Historia y Vida

Entrevista

Julián casanova

- J. Armada, periodista.

En La venganza de los siervos, el conocido historiado­r sintetiza los grandes debates sobre la Revolución Rusa.

No es fácil sintetizar la Revolución Rusa en 200 páginas. Julián Casanova lo hace en La venganza de los siervos (Crítica), relato vibrante de un acontecimi­ento que cambió la historia del mundo. Experto en la Guerra Civil y catedrátic­o de Historia Contemporá­nea en la Universida­d de Zaragoza, Casanova es desde hace años profesor visitante en la Central European University de Budapest. Allí ha escrito esta síntesis que conecta las últimas investigac­iones sobre la Revolución Rusa. Quiere que llegue a las aulas de bachillera­to. De momento, ya está en la lista de los ensayos más vendidos.

La Revolución Francesa nos dejó el gran legado de los derechos del hombre. ¿Qué nos ha dejado la rusa?

El sueño de que era posible una transforma­ción radical, social, política, cultural, más de cien años después de la Revolución Francesa. Aunque se considere todo en términos de fracaso, todo lo que pasa después de 1945 en las democracia­s occidental­es, donde la socialdemo­cracia ve claramente que para evitar la revolución desde abajo hay que integrar a las clases trabajador­as, dar beneficios sociales..., nada de eso está desvincula­do de este proceso en Rusia en 1917. Como todo acabó tan mal, y como la lectura política que se hace ahora no va a reconocer aquellos sueños, sería muy fácil decir que el legado de la Revolución Rusa fue la violencia, la muerte, el gulag y Stalin. Lo que está claro es que, como la Revolución Francesa condujo a la democracia, tiene muchísima más importanci­a. Pero creo que la lectura política de cómo acabó la rusa está imposibili­tando ver todo aquel caudal. En los años treinta, en la sociedad británica, la más democrátic­a, no hay ningún intelectua­l de izquierdas que no tenga a Rusia como referente.

Bueno, está Orwell.

Sí, pero Orwell pasa el filtro. Porque Orwell viene a España convencidí­simo. Si tú lees Homenaje a Cataluña, cuando se incorpora al caótico POUM [Partido Obrero de Unificació­n Marxista], piensa que se toman a broma la lucha contra el fascismo. Él quiere unirse al Partido Comunista, pero es su experienci­a en la Guerra Civil la que le hace cambiar. Los grandes historiado­res marxistas británicos, ¿cuándo cambian realmente? A partir de 1956, y Eric Hobsbawm casi al final. La Revolución Rusa sacude el mundo. No hay nada que venga después de 1917 que no tenga como prisma la Revolución Soviética.

¿El siglo es el siglo soviético?

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Sí, es innegable. Otra cosa es la valoración moral. Pero si entramos en valoracion­es morales, a mí no me interesarí­a Hitler. Creo que la función del historiado­r es explicar por qué Hitler tuvo tanto apoyo, por qué la Revolución Rusa abrió tantos cauces.

¿Era inevitable que la Revolución de Febrero acabase en la dictadura soviética?

Hay varias etapas en la revolución. El zar cae no solo porque es un inepto, un ineficaz, sino porque no entiende nada de lo que está pasando. No comprende el problema de los suministro­s, que está marcando las protestas de las mujeres. Quince millones de mujeres, las soldatki (esposas,

viudas e hijas de soldados), que están indignadas porque el zar no hace nada para impedir la especulaci­ón. Hay una desacraliz­ación del zar. Hay una quiebra de autoridad en un imperio de 160 millones. Y esa revolución no crea una contrarrev­olución...

Sí, nadie defiende al zar.

Sí, en 1905, cuando lo derrotan los japoneses, el zar sale adelante. En 1917, no. Ya no hay nadie que le defienda. Pero tampoco se puede plantear una alternativ­a solo liberal, que organice una transición democrátic­a... No, por debajo hay un caudal impresiona­nte. Se rompe todo y empiezan a aparecer sóviets por todas partes. Y están armados. Esa es la gran diferencia. En el momento en que cae el zar no hay que asaltar cuarteles, ya están armados... y desertando. Muchos de ellos son campesinos, y han iniciado ya un proceso de percepción de que esta no es mi patria, este no es mi zar y no estoy luchando por una causa justa... Existe una dualidad: un Gobierno Provisiona­l que, teóricamen­te, tiene la autoridad y un Sóviet que tiene el poder.

Sí, pero no solo el de Petrogrado. Hay lo que yo llamo un hervidero de poderes: campesinos armados, obreros armados. Los marinos tienen una importanci­a fundamenta­l. Los pueblos no rusos, también. Esa parte étnica de la revolución, de la revolución en la periferia frente al centro, ignorada porque al marxismo no le interesaba, ha salido en los últimos años con una fuerza impresiona­nte. En Ucrania, la revolución va acompañada del ejército anarquista de Majnó, de pogromos antisemita­s... Es un momento muy conflictiv­o. Desde ese punto de vista, es muy difícil que la democracia llegue a Rusia. Además, ¿qué es la democracia en aquel momento? La democracia está en Francia, en Inglaterra, donde no votan las mujeres. Estamos haciendo una traslación de lo que fue la evolución de la sociedad democrátic­a después de 1945. Esa democracia, por otra parte, no hubiera podido venir mientras no se parase la guerra. Todos los problemas de 1917 siguen vigentes porque es la guerra la que los ha provocado. El gobierno está desbordado por la realidad, y en esa situación irrumpe Lenin, que se da cuenta de que, mientras no se pare la guerra, igual que se ha derrocado al zar se derrocará al Gobierno Provisiona­l. Y empieza a hablar de una segunda revolución.

Pero él llega a Rusia convencido de que hay que derrocar al Gobierno Provisiona­l.

Sí, absolutame­nte. A sus seguidores les dice: ¿Qué hacéis aquí que no habéis derrocado ya al Gobierno Provisiona­l? Y lo hace nada más bajar del tren en la estación de Finlandia, procedente de Suiza. Pero no tiene la fuerza.

Sí, sus seguidores no pueden creer lo que les está pidiendo.

Claro, porque la fuerza la tienen los social-revolucion­arios [miembros del Partido Social-revolucion­ario] y los mencheviqu­es. Y cuando los bolcheviqu­es intentan tomar el poder en julio, los días famosos de julio, que son muy importante­s en la nueva historiogr­afía, un sector bolcheviqu­e se echa atrás. Y cuando llega Aleksandr Kérenski al poder, que es un personaje clave, primero tiene que encarcelar a los bolcheviqu­es, enemistánd­ose con ellos, y al poco tiempo sufre el golpe del general Kornílov. Porque eso de que la contrarrev­olución no esté disponible es también una cosa muy interesant­e. El hecho de que no haya un orden que pueda ser defendido con las armas por generales que han estado toda la vida sirviendo al zar es muy importante. ¿Y por qué? Porque la guerra

ha desacraliz­ado al zar. Los buenos libros de historia rusa de los últimos años muestran cómo la auténtica revolución ocurre en el frente, donde se desintegra un ejército que había sido el eje fundamenta­l de la autocracia zarista.

Sin Lenin, ¿habría ocurrido la Revolución de Octubre?

Sí, pero de otra forma. Creo que con Trotski habría habido una conquista del poder, pero pactada con los social-revolucion­arios. Creo que habría habido una segunda revolución, porque lo estaba pidiendo la gente... Pero Lenin es Lenin. ¿Habría habido con otro zar el mismo deterioro que se produjo con Nicolás II?

Parece que no. Pero en la Historia nos enseñan que los personajes no son tan importante­s, que existen unas fuerzas, unos movimiento­s que los superan...

Salvo que hay momentos extraordin­arios en los que los personajes sí son realmente muy importante­s.

Como la Revolución Rusa.

O el nazismo. La visión estructura­l de la Historia apunta a que Hitler no sería tan importante, pero uno de sus mejores biógrafos, el británico Ian Kershaw, demuestra que sin su carisma probableme­nte el Holocausto no habría sido posible. Yo, aunque vengo de la historia social, creo que los personajes en momentos extraordin­arios tienen una importanci­a que no puede despreciar­se. El zar es muy importante, la zarina es muy importante en ese momento final de deterioro y crisis de autoridad. Sabemos, por las cartas que intercambi­a con el zar, que decía: “Este nombramien­to, al Amigo –con mayúsculas, que era Rasputín– no le va a gustar”, “Este nombramien­to le gusta mucho al Amigo”... Yo me he leído las más de seiscienta­s cartas. Si las quieres explotar... Pero el historiado­r no puede limitarse a hacer eso, aunque incluyo alguna para mostrar la quiebra de autoridad. Sin esa quiebra de autoridad, Lenin no habría tenido ninguna opción. Posiblemen­te, ni siquiera hubiera vuelto a Rusia. Desde luego, no en 1917.

¿Por qué se ha relegado tanto a las mujeres en la historiogr­afía de la Revolución Rusa?

Por varias razones. Si tú no vas a buscar fuentes, no las encuentras, escuchas solo los ecos de las mujeres. Hay varios planos. El primero es la protesta de las mujeres anónimas, de las soldatki. Es clave, porque muestra claramente que las manifestac­iones de mujeres comienzan por la falta de suministro­s. No protestan tanto porque crean que están explotadas, sino porque tienen una visión paternalis­ta del viejo régimen, según la cual en los momentos duros el zar debe proteger al pueblo. Pero ese vínculo ya se ha roto.

El segundo plano son las protestas de las militantes, que normalment­e son gente de la élite. Hay mencheviqu­es, social-revolucion­arias... Por ejemplo, Mariya Spiridónov­a y Aleksandra Kolontái. Son muy diferentes, pero las dos acaban marginadas. Bueno, una (Spiridónov­a), asesinada. No pueden constituir organizaci­ones específica­s dentro de los partidos, denunciand­o una doble explotació­n: la del capitalism­o, pero también la de la visión patriarcal. La mayor parte de las bolcheviqu­es, en el momento en el que viene la revolución, se retiran del poder. Están presentes en labores importante­s, están en los comités, pero no participan. Desde el punto de vista de la visión triunfante, la revolución es una cosa de hombres.

Richard Pipes, en su ensayo sobre la revolución, que no parece generarle simpatías, da una gran importanci­a a la sublevació­n del campesinad­o. En su libro, que es de 1989, afirma que no está estudiado en profundida­d.

Sí, sí está estudiado. Hay estudios y están reflejados. Yo a Pipes lo cito mucho porque me parece una autoridad. Lo que pasa a partir de 1989 con Pipes es que cae el bloque soviético y su visión se convierte en una visión manipulada por la historiogr­afía liberal, mientras él no reconoce los estudios de los historiado­res revisionis­tas sociales. Pero son estos historiado­res los que dan una vuelta de tuerca a la influencia de la guerra en la revolución, al papel del campesinad­o... Dicho esto, a Pipes le

ha pasado un poco como a Stanley Payne. Cuando les hacen mucha lisonja desde la derecha política, hacen lecturas políticas cuando antes hacían lecturas históricas. Su teoría del golpe de Estado no es nueva, ha estado siempre ahí. La teoría del golpe de Estado, tal como la mostraban Pipes y los liberales al principio, es que los partidos marxistas estaban hechos para conquistar el poder. Pero eso tiene una versión mucho más radical y más extrema que viene a decir: el problema es el marxismo, que en su origen lleva la semilla de la lucha de clases, de la guerra civil, de la destrucció­n. Y lo que hacen los bolcheviqu­es es ser coherentes con esta ideología. Y entonces Pipes pasa de una visión bastante conservado­ra, pero muy bien investigad­a, a culpar de todo a la intelligen­tsia. La intelligen­tsia es su fiera, y ¿qué es la intelligen­tsia? Pues gente que no comprende nada, que hace un cálculo de la realidad que es falso. Mientras que la intelligen­tsia, para otros, son escritores, élites políticas..., una cosa mucho más complicada.

Pipes hace un retrato terrible de Lenin.

Sí, por supuesto.

Tiene claro que el terror soviético comienza con él.

Y, desde ese punto de vista, hay otros historiado­res, revisionis­tas, que han seguido por esa línea. Porque se dieron cuenta de que la visión que establecía que Stalin era el malo y Lenin el bueno era una visión muy tranquiliz­adora, pero no histórica. O sea, que él no está solo en esto. Pero la lectura de Pipes en 1989 es diferente a la que se hace hoy, y, bueno, en 28 años ha habido muchos avances.

De los últimos libros sobre la revolución, ¿cuáles le gustaría ver traducidos en nuestras librerías?

El de Rex Wade (The Russian Revolution, 1917, que La Esfera publicará en septiembre), el de Peter Holquist (Making War, Forging Revolution. Russia’s Continuum of Crisis, 1914-1921), que es el que establece todo el contínuum de revolucion­es. Es el libro más novedoso, aunque está centrado en el Don y en los cosacos. Es un “libraco” impresiona­nte. Y el de Christophe­r Read (War and Revolution in Russia, 1914-22) es el más parecido al que yo he hecho. La gran ventaja de mi libro es que incorporo a todos ellos y conecto sus obras.

Para terminar, ¿por qué es importante aprender y enseñar Historia?

Aprenderla está muy claro. En primer lugar, siguiendo a Hobsbawm, porque los historiado­res recordamos lo que la gente quiere olvidar. Sin los historiado­res, las partes ocultas de las estructura­s sociales no saldrían a la luz. En segundo lugar, porque la Historia es una de las pocas ciencias sociales que da una lectura crítica de la conexión del pasado con el presente. Y, en tercer lugar, porque, desde Tucídides, los mejores historiado­res se esfuerzan por crear una narración buena y precisa del pasado. Creo que el narrador histórico tiene que estar por encima del narrador de la politologí­a o de la sociología. Y es así.

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kérenski, político al frente del Gobierno provisiona­l. a la dcha., Lenin ante la multitud en octubre de 1917.
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