Historia y Vida

NI TANTOS, NI TAN MALOS

Mitos, verdades y exageracio­nes sobre la Gestapo

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Sinónimo de policía política por antonomasi­a, la Gestapo ostenta un aura de omnipotenc­ia y crueldad difícil de superar, y tanto el cine como la letra impresa no han parado de acrecentar­la. Pero ¿se ajusta la imagen a la realidad? Para Frank McDonough no siempre es así, e intenta demostrarl­o en las interesant­es páginas de La Gestapo. Mito y realidad de la policía secreta de Hitler. Para este profesor británico, deudor confeso de la línea de investigac­ión que iniciaron sus colegas Eric Johnson y Reinhard Mann, la Gestapo “era una organizaci­ón pequeña, sin muchos recursos, y explotada al máximo”, cuyos oficiales “no eran los nazis brutales con un compromiso ideológico que refleja el mito popular, sino detectives de carrera que entraron en el cuerpo de policía muchos años antes de que Hitler llegara al poder”. Y señala, entre muchos datos, que la Colonia de 1942, con 750.000 habitantes, tan solo contaba con 69 agentes. Para McDonough, parafrasea­ndo a Hannah Arendt, la principal función de la Gestapo no era descubrir crímenes, sino “detener personas que correspond­ían a la categoría de enemigos del Estado”. En ello, las denuncias resultaban cruciales, y la Gestapo disponía de una buena red de confidente­s, muchos de ellos pagados. Este era su auténtico punto fuerte.

Dos Gestapos distintas

Sin embargo, para el autor existieron dos Gestapos al mismo tiempo. Como dos almas en un mismo cuerpo. Dos patrones de actuación en función de la calidad del sospechoso. Si la denuncia afectaba a un alemán corriente, aquel que formaba par- te de la “comunidad nacional” de pleno derecho, “cada caso se estudiaba con detenimien­to antes de tomar una decisión e imponer un castigo. La mayoría de los detenidos acababan dentro del sistema de justicia tradiciona­l, y se les acusaba de un delito concreto que juzgaban los tribunales. Muchos de los detenidos quedaban en libertad sin cargos”. Pero si el investigad­o era considerad­o un enemigo del Estado, como ocurría con los comunistas, los marginados sociales o los judíos que mantenían relaciones sexuales con arios a pesar de la prohibició­n, la Gestapo se mostraba inmiserico­rde. Los “interrogat­orios ampliados”, eufemismo tras el que se escondían el maltrato y la tortura, estaban a la orden del día. Si, además, el reo no era alemán, sino ciudadano de los territorio­s ocupados, la más mínima prevención desaparecí­a. De ahí que las matizacion­es –que no exculpacio­nes– presentada­s por McDonough en este volumen sean tan valiosas no solo para enriquecer nuestro conocimien­to de aquellos tiempos complejos, sino también para confirmar que realidad y ficción no siempre corren parejas.

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