Meteórica ascensión
En la obra colectiva 40 años con Franco (Crítica, 2015), el hispanista británico Paul Preston afirma que, ya en 1926, Franco “dejó el modelo o el personaje del ‘Héroe del Rif’ y se propuso otra finalidad, otra aspiración: la de no ser uno más de los generales significados, sino el general más importante de España”. Diez años después, el golpe contra la República instituida, que derivaría en la cruenta Guerra Civil, estuvo encabezado por una serie de militares, pertenecientes casi en su totalidad a los denominados “africanistas”, por el bagaje y el espíritu de casta adquiridos en la guerra de Marruecos. Franco, uno de los insurgentes, no tuvo inicialmente el protagonismo más destacado. Sin embargo, en poco más de dos meses se convirtió en líder indiscutible de los sublevados. ¿Cómo se produjo su escalada a la cúpula del poder? ¿De qué modo la dictadura militar colegiada dejó pasó a una dictadura militar personalizada?
Un especialista como el historiador Enrique Moradiellos valora en el dossier de este mes la capacidad de estrategia militar y diplomática de Franco, y analiza cómo influyó la desaparición de una serie de “obstáculos” que le hubieran podido disputar la preeminencia. En su meteórico ascenso gozó, además, del apoyo de los grupos derechistas, confiados en poder inclinar a su favor sus designios futuros, del clero integrista y del respaldo logístico y militar de poderosos aliados, como Italia, Alemania y Portugal. Pero ¿qué otros factores se sumaron a su encumbramiento político?
Si el paso de general a “Generalísimo” se fraguó durante la contienda civil, el culto a Franco por parte del bando vencedor se inició a partir de 1939. Su imagen como militar salvador y redentor fue diseñada e idealizada a lo largo de su régimen dictatorial, a través de la propaganda que construyó y alimentó el mito del Caudillo.