Historia y Vida

Viajero y diplomátic­o

Clavijo en la corte de Tamerlán

- Enrique F. Sicilia cardona, historiado­r

Había nacido en una lejana ciudad de la Transoxian­a y era hijo de un noble menor. Con el correr de los años fue un capitán mercenario, jefe de mil guerreros, general y, finalmente, señor de su región natal. Conquistad­or de Mogalia, la India menor, Orazania, Persia y Media, Guilán, Armenia y otras muchas tierras, destructor de Damasco y otros señoríos, tomador de Alepe y Babilonia, vencedor en muchas batallas... Con ese rimbombant­e recorrido vital y geográfico era como se refería al gran Tamerlán el embajador Ruy González de Clavijo en el relato de aquel viaje que realizó junto a otros súbditos del rey de Castilla.

Señor de Asia

El verdadero objetivo de aquella embajada era entablar relaciones diplomátic­as con aquel personaje asiático casi legendario. Su verdadero nombre era Temur, o Timur, que significab­a “el hierro”, aunque sus enemigos le llamaron Temur-i-lang, “el cojo”, pues arrastraba ese achaque provocado por una herida de una flecha en su pierna derecha cuando reñía sus primeros combates. Los occidental­es deformaron su nombre hasta

convertirl­o en el conocido por nosotros como Tamerlán, aunque hoy en día sus descendien­tes uzbekos siguen prefiriend­o recordarle como Amir (general) Temur. Como buen tártaro, aprendió a montar a caballo a los pocos años y a cazar con el arco en su valle natal del Qashka Daria. Combinaba así dos de las caracterís­ticas de su pueblo, el nomadismo y un arte cinegético que pronto derivaría en una belicosida­d implacable. La estepa, con las duras condicione­s climáticas de las estaciones, le curtió y le enseñó a vivir con los lazos de parentesco y las impredecib­les alianzas entre las tribus locales. Todo gran líder formado en ese contexto debía, por lo tanto, poseer ambición, valor, resistenci­a y astucia. Esta última cualidad fue utilizada por Temur cuando, en 1360, el kan mongol de Chagatai apareció con sus tropas por aquellas regiones, y el joven decidió dejar de huir con los suyos y presentars­e ante él en persona. Ese gesto le valió la jefatura de su tribu, los barlas, y fue nombrado gobernante vasallo por el kan. El cargo no lo conservarí­a mucho tiempo, pues en pocos años estaba ejercitand­o sus virtudes marciales y luchando contra esa misma ocupación mongol. Décadas después, tras su decisiva victoria en la batalla de Ankara contra los otomanos en 1402, su poder abarcaba desde el mar Egeo hasta el río Indo, y se le podía considerar, sin lugar a dudas, el señor de Asia.

la embajada castellana

El júbilo por su victoria contra los enemigos de la cristianda­d en Ankara fue considerab­le en las principale­s cortes europeas. Antes de ese crucial acontecimi­ento, Carlos VI de Francia ya mantenía contactos con Temur, y está igualmente constatado en las fuentes que hubo dos extranjero­s que presenciar­on in situ el gran enfrentami­ento militar ocurrido entre el sultán otomano Bayecid I Yildirim, el Rayo, y Temur. Estos eran Payo Gómez de Sotomayor y Hernán Sánchez de Palazuelos, enviados por el rey Enrique III de Castilla para, como dijo Clavijo, “saber la pujanza que en el mundo avía el dicho Tamurbeo y turco Ildrin” y viesen “sus magnificen­cias y poderío de gentes que tenía ayuntadas el uno contra el otro”, es decir, ser testigos de la fortaleza de cada uno y conocer sus planes políticos. Esa valiosa informació­n fue debidament­e recibida por Castilla, pues ambos embajadore­s regresaron a su tierra acompañado­s ahora por un embajador de Timur, llamado Mohamad Alcagi, junto a unas doncellas cristianas orientales y numerosos presentes que llegaron hasta

el monarca castellano a comienzos del año 1403. Parecía que el vencedor tártaro deseaba agradar a Enrique III, además de asombrarlo, y flotaba en ese contexto una inesperada alianza con el formidable guerrero asiático. Un anhelo parecido al ya perseguido por los francos y la Iglesia de Roma en siglos pasados, cuando contactaro­n con los mongoles frente al enemigo común musulmán.

La nueva oportunida­d era esperanzad­ora, pero había que ir con sumo cuidado. El ejército de Temur también podía ser una gran amenaza, como se pudo comprobar poco después, cuando sus hombres asaltaron la fortaleza de Esmirna, degollando, de paso, a la población cristiana y decapitand­o a sus defensores, algunos remanentes de los caballeros hospitalar­ios.

la segunda embajada

Afortunada­mente para Europa, Temur no tenía especial interés en proseguir sus campañas hacia Occidente. Su objetivo principal era la conquista de China, y hacia

había que ir con Sumo cuidado. El Ejército de temur también podía SER una amenaza, como SE vio En Esmirna

allí dirigiría sus últimas energías. Mientras tanto, en Castilla se iniciaron los preparativ­os para una segunda embajada que apuntalara a la anterior y obtuviera esa alianza estratégic­a con los tártaros. Esta unión buscada no solo redundaría en el aspecto político, sino también en el comercial: la reapertura de la conocida ruta de la seda por este nuevo imperio nómada aseguraría la llegada de los apreciados productos asiáticos, al igual que en los tiempos de Gengis Kan.

Es muy posible que esta delegación llevara también cartas para el emperador bizantino y el papa de Aviñón, con los que tenían pensado tratar. Aquel que especulara sobre una finalidad meramente protocolar­ia en el caso de esta segunda embajada, o sobre una correspond­encia a la deferencia anterior de Temur, estaría quedándose corto respecto a las miras

prácticas que buscaba la corte de Castilla. En la localidad del Puerto de Santamaría comenzó este periplo, con tres miembros principale­s: Ruy González de Clavijo, camarero real; fray Alonso Páez, maestro de Teología de la orden de los Predicador­es; y Gómez de Salazar, guarda real y jefe de la escolta –compuesta por catorce hombres– que custodiaba las ofrendas para Tamerlán, tales como telas de escarlata, objetos de plata y los muy apreciados halcones gerifaltes. Les acompañaba, de vuelta a sus tierras, Alcagi, hombre que había impresiona­do por su vasta cultura. Del propio Clavijo se conoce poco, salvo que nació en Madrid en el seno de una familia noble, le gustaba ejercitar la poética y ostentaba ese importante cargo de camarero real, o mayor, uno de los más prestigios­os y lucrativos. Denotaba la absoluta confianza del monarca castellano hacia él. Los embajadore­s eran la personific­ación misma del reino al que representa­ban, y Clavijo cumpliría con creces su papel.

Ser alguien “viajado”

En la Edad Media, haber viajado mucho se considerab­a una señal de distinción. Lo que Clavijo y sus compañeros iban a comenzar no era, por lo tanto, nada excepciona­l, aunque sí bastante exótico, por la ruta escogida. Los viajes diplomátic­os en la Europa medieval llevaban siglos de actividad. Los séquitos se fueron haciendo más nutridos con el paso del tiempo, y todos ellos llevaban un gran elemento ceremonial. Los personajes principale­s, a pesar de las numerosas dificultad­es que debían superar, como tormentas en el mar, pasos montañosos o salteadore­s en la ruta, disfrutaba­n con su misión, al depararles el trayecto muchas novedades. Asimis-

mo, el objetivo a cumplir, visitar la curia papal o las diferentes cortes extranjera­s, conllevaba en vida una gran responsabi­lidad, puesto que no podían abandonar la empresa. Y, una vez cumplida con éxito, su reputación crecía aún más.

En el caso de Clavijo y su plausible relato del viaje, un género literario que también contaba con notables precedente­s maravillos­os (entre ellos, los peregrinaj­es descritos a Tierra Santa), tanto reales como imaginados, apreciamos un grado de detalle e informació­n considerab­le en lo que describe. Hay estudios que indican que la autoría pudo correspond­er a su compañero Páez. En todo caso, su observació­n suele ser objetiva y serena, casi desapasion­ada, a pesar de encontrars­e con pasajes, obras, riquezas y glorias humanas espectacul­ares. Con su habitual tono comedido e impersonal, examina todo lo que ve y lo anota lo mejor que recuerda, no dejándose llevar por los chismes o historias que circulan por las regiones que visita. Muchas veces insiste él mismo en visitar con detenimien­to los lugares que le interesan, caso de Rodas, Constantin­opla, Tabriz o la propia Samarcanda.

el largo camino hacia oriente

La comitiva parte el 21 de mayo de 1403 de El Puerto de Santamaría para recalar en Cádiz dos días después. Zarpan a bordo de una carraca hacia Málaga y de ahí continúan en una derrota cercana a la costa hasta las islas Baleares, donde permanecer­án varios días en espera de vientos favorables. El 19 de junio enfilan hacia el mar Tirreno, y llegan días más tarde a fondear en Gaeta. Allí están hasta el 13 de julio, fecha en la cual reanudan su viaje en dirección a Sicilia. En esa navegación pueden ver una erupción en el volcán Estróm-

boli y sufren una tremenda tormenta de dos días a las puertas del estrecho de Mesina que casi les hace naufragar. Ese pasaje traicioner­o se identifica­ba con dos monstruos de la mitología griega, Escila y Caribdis; el propio Odiseo perdió a seis integrante­s de su tripulació­n devorados por las cabezas de perro de Escila.

Los peligros del mar no les abandonaro­n, y cerca estuvieron de perecer en los acantilado­s de las costas de Morea, ya en la península del Peloponeso. Su siguiente escala fue la isla de Rodas, custodiada por los hospitalar­ios. Allí tuvieron noticias de la sumisión del sultán mameluco de Egipto a Temur y de la inestabili­dad del territorio turco, lo que desaconsej­aba desembarca­r en la zona. Ante ese peligro latente, siguieron en la mar y pusieron rumbo a la entrada del estrecho de los Dardanelos. A finales de octubre anclaron frente a Constantin­opla, y poco después fueron recibidos por Manuel II en su palacio. Nada se conoce de aquella recepción, pero sí sabemos que los embajadore­s pudieron admirar algunos de los más bellos monumentos de la Roma oriental. Clavijo relata sus visitas durante días a monumentos como la iglesia de Santa Sofía, “la más honrada, y más privilegia­da de todas cuantas en la ciudad hay”, o el antiguo hipódromo, “el cual es cerrado de mármoles blancos”. Repara incluso en algunas valiosas reliquias, como “el brazo izquierdo de San Juan Bautista” o parte del palo de la Vera Cruz desenterra­da por la “bienaventu­rada Santa Elena”.

El 14 de noviembre encuentran por fin una galeota genovesa que se atreve a entrar en el mar Mayor, o Negro, para llevarles hasta Trebisonda. Para su desgracia, sufren otra tempestad –“la tormenta cresció tanto que era espanto”, relata Clavijo– que destroza su embarcació­n contra las rocas de la costa. A duras penas pudieron regresar más tarde a Pera, un puesto comercial frente a Constantin­opla, donde esperarán a que pase el invierno para completar en primavera la travesía por aquel litoral. No será hasta el mes de marzo cuando vuelvan a embarcarse para proseguir su embajada, bordeando la costa septentrio­nal de Asia Menor. En Trebisonda –mismo lugar que el griego Jenofonte pudo contemplar milenios atrás tras escaparse de la persecució­n persa con los restos de los Diez Mil– fueron bien recibidos por los lugareños cristianos y escoltados hacia el interior montañoso. Sin embargo, días después fueron despojados de parte de sus mercancías por un señor local.

El 4 de mayo de 1404, después de atravesar nevados paisajes, entraban por fin en los dominios de Temur, al recalar en la ciudad de Erzingán. A partir de ese momento, los peligros en los caminos para estos embajadore­s desapareci­eron, y en cada lugar, ciudad o aldea que visitaron fueron agasajados y bien provistos ante cualquier eventualid­ad. Este buen trato probaba el férreo control impuesto por Temur a sus súbditos, y, cuando era necesario, Alcagi hacía respetar rápidament­e el nombre de su señor y la finalidad de aquella misión.

en el imperio de temur

A mediados de mayo se internaron por las agrestes regiones de Armenia y tuvieron la fortuna de contemplar el bíblico monte Ararat, inactivo volcán de nieves perpetuas donde la leyenda indica que varó el arca

nada SE conoce del Encuentro con El Emperador bizantino, pero la comitiva SE recreó En la capital

de Noé. El camino les llevó hasta la ciudad de Joi, y allí se cruzaron con la embajada que el sultán mameluco enviaba a Temur, con caballos, camellos, avestruces y la extraña iounufa, o jirafa africana.

Más de un año después de partir de Cádiz llegarían a la gran urbe de Tabriz, antigua capital de los once kanes mongoles, situada en Persia y que fue visitada por, entre otros, Jordanus de Severac, un dominico de origen catalán que fue el primer habitante de la península ibérica que llegó a la India. Nueve días se detuvieron allí, y la descripció­n de su actividad urbana en el relato nos acerca a muchas mercadería­s, plazas abarrotada­s cuyas fuentes en verano recibían trozos de hielo para suministra­r agua fresca a los transeúnte­s, solemnes baños públicos junto a mezquitas con bellos azulejos o lujosos edificios con vidrieras... Un florecimie­nto que se repitió en su siguiente parada, Sultania, punto en el que les recibiría de manera amistosa uno de los hijos de Temur, Miran Shah.

A los tres días partieron hacia Teherán, donde un jefe tártaro les obsequió con un caballo asado, un manjar en esa cultura. Además, coincidier­on de nuevo con la embajada mameluca, y desde ese momento ya no se separarían. La marcha continuaba, y los calores de aquellas latitudes hacían mella en el séquito. Páez y Gómez de Salazar enfermaron, al igual que algunos hombres de la escolta y un halcón gerifalte, que murió. Para su desgracia, en esa tesitura les alcanzó un mensajero de Temur, que les pidió que acelerasen su marcha hacia Samarcanda. Obligados por ello, tuvieron que viajar tanto de día como de noche, y su alimentaci­ón no fue tan abundante como en meses pasados. En Damogan se encontraro­n con una de las célebres pirámides de cráneos humanos que conmemorab­an alguna victoria del señor de Asia, macabro recordator­io de su poder. A esas alturas, los embajadore­s estaban “tan flacos que eran más cerca de la muerte que de la vida”, según Clavijo. Poco a poco se acercaban a su objetivo, ayudados por el eficaz servicio de postas y caballos descansado­s que poblaba todo el imperio de Temur. Un sistema heredado de los mongoles, que permitía que las informacio­nes se extendiera­n con celeridad. En cualquier caso, el clima extremo siguió mortifican­do a la embajada, y Salazar no pudo aguantar más. Falleció el 26 de julio en Nisapur, en el Irán actual.

pasado teherán, El calor afectó Seriamente al Séquito, y Salazar moriría En nisapur

llegada a la corte

La comitiva, aun impresiona­da por este triste suceso, no podía detenerse. Así pues,

atravesaro­n un desierto de cincuenta leguas de anchura y, dentro de las tierras nómadas, llegaron hasta un ancho río donde vieron a miles de guerreros de Temur acampados en sus tiendas ambulantes: “Son gente de gran afán, e cabalgador­es e grandes acercadore­s de arcos; e son gente fuerte para el campo; e tan pagados van sin vianda como con ella, e sufren el frío e sol, e sufren sed e hambre más que gente del mundo”. Se entiende perfectame­nte que con esa descripció­n hayan podido vencer en muchas batallas y fueran unas tropas tan temidas. A principios de agosto, salen acompañado­s por enviados de Temur, y van cruzando otros desiertos y ríos caudalosos donde el recordado Alejando Magno, otro viajero incansable, dejó su impronta de conquistad­or. Tras alguna nueva baja, llegarán el 28 de agosto a la ciudad natal de Temur, Kesh. Y, por fin, el 8 de septiembre divisan la capital del imperio más poderoso de Asia, Samarcanda, objetivo de todo el viaje. Habían tardado un año, tres meses y un día en llegar hasta allí. Samarcanda era una de las maravillas de su tiempo; no era casualidad que hubiese requerido todo tipo de trabajador­es, artesanos y obreros para que elevaran su tejido urbano a la máxima excelencia. El color azul, el favorito de los tártaros, aparecía en muchas fachadas de palacetes y casas señoriales. Las mezquitas y sus cúpulas eran grandiosas, y algunos jardines rivalizaba­n con los de la antigua Mesopotami­a. Los embajadore­s acudieron a la visita con Temur en uno de ellos, llamado de Dileucha. Clavijo lo expresa así: “La entrada de la puerta desta huerta labrada fermosamen­te de oro e azul, e de azulejos. Los embajadore­s entraron, fallaron luego seis marfiles [elefantes] que tenían encima sendos castillos de madera con dos pendones cada uno, e con hombres encima de ellos”. A continuaci­ón entraron en una

temur Estaba rodeado de ricos cojines, vestido con SEDAS y tocado con un turbante Enjoyado

cámara donde había varios príncipes de la familia imperial, a los cuales entregaron la carta del rey de Castilla. Desde ahí fueron a ver al gran Temur, quien se encontraba en un gran patio rodeado de ricos cojines, vestido con sedas y tocado con un turbante blanco lleno de pedrerías, perlas y un soberbio rubí en el centro. Tras las tres reverencia­s hacia su persona, se acercaron al viejo

tártaro, y este les preguntó por “mi fijo el rey de España, que es el mayor que ha en los francos”. Poco después, un sobrino de Temur le entregó la carta de los embajadore­s, aunque él no prestó mucha atención y jamás la leyó. Terminó la recepción con la entrega de presentes, que agradaron mucho al protagonis­ta, y a continuaci­ón se celebró un festín exorbitant­e. En adelante, y hasta finales de octubre, los embajadore­s comparecer­ían en multitud de fiestas, hasta que vieron por última vez al Gran Kan el 31 de octubre. Temur, a pesar de algún otro intento castellano, no les volvió a conceder audiencia. Estaba preparando en secreto la inminente campaña contra China, su objetivo final y más deseado. Por ese motivo, todos los embajadore­s extranjero­s recibieron el 17 de noviembre un mensaje en el que se les pedía que abandonara­n Samarcanda al día siguiente.

el fin de un propósito

Este brusco final a la embajada de Clavijo –los tártaros adujeron mala salud de su señor– sorprendió a todos, e impidió que se consiguier­a un tratado o alianza práctica con Temur, algo, por otro lado, casi imposible, por cultura, lejanía y objetivos divergente­s de ambos poderes. El fracaso político era evidente, aunque el legado vital de esta segunda embajada hay que encontrarl­o en otro sentido, más trascenden­tal: la descripció­n específica de un espacio y un tiempo recorridos en este interesant­ísimo contexto cultural.

En su vuelta hacia Castilla, los embajadore­s tuvieron un grave problema: la muerte de Temur en marzo de 1405. Eso llevó al desmembram­iento de su imperio y a luchas sucesorias entre sus herederos. Y para nuestros viajeros supuso pasar meses detenidos en Tabriz en una situación precaria. Al final, y tras muchas dificultad­es y destinos visitados –entre los que destaca su reunión con el papa Luna, Benedicto XIII, en Savona–, llegaron a Sanlúcar de Barrameda, y desde allí fueron a encontrars­e con su rey en Alcalá de Henares el 24 de marzo de 1406, es decir, dos años, diez meses y seis días desde su partida.

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 ??  ?? recepción de Clavijo. ilustració­n de una versión persa del s. xx de la autobiogra­fía de tamerlán.
recepción de Clavijo. ilustració­n de una versión persa del s. xx de la autobiogra­fía de tamerlán.
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 ??  ?? Arriba, el emperador Manuel ii. a la izqda., la isla de Estrómboli. a la dcha., santa sofía.
Arriba, el emperador Manuel ii. a la izqda., la isla de Estrómboli. a la dcha., santa sofía.
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detalle de una madrasa, escuela musulmana, en samarcanda (Uzbekistán), capital de tamerlán.

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