El corazón de Madrid
El 2 de diciembre de este año, la Plaza Mayor de Madrid, heredera de un viejo mercado extramuros y hoy icono de la ciudad, celebrará su cuarto centenario.
Se conmemora el cuarto centenario de la Plaza Mayor de Madrid, un espacio que ha presidido de fiestas a ejecuciones.
Este año se conmemora el cuarto centenario del inicio de la construcción de uno de los iconos del Madrid de los Austrias: la Plaza Mayor. Se levantó sobre la plaza del Arrabal, así denominada porque se hallaba en el arrabal de Santa Cruz. Se trataba de un espacio que funcionaba, desde el siglo xv, como feria comercial de la villa. Al estar situado fuera del recinto amurallado de Madrid, las mercancías no tenían que pagar el impuesto obligatorio para acceder a la ciudad. De esta forma, los productos en venta eran más asequibles. Con el tiempo, gracias al tráfico mercantil, se construyeron viviendas en los alrededores.
A finales del siglo xvi, una serie de cambios iban a determinar la deriva de aquel mercado más o menos caótico de los suburbios. Todo empezó con la decisión que tomó Felipe II en 1561, al hacer de Madrid la capital de su monarquía. Durante el siguiente medio siglo, la ciudad del Manzanares vería cómo su extensión se multiplicaba por dos y su población se quintuplicaba. Con la expansión demográfica, se imponían las transformaciones urbanísticas. Por eso, el “Rey Prudente” ordenó una remodelación del arrabal de Santa Cruz a partir de ejemplos como el de la Plaza Mayor de Valladolid. Los trabajos, sin embargo, no se tradujeron en resul tados demasiado visibles. Con una excepción: la construcción de la Casa de la Panadería, uno de los símbolos arquitectónicos del Madrid actual. Llegamos a 1617 sin que nadie haya conseguido evitar que la plaza exhiba un aspecto lamentable. Ese año, Felipe III encomienda a Juan Gómez de Mora que se erija por fin una obra monumental.
Ecos de sociedad
El primero de los muchos actos públicos que se celebraron en la plaza tuvo lugar el 15 de mayo de 1620. Con motivo de la beatificación de san Isidro, su patrono, Madrid
felipe ii ordenó una remodelación que no prosperó; solo su hijo logrará erigir una obra monumental
se entregó a seis días de festividades. En años posteriores se celebrarían desde corridas de toros hasta autos de fe, en los que eran ejecutados los condenados por herejía. También murió allí Rodrigo Calderón, hombre de confianza del duque de Lerma, ajusticiado en 1621 por su implicación en manejos poco claros. Afrontó su fin con tanta entereza que incluso se acuñó un refrán al respecto: “Tener más orgullo que don Rodrigo en la horca”. Aunque, en realidad, el procedimiento no fue la soga. Por ser noble, el condenado tuvo el privilegio de que le cortaran la cabeza.
Para presenciar un espectáculo, los espectadores alquilaban los balcones a los pro pietarios de las casas que daban al escenario. El precio dependía de la altura. La localidad más cara, en el primer piso, costaba doce ducados. La más económica, en el quinto, solo tres. Se hizo famoso el llamado “balcón de Marizápalos”, nombre con que se conocía a una de las amantes de Felipe IV. La actriz María Calderón,
también llamada “la Calderona”, tenía este balcón siempre a su disposición.
Tiempos turbulentos
La Plaza Mayor tenía un talón de Aquiles: la facilidad con que se incendiaba. Así, en 1631 fue por primera vez pasto de las llamas. El rey y su valido, el condeduque de Olivares, hicieron llevar al lugar el cuerpo incorrupto de san Isidro, con la esperanza de conseguir su intercesión. En 1672, ya bajo Carlos II, el desastre se repetiría. El último gran incendio destruyó, en 1790, la tercera parte de la plaza. El arquitecto Juan de Villanueva, el mismo que diseñó la actual sede del Museo del Prado, se ocupó de las obras de restauración. Fue él quien construyó el Arco de Cuchilleros, el acceso más famoso a la plaza. Se denomina así porque da a la calle de Cuchilleros, donde se encontraban estos artesanos. Ellos se encargaban de suministrar cuchillos a los carniceros, ubicados en el interior de la plaza. El recinto no permaneció ajeno a las convulsiones políticas del siglo xix. En 1812 pasó a denominarse “plaza de la Constitución”, como todas las plazas mayores de España. Dos años después, con la reinstauración de la monarquía absoluta, su nombre se cambiaría por el de “Plaza Real”. La referencia a la Carta Magna se reintroducirá en épocas con gobiernos liberales. La última vez, bajo la Segunda República. En 1939, con la victoria franquista, se rebautiza como “Plaza Mayor”.
Hoy es indisociable del conjunto la estatua ecuestre de Felipe III que, en 1848, se colocó en su centro. Del siglo xvii, obra de Pietro Tacca y Juan de Bolonia, la obra se había alzado hasta ese momento en la Casa de Campo. La identidad del corazón de Madrid también va unida a una tradición que comenzó en los años veinte del siglo pasado. Por esas fechas empezaron a aparecer en los soportales puestos donde los aficionados a la filatelia o la numis mática podían encontrar sellos antiguos y viejas monedas. En la actualidad, sigue siendo una importante atracción todos los domingos y festivos del año. Durante 1992 tuvo lugar la última intervención importante en la plaza: el pintor Carlos Franco decoró la fachada de la Casa de la Panadería con murales de te
la plaza tenía un talón de aquiles: la facilidad con que se incendiaba; ocurrió tres veces
mática mitológica. A lo largo de este 2017, los múltiples actos programados para la celebración del cuarto centenario del recinto proporcionan inmejorables pretextos para disfrutar de este punto de encuentro de la capital española.