CASTILLO DE NAIPES
Pocas semanas antes del golpe de agosto que puso entre las cuerdas a Mijaíl Gorbachov en 1991, el vicepresidente de la URSS, Guennadi Yanáyev, describía de este modo la perestroika: “El cirujano Gorbachov ordenó al enfermo que se echara en la mesa de operaciones y le abrió las tripas, convencido de que solo tenía una apendicitis. Una vez abierto el enfermo, vio que la enfermedad era mucho, mucho más grave”. El propio Yanáyev formaría parte de la plana mayor del gobierno soviético que encabezaría la conspiración contra el presidente. Para los involucionistas, el Tratado de la Unión que Gorbachov pretendía firmar sería el desastroso colofón a seis años de excesivas reformas. Alentado por los sectores más duros del Partido Comunista, el golpe que intentó detener la liberalización fracasó. No obstante, la estrella política de Gorbachov, aquel líder soviético que encandilaba a Occidente con su imagen aperturista, había declinado entre sus compatriotas. Su objetivo era transformar la sociedad, las mentalidades; en ningún caso acabar con el Estado soviético. Pero nunca llegó a diseñar un plan ni un objetivo claros. En aquel difícil contexto, su círculo más cercano le acusaba de ser incapaz de tomar decisiones, y la URSS entraba en colapso. Entre los temores de la vieja guardia y la carencia de unas medidas económicas que dinamizaran una economía esclerotizada, Boris Yeltsin, el virtual vencedor del golpe de agosto, no tardó en emerger, en detrimento de Gorbachov. Tras el fiasco del levantamiento, Yeltsin se convertía en símbolo de la democracia subido a un tanque, armado con un discurso populista. A partir de entonces, el fin de la URSS estaba escrito. Como un castillo de naipes, aquella entidad histórica que había determinado la historia del siglo se desintegraba. Las contradicciones de Gorbachov, un político que intentó reformar desde dentro para salvaguardar el sistema, se convirtieron en su peor baza política. La nueva Rusia de Yeltsin, un país alejado de los principios soviéticos, tomaba el relevo, un relevo incierto. Para opinar sobre la revista puedes escribir a redaccionhyv@historiayvida.com Síguenos en También disponible en Isabel Margarit, directora