropical. Darwin (aquí, en una escultura del Museo de Historia Natural de Londres) reparó antes que nadie en esta paradoja biológica que, desde entonces, lleva su nombre.
JAMES COOK ENTENDIÓ EL ORIGEN BIOLÓGICO DEL ARRECIFE, PERO NO CÓMO EMERGÍA DE LAS PROFUNDIDADES
SE SABE QUE
están a las puertas de resolver esta incongruencia. La solución estaría en la asombrosa capacidad de reciclaje de los habitantes de los arrecifes. Los corales, así como las esponjas de mar, habrían desarrollado un sistema muy eficiente para transferir nutrientes de unos organismos a otros, actuando “como en un gigantesco bazar”, apunta Elizabeth Kolbert. De hecho, un estudio de la Universidad de Ámsterdam señala que las esponjas tendrían más protagonismo que los corales en esta labor, al ser capaces de reciclar diez veces más materia orgánica que las bacterias y de producir igual cantidad de nutrientes que las algas y los corales juntos.
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