Tras el estereotipo
Hasta la segunda mitad del siglo xx era común asociar la idea de barbarie al mundo medieval. Diez siglos de oscuridad entre Roma y el Renacimiento, un período donde el conocimiento, especialmente el científico y el técnico, era prácticamente inexistente. Época de guerras, miseria, epidemias, brutalidad, superstición e ignorancia, en la que cualquier atisbo de civilización había quedado recluido entre los muros de los monasterios. Historiadores como el francés Jacques Le Goff lucharon contra este estereotipo. Sin negar los momentos tenebrosos y violentos de aquellos siglos, su obra contribuyó a descubrir las luces de la Edad Media, aquellas que alumbraron el arte bizantino, las catedrales, las rutas de comercio, el resurgimiento de la vida urbana, la ciencia árabe, las universidades y los hospitales.
Porque, si bien es cierto que los primeros tiempos medievales fueron silenciosos, a partir del año 1000, la vida en el Occidente europeo empezó a cambiar gracias a ingeniosos inventos. Algunos existían en el pasado, y se perfeccionaron o adaptaron, como la pólvora; otros, tan prácticos como las gafas, los botones, los molinos de agua y viento, el tenedor o la brújula, surgieron para facilitar el día a día. No solo eso. Muchos de ellos fueron determinantes para el cambio de la visión del mundo que se experimentaría desde el siglo xv con el arranque de la denominada era de los descubrimientos. El maestro Duby, el medievalista que integró la vida cotidiana en la Historia, leyó, como Le Goff, la Edad Media a través de la importancia de estos avances. Si no, ¿cómo entender el legado del Románico y el Gótico, el del pensamiento de Tomás de Aquino o Roger Bacon, los pasos adelante en el conocimiento astronómico? Siglos conflictivos e inquietantes, siglos de ingenio y de talento, de espléndidos renacimientos advertidos por la nueva Historia.