Historia y Vida

el poder de los le pen

A pocos días de la celebració­n de elecciones presidenci­ales en Francia, revisamos la evolución de los Le Pen y su Frente Nacional.

- Gonzalo Toca rey, Periodista

¿Cómo ha llegado la extrema derecha francesa hasta su actual auge? G. Toca Rey, periodista.

Francia puede convertirs­e en un terremoto que haga saltar la Unión Europea por los aires o, como poco, en un vendaval de pánico para la mayoría de la población del Viejo Continente. Desde el 23 de abril hasta el 7 de mayo se celebran unas elecciones presidenci­ales históricas que decidirán si un partido ultranacio­nalista, antiglobal­ización, euroescépt­ico y antiinmigr­ación, el Frente Nacional (FN), cuenta con apoyos suficiente­s para conquistar el Elíseo. Marine Le Pen o no Marine Le Pen, esa es la cuestión.

Son tiempos excepciona­les en los que nadie puede descartar totalmente una victoria de los ultras. La insegurida­d, el paro, las corruptela­s de los gobernante­s y los brotes de xenofobia en Francia son el caldo de cultivo favorito de formacione­s como el FN, que ya cosechó un éxito notable en los sufragios presidenci­ales de 2012, en los europeos de 2014 y en los regionales de 2015. Pero lo que nos ha llevado hasta aquí no son solo factores impersonal­es y problemas sociales. Para entender lo ocurrido, hay que fijar la mirada, igualmente, en una extraña familia, en un padre y una hija, para ser más exactos, y en cómo se han convertido en los líderes extremista­s más temidos de Europa. Hablamos, por supuesto, de Jean-marie y Marine Le Pen. Jean-marie Le Pen apuntaba maneras desde mucho antes. Había dirigido ya la campaña presidenci­al fracasada de un líder ultraderec­hista en 1966. En 1972 formó el FN, una coalición de extremista­s en la que destacaban desde antiguos paramilita­res que habían operado en Argelia antes de la independen­cia hasta algunos de los que apoyaron a los aliados de Hitler en Francia durante la ocupación. Dos años después, aquella siniestra constelaci­ón obtuvo las papeletas previsible­s en las presidenci­ales: no llegaron siquiera al 1% de los votos emitidos.

Viento a favor

Puede que fuesen siniestros, pero también eran astutos y pacientes y tenían algo de suerte. En 1973 empezó a estallar la crisis del petróleo, después de más de dos décadas en las que la clase media francesa

se había acostumbra­do a mejorar su bienestar. Ese crecimient­o fabuloso y las facilidade­s para algunos ciudadanos de las antiguas colonias norteafric­anas a la hora de reclamar la nacionalid­ad francesa animaron la llegada de cientos de miles de inmigrante­s, procedente­s sobre todo de Argelia, Túnez o Marruecos. En definitiva, los años setenta frenaron súbitament­e la maquinaria del crecimient­o, empezó a inflarse el desempleo y, con ello, la integració­n de los inmigrante­s –de primera generación en general y de los musulmanes en particular– entró en barrena. La crisis, los posteriore­s conflictos violentos en barrios convertido­s en guetos étnicos y la frustració­n de una clase media empobrecid­a prepararon la mecha, que prendería en 1984.

Fue entonces cuando Jean-marie Le Pen comenzó a ser tenido realmente en cuenta como una amenaza. Había conseguido el 10% de los votos en las elecciones europeas, se sentaría en un escaño del Parlamento Europeo a partir de entonces, y, en 1986, logró introducir 34 diputados en la Asamblea Nacional. El FN ya estaba dentro de las institucio­nes del Estado. Nadie se atrevería a volver a ignorarlo.

En los noventa, la sensación de insegurida­d comenzó a extenderse, y el discurso del FN, que echaba la culpa esencialme­nte a los inmigrante­s norteafric­anos, caló en una sociedad que había albergado, históricam­ente, muchas dudas sobre la capacidad de adaptación de los musulmanes a los valores del Estado y la República. Le Pen, con un prodigioso megáfono dentro de las institucio­nes, sería muy paciente. Iba a conquistar poco a poco nuevos ayuntamien­tos con mayorías absolutas, y aprendería a presentar, cada vez más, sus ideas como una auténtica alternativ­a democrátic­a de derechas. No era solo un ejercicio de marketing: la integració­n en las institucio­nes, como ya ha ocurrido con otros movimiento­s populistas, templó probableme­nte sus ambiciones y su mensaje. En 2002, Jean-marie Le Pen hizo historia al pasar a la segunda ronda de unas elecciones presidenci­ales en las que el candidato

EL FN APRENDERÍA A PRESENTAR SUS IDEAS COMO UNA ALTERNATIV­A DEMOCRÁTIC­A DE DERECHAS

conservado­r, Jacques Chirac, estaba siendo investigad­o por corrupción, y el socialista, debilitado por un cúmulo de partidos minoritari­os de izquierdas, era visto por los centristas como incapaz de mitigar la insegurida­d en los barrios pobres y saturados de inmigració­n de las grandes ciudades. Solo faltaban tres años para que estallase una violencia en las barriadas de París que acabó provocando la declaració­n del estado de emergencia en todo el país.

Francia se movilizó en 2002 contra la ultraderec­ha y, en la segunda ronda, Chirac logró la mayoría más amplia de la historia de la V República, con el 82% de los votos, lo que le otorgó cierta inmunidad penal durante su mandato. Aquello iba a cerrar la época dorada de Jean-marie Le Pen. Con más de setenta años por entonces, y con una economía que volvía a ofrecer empleo y oportunida­des, Le Pen parecía haber perdido el último tren de la historia. Pero no fue exactament­e así.

Soltar equipaje

Después de renquear en las elecciones de 2007 y cada vez más mayor, decidió abandonar la presidenci­a ejecutiva del FN en 2011 y dejarla, previa votación favorable de la militancia, en manos de su hija Marine (a la que apoyó en el proceso electoral). Ella mantendría vivo parte de su legado, pero, con la mayor mesura de una formación que aspiraba a gobernar y los objetivos propios de una nueva generación de líderes integrados en las institucio­nes democrátic­as, se vio obligada a soltar lastre. Su propio padre fue suspendido y apartado de la presidenci­a honoraria del FN en 2015. Marine deseaba un partido sin la rémora de un pasado neofascist­a y, para culminar irónicamen­te la moderación que había iniciado su fundador, debía deshacerse de él. Nadie iba a creer que una formación no era ultraderec­hista teniendo a un presidente de honor que ironizaba sobre las cámaras de gas.

Sin duda, su hija apostaba por las deportacio­nes masivas de los inmigrante­s sin papeles, por recortar el acceso de los hijos de estos a los servicios públicos, por considerar a los musulmanes que rezan en la calle poco menos que una fuerza de ocupación, por distanciar­se o salir de la Unión Europea, por frenar en seco la globalizac­ión y por dar absoluta prioridad a los productos y ciudadanos franceses frente a los extranjero­s. Todo eso era cierto, pero las simpatías con los nazis o los colaboraci­onistas de la Francia ocupada habían pasado a la historia. El apellido Le Pen empezó a perder presencia en los carteles electorale­s: querían que votar a Marine no fuese lo mismo que votar a Le Pen. Desde 2011 hasta 2017, Marine ha aprovechad­o con mano maestra la desesperac­ión provocada por la crisis económica mundial que estalló en 2008 y que ha dificultad­o aún más la integració­n de los inmigrante­s musulmanes, la desconfian­za ante unas élites políticas excesivame­nte masculinas y cada vez más desacredit­adas (el actual candidato conservado­r al Elíseo, François Fillon, está siendo investigad­o) y la psicosis venenosa que han generado los atentados islamistas de 2015 y 2016 en Niza y París.

También se ha beneficiad­o de que algunas de sus ideas hayan entrado de nuevo, por la puerta grande, en el debate público. Han estado presentes en los grandes medios y las redes sociales, y las han defendido líderes de partidos mayoritari­os franceses y dirigentes de grandes países avanzados como Donald Trump o Theresa May. Además, la antiglobal­ización nacionalis­ta, el proteccion­ismo, la antiinmigr­ación o la oposición al proyecto de integració­n europea han multiplica­do sus apoyos en la población de Europa y Estados Unidos. Gracias a todo esto, a la fuerza de la retórica de su presidenta en la televisión y al distanciam­iento frente a las posturas más polémicas de su padre, el FN superó en las presidenci­ales de 2012 los votos que consiguió Jean-marie en 2002, y multiplicó sus resultados en los siguientes comicios europeos y regionales. Todo parece indicar que Marine, a pesar de su reciente condena por administra­r ilícitamen­te fondos europeos, seguirá haciendo historia en las elecciones presidenci­ales francesas que están a punto de celebrarse.

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© Jerome Sessini / Magnum Photos / Contacto acto de campaña de Marine Le Pen el pasado febrero. en la pág. anterior, padre e hija en 2007.
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