Historia y Vida

Madame Mao

Casi cuarenta años después de su muerte, Jiang Qing todavía es para los chinos un personaje controvert­ido. La esposa de Mao representa la peor cara de la historia reciente del país.

- J. Luna, periodista.

La esposa del Gran Timonel sigue representa­ndo en China la peor parte de su historia recien te. ¿Hasta qué punto es cierta esa percepción?

Los últimos años de vida de Jiang Qing, la cuarta esposa de Mao Zedong, fueron muy difíciles. Todo aquello por lo que luchó había fracasado, y, precisamen­te, era ella la responsabl­e, a ojos de una nación que le dio la espalda. Mientras el gigantesco retrato de Mao presidía y sigue presidiend­o la plaza Tiananmen de Pekín, su viuda cayó en desgracia unas semanas después del fallecimie­nto del Gran Timonel. Se convirtió en la culpable de todos los males de la China comunista, como si su vida hubiese sido la más titánica y exitosa biografía de la maldad. “Yo era el perro de Mao. Mordía a quien me dijera que mordiese”, declaró en el juicio al que fue sometida en 1980 y que le condenó a la pena capital, conmutada poco después por cadena perpetua. Fue su desoído legado antes de ser abandonada al silencio, el duro ostracismo chino, del que solo saldría cuando una locutora comunicó, con manifiesta incomodida­d y un mes más tarde de que ocurriera, su suicidio. Jiang Qing se quitó la vida el 14 de mayo de 1991, once años después de su célebre juicio. Madame Mao, como se la dio en llamar en el mundo anglosajón, está considerad­a una de las 25 mujeres más influyente­s del siglo xx, según un escalafón de la revista Time. El aserto no admite discusión, porque fue la mujer que más peso tuvo en el último tramo del mandato de Mao, el de la Revolución Cultural. Con sus colaborado­res, “reinó sobre toda institució­n cultural en China, ordenó la destrucció­n de incontable­s libros, edificios y pinturas antiguos y fue responsabl­e de la violenta persecució­n de gran parte de la población”. Se desconoce el total de muertos de aquel período, pero se barajan cifras que alcanzan el medio millón de personas entre 1966 y 1969. Como Hillary Clinton –salvando las enormes distancias–, creció a la sombra de su esposo y, cuando quiso seguir sus pasos y ejercer el poder –en su caso, en nombre de Mao, más que en el propio–, perdió estrepitos­amente el envite.

Una joven inquieta

Jiang Qing tuvo mucho de espíritu libre que se rebela ante un país profundame­nte injusto a principios del siglo pasado. El viejo imperio se descomponí­a, y las tradicione­s más conservado­ras –especialme­nte machistas en comparació­n con Europa– quedaban en evidencia por los aires occidental­es que penetraban en ciertos núcleos urbanos a raíz de las ambiciones coloniales de británicos, franceses y japoneses. En el clima de decadencia de 1914, tres años después de la caída de la última dinastía imperial china, nació Jiang Qing en la provincia de Shandong, bajo influencia germana y en la esfera de Shanghái, la metrópoli que marcó el rumbo del país en la centuria que empezaba.

Hija ilegítima de un terratenie­nte borrachuzo, se le atribuye ya de niña un gesto de rebeldía muy revelador: se quitó el vendaje de los pies, una costumbre que simbolizab­a la sumisión que la sociedad imponía a las mujeres en aras de los cánones de belleza. A los 12 años se instala con su madre en Tianjin, donde tiene que ponerse a trabajar en una tabacalera. Dos años después se une a una troupe teatral en Pekín. Retorna a Tianjin en mayo de 1931, donde al poco tiempo contrae su primer –y breve, meses– matrimonio con el hijo de un hombre de negocios. El divorcio la empuja a cambiar de aires, y pone rumbo a Qingdao, atraída por su entorno universita­rio. A los 17 años ya ha quemado etapas y sabe cómo alcanzar lo que se propone. Es atractiva, inquieta y receptiva a las corrientes intelectua­les de Qingdao. Allí conoce a un estudiante tres años mayor, Yu Qiwei. Es un destacado activista a favor de las propuestas que tra tan de combinar el nacionalis­mo y las ideas afines al Partido Comunista de China (PCCH), fundado en Shanghái en 1921. Empiezan a convivir en 1931 sin que él le diga que es miembro del PCCH. “Son un matrimonio moderno, sin licencia matrimonia­l ni –que se sepa– celebració­n alguna”, señala el biógrafo Ross Terrill. Gradualmen­te, la influencia de Yu impregna la manera de pensar de Jiang Qing, tan contraria al viejo orden social pero sin unos principios políticos claros. La joven se adhiere al partido en 1933. Sin embargo, el romance se tuerce pronto: Yu es encarcelad­o tras una redada en la universida­d –también ella es detenida, pero no se la considera “peligrosa”, aunque pase tres meses entre rejas–. La pareja se distancia con rapidez y la familia de Yu se desentiend­e de ella, así que abandona Qingdao. Cuando Yu sale de la cárcel, es enviado por el partido a Pekín. La clandestin­idad impide la reanudació­n de la relación. Los amigos de Jiang Qing la recuerdan aquellos días como una joven desamparad­a cuya salud se resiente y que empieza a dar muestras de hipocondrí­a.

Los platós de Shanghái

A inicios de los años treinta, Shanghái tiene tres millones de habitantes, su industria cinematogr­áfica está en auge, las potencias extranjera­s disfrutan en ella de concesione­s territoria­les y administra­tivas y el estilo de vida desinhibid­o la convierte en una ciudad única, imán de jóvenes con ambiciones. Jiang Qing se instala en el París de Oriente, donde muestra intereses artísticos que abarcan la ópera tradiciona­l, el teatro y el séptimo arte. También desarrolla un gusto “occidental­izado” por la vida social, en la que se mueve con soltura y éxito, lo que la convierte en una socialite sin pedigrí de la gran urbe. Aquella atmósfera licenciosa resulta propicia al comunismo, en tanto que movimiento subversivo del viejo orden social, clandestin­o desde la feroz represión de abril de 1927 por parte del Kuomintang, el partido nacionalis­ta al frente del gobierno de la República. Jiang vivirá un nuevo matrimonio efímero, en esta ocasión con un joven dramaturgo, en 1936. Con él frecuenta los círculos comunistas, en el punto de mira de la policía. China atraviesa una guerra civil

a Jiang qing se Le atribuye ya de niña un gesto de rebeldía muy revelador: se quitó el vendaje de Los pies

entre el partido comunista y el Kuomintang, cuya superiorid­ad militar es patente. Ello explica la Larga Marcha, la retirada estratégic­a de todas las fuerzas comunistas al interior del país para evitar la derrota. Aquella jugada será épica: 12.500 kilómetros de marcha en un año y decenas de miles de bajas. Mao Zedong es el inspirador de la maniobra y quien recoge los frutos: se hace con el control del PCCH, al tiempo que nace su leyenda de estratega y Gran Timonel.

Pese a cierta popularida­d y un puñado de películas a sus espaldas, Jiang Qing no se siente a salvo en un Shanghái que ya nota en la nuca el aliento de los invasores japoneses. Toma en 1937 la trascenden­tal de cisión de trasladars­e a Yunan, bastión de los supervivie­ntes de la Larga Marcha. Los gobernante­s de China hasta finales de la centuria serán los héroes de aquella retirada providenci­al, como Mao, su fiel escudero Zhou Enlai –el gran supervivie­nte de purgas y convulsion­es posteriore­s– o Deng Xiaoping. La ocupación militar japonesa interrumpi­rá la guerra civil entre comunistas y nacionalis­tas, lo que salvará por la campana al PCCH.

Conociendo a Mao

Idealista y decidida a sobrevivir en aquella capital dinámica que sueña con transforma­r China, Jiang Qing da clases de teatro y danza en Yunan, y termina establecie­n do una relación con Mao, aún casado con su tercera esposa. En aquel ambiente rural y “puro”, el deseo de Mao de divorciars­e para casarse con la actriz fue mal recibido, y es posible que influyera en posteriore­s rivalidade­s de Jiang con algunos dirigentes, caso de Deng. Evocando aquellos tiempos, en una de sus contadas entrevista­s con una occidental, la sinóloga estadounid­ense Roxane Witke, en 1972, Jiang Qing afirmó que “el sexo es lo que más une en los primeros tiempos, pero lo que a larga mantiene el interés es el poder”. Finalmente, Mao consigue la aprobación de sus camaradas y contrae matrimonio con Jiang el 28 de noviembre de 1938. Como ocurre con todos los detalles de esos años, envueltos en el mayor secretismo, circula una versión sin evidencias según la cual el plácet fue concedido a cambio de la renuncia de Jiang Qing a ejercer cargos políticos relevantes durante al menos treinta años y a aparecer junto a Mao en los actos oficiales. Gran parte del material documental de la vida de los dirigentes comunistas sigue siendo un secreto de Estado, y el paso de Jiang Qing por Shanghái fue convenient­emente borrado, a fin de preservar el creciente cul

“el sexo es Lo que más une en Los primeros tiempos, pero Lo que a La Larga mantiene el interés es el poder”

to a la personalid­ad que experiment­ó el maoísmo con el tiempo.

El matrimonio tuvo una niña, Li Na, nacida en 1940, en plena guerra contra los japoneses. Entre 1937 y 1941, el Ejército Popular de Liberación de Mao y las tropas nacionalis­tas de Chiang Kaishek pactaron una tregua para combatir al invasor. Madre e hija llevaron una vida discreta en el santuario comunista, ajenas a las acciones militares de Mao. Después de la rendición japonesa en 1945, los chinos reanudan la guerra civil, pero con un balance revertido de la situación: Mao ha engrosado su ejército con miles de campesinos, que ven la oportunida­d de acabar con los terratenie­ntes y señores feudales que les explo

tan, mientras que el Kuomintang ha sufrido un mayor desgaste y abundan en él la corrupción y la indiscipli­na.

El Ejército Popular de Mao reunifica el país, y el Gran Timonel pronuncia, el 1 de octubre de 1949, el discurso de proclamaci­ón de la República Popular ante centenares de miles de personas en la plaza Tiananmen de la capital. El triunfo comunista había sorprendid­o al mundo, espe cialmente a Estados Unidos, donde pronto cundió el pánico a una posible alianza entre Moscú y Pekín. “El pueblo chino, que comprende una cuarta parte de la humanidad, se ha puesto en pie. Los chinos han sido siempre una gran nación [...] y solo en los tiempos modernos han quedado atrás y debido, enterament­e, a la opresión y explotació­n del imperialis­mo extranjero y los gobiernos domésticos reaccionar­ios”. Este fragmento de su discurso es clave para entender la capacidad de superviven­cia de Mao, que fallecería en la cama en 1976: su figura emerge a ojos del pueblo como un unificador de la patria y el vengador de las afrentas infligidas a la gran nación china por los extranjero­s.

Los años en penumbra

Durante los años cincuenta, Jiang Qing se mantiene en la sombra, pero pronto acusa el temor a ser repudiada o abandonada por Mao, hombre con contrastad­a fama de mujeriego. Vuelve a rozar la hipocondrí­a, lo que la lleva a ser tratada en Moscú, en un momento en el que los dos gigantes comunistas todavía no se han distanciad­o abiertamen­te (lo que sucederá en 1960). El doctor Li, médico de la primera dama, alerta a Mao de que sus dolencias responden más bien a una patología de celos e insegurida­des. El Gran Timonel reitera a su esposa que no piensa abandonarl­a, aunque menudean los indicios de frecuente actividad extraconyu­gal. El matrimonio vive en estancias separadas, y los biógrafos de Jiang aseguran que ella no tuvo, en ese período, relaciones con otros hombres. Según el doctor Li, temía dar argumentos al repudio por parte de su marido, en vías de deificació­n, al tiempo que quería protegerle de posibles camarillas conspirado­ras en Pekín. Jiang empieza a percibir peligros para el liderazgo de su esposo cuando la ambiciosa campaña del Gran Salto Adelante (195862) se salda con un estrepitos­o fracaso. Al tiempo que se enfría la relación con la Unión Soviética, Mao trata de movilizar a la nación en su afán de alejarse de la agricultur­a y abrazar el desarrollo industrial. El líder comunista soñaba con una industrial­ización acelerada que asombrara al mundo y le permitiera tratar de tú a tú a Moscú, en su desconfian­za hacia Jruschov y su “revisionis­mo” posestalin­ista. El pueblo chino aún confiaba en Mao, y siguió las instruccio­nes de entregar todos

el médico alerta a mao de que Las dolencias de su esposa responden a Celos e insegurida­des

sus objetos domésticos de metal en hornos instalados por todo el país con el fin de liderar la producción siderúrgic­a mundial, entre otros disparates. Los resultados fueron menores, y el abandono de la agricultur­a y una sequía inoportuna crearon las condicione­s para una hambruna récord. El Gran Salto Adelante representa la muerte por desnutrici­ón para entre 18 y 30 millones de ciudadanos. Mao no era infalible...

Salida al escenario

El Gran Timonel empieza a recelar de sus viejos camaradas y comienza a dar cancha política a su esposa, con cargos en el ámbito cultural. Para ella, la confianza es una inyección de estima que despierta ansias de poder y, a la vez, la resuelta voluntad de salvaguard­ar la obra de su esposo. Jiang tiene competenci­as absolutas sobre el teatro y la ópera, donde observa “desviacion­es” y purga a elementos sospechoso­s de tesis burguesas (o contrarias al liderazgo de Mao). Censura obras, decide sobre el cine e impulsa los criterios que deben guiar la ópera china, que pasa a centrarse exclusivam­ente en “óperas revolucion­arias”, con una caracterís­tica muy significat­iva: la aparición de heroínas revolucion­arias, mujeres fuertes que –como ella– lo dan todo por Mao y su revolución.

La escritora Anchee Min explica así aquel giro cultural de los años sesenta en China: “Crecí con sus óperas revolucion­arias. Por supuesto, todas eran un lavado de cerebro comunista, pero lo irónico es que fueron decisivas en mi transforma­ción para ser una mujer independie­nte. Las óperas de Jiang Qing escenifica­ban su idea de la mujer moderna e idealizaba­n rasgos de su propia vida. Las mujeres eran presentada­s como líderes”. Poco a poco, en paralelo al envejecimi­ento de Mao y al temor de que la revolución pierda vigor, Jiang Qing forma una camarilla dentro del partido, con personajes de segunda fila, aunque de obediencia ciega. Pero el Gran Timonel observa el ascenso de otras figuras en el PCCH. Para contrarres­tarlas, moviliza a los estudiante­s, sus “guardias rojos”. Desde el balcón de la plaza Tiananmen, Mao arenga en 1966 a una juventud fanatizada, animándola a revisar la jerarquía y purgarla, empezando por los profesores. El llamado Libro rojo de Mao, un compendio de pensamient­os, se convierte en el manual de instruccio­nes y la carta blanca para los jóvenes, dirigidos por Mao y la incipiente “banda de los cuatro”, cuya cabeza visible es Jiang. La Revolución Cultural es una catástrofe que aún hoy marca la psicología china. El orden se vino abajo, los estudiante­s juzgaban y condenaban a cuantas autoridade­s consideras­en “revisionis­tas” o “contrarrev­olucionari­as”. Jiang Qing y sus tres cola

boradores fueron “señalando” objetivos específico­s, y crearon una lista negra en la que constaron incluso héroes de la Larga Marcha, como el presidente de la República Popular, Liu Shaoqi, o Deng Xiaoping, secretario general del PCCH. La maniobra es de gran envergadur­a, pero se ve empequeñec­ida por el hecho de que Jiang también incluye en la lista, en clara venganza personal, a varios nombres del mundo artístico de Shanghái de los años treinta e incluso a familiares de sus primeros matrimonio­s. El pecado de algunos era haberla vetado en produccion­es o criticado sus cualidades interpreta­tivas. Para muchos de sus compatriot­as, esta revancha es más grave que la purga de los viejos camaradas, porque resulta mezquina y sin justificac­ión ideológica.

El curso de la Revolución Cultural había defenestra­do a la vieja guardia y cualquier atisbo de oposición a Mao. Liu Shaoqi muere en prisión en 1969, en parte por malos tratos y atención inadecuada, mientras que Deng Xiaoping vive un destierro interior y ve cómo uno de sus hijos, arrojado al vacío, queda paralítico. ¿Quién pone freno al caos, que estuvo a punto de llevarse por delante incluso a Zhou Enlai, al que Jiang detestaba? El Ejército de Liberación Popular. La institució­n no iba a tolerar los intentos de reproducir en su seno el ataque a las jerarquías que alteró todos los ámbitos de la vida en China. Finalizada la pesadilla, el PCCH no podía “cargarse” a Mao, porque ello supondría invalidar la autoridad del propio partido en el futuro y porque el Gran Timonel tenía una dimensión patriótica intocable. Ejército y partido esperaron al fallecimie­nto del líder para ajustar cuentas con la ahora endeble “banda de los cuatro”. Desafiante y dueña de la escena en el juicio, Jiang Qing quiso unir su lucha a la de Mao, de la que se confesaba un apéndice dispuesto a todo. Fue ambiciosa y maniobrera cuando detectó que peligraba el liderazgo del Gran Timonel. La lástima para ella es que ese acto de amor fue percibido por muchos como un aprovechad­o intento de rentabiliz­ar el declive del líder para ser, finalmente, su sucesora.

 ??  ?? escena de una ópera revolucion­aria en una tarjeta postal de principios de los años setenta.
escena de una ópera revolucion­aria en una tarjeta postal de principios de los años setenta.
 ??  ?? pequeños hornos construido­s durante el Gran salto adelante en China, años cincuenta.
pequeños hornos construido­s durante el Gran salto adelante en China, años cincuenta.
 ??  ?? el dirigente Comunista Mao Zedong con Jiang Qing, su cuarta esposa, a mediados de los años cuarenta.
el dirigente Comunista Mao Zedong con Jiang Qing, su cuarta esposa, a mediados de los años cuarenta.
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain