La postura política de Franco
El general, partidario del “accidentalismo”, mostró inicialmente reticencias ante las opciones que pudiera tener la sublevación.
desde el principio, Franco manifestó muchas reservas sobre las posibilidades de éxito rápido de un golpe militar. Por eso, frente a otros conjurados, extremó su cautela ante las propuestas de acción rápida por dos motivos básicos: el temor a las consecuencias de un fracaso, habida cuenta de la falta de apoyos masivos a la conjura entre los mandos militares, y la tenue esperanza de que el deterioro de la situación sociolaboral pudiera ser atajado legalmente y con menos riesgos y costes. Por esas dudas sobre la seguridad del triunfo, el 23 de junio de 1936 remitió una equívoca carta al presidente del gobierno y ministro de Guerra, Santiago Casares Quiroga (que había asumido el cargo un mes antes, tras la elección de Azaña co- mo presidente de la República). En ella advertía a su superior jerárquico del grave “estado de inquietud” de la oficialidad por la crítica situación política y las medidas tomadas por el ejecutivo en asuntos militares. Pero también se ofrecía veladamente para aconsejar las soluciones pertinentes a fin de reducir “una gravedad grande para la disciplina militar”. No recibió respuesta. En todo caso, la simultánea oleada de huelgas de ese mes fue rebajando sus expectativas de resolución legal de la crisis, que quedaron barridas tras el asesinato de José Calvo Sotelo el 13 de julio.
accidentalismo político. Franco siempre había sido uno de los generales preferidos por Alfonso XIII, y sus convicciones monárquicas quedaron patentes en su disgusto ante la proclamación de la República, pese a sus críticas al rey por haber cesado al general Miguel Primo de Rivera. Sin embargo, como la mayoría de los militares, aceptó el nuevo régimen porque compartía las tesis del accidentalismo político perfilado por la doctrina de la Iglesia con León XIII y Pío X: la forma de Estado (monárquica o republicana) es accidental (contingente y por eso no prioritaria), y lo importante y crucial es la esencia del Estado (si respeta la vida, la propiedad y los derechos de la religión católica y sus fieles). Por eso apoyó el programa político de la CEDA, al sentirse identificado con su estrategia posibilista de reforma legal de la República para hacerla compatible con sus principios. Solo el fracaso de esa estrategia legalista y posibilista le impulsó a tomar la vía conspirativa e insurreccional, pero manteniendo la idea de que la forma estatal era un accidente, y no motivo esencial de la oposición al gobierno republicano.
levantar en armas a la mayoría de las guarniciones de Galicia, previa destitución de sus superiores leales al régimen republicano y al precio de una intensa lucha contra los focos de resistencia en la base naval de El Ferrol y entre la clase obrera de Vigo. Ese mismo día tuvieron lugar otras tres incorporaciones a la sublevación de gran valor simbólico y estratégico. Por un lado, el teniente coronel Camilo Alonso Vega sumaba la provincia de Vitoria al bando rebelde. Por otro, el coronel Antonio Aranda decantaba la ciudad de Oviedo contra el gobierno republicano. Y, finalmente, el coronel José Moscardó, director de la Academia Militar de Toledo, se alzaba en armas en la ciudad y se atrincheraba en el viejo Alcázar con sus hombres y medio millar de civiles afectos o tomados como rehenes. Los grandes éxitos cosechados ese 20 de julio solo tuvieron en contra un serio revés político: Sanjurjo perdió la vida en accidente aéreo en Lisboa cuando trataba de viajar hasta Pamplona para asumir la dirección suprema del movimiento de fuerza en curso. Los sublevados, en suma, perdían a su líder reconocido apenas iniciada la operación y en medio de un contexto incierto en el plano militar y en el orden político. No en vano, después de cuatro días trágicos, la sublevación solo había logrado triunfar de manera indiscutida y tras varias vicisitudes en todas las colonias (Marruecos, Ifni, Sáhara y Guinea), los dos archipiélagos de Canarias y Baleares (salvo Menorca), en un núcleo andaluz (cuyos ejes eran Sevilla, Cádiz, Córdoba y Granada) y en una compacta zona centro-occidental que iba desde La Coruña a Huesca y desde Cáceres a Teruel, y que incorporaba las regiones de Galicia, León y Castilla la Vieja, Navarra y Álava, la alta Extremadura y la mitad occidental de Aragón. Era algo menos de la mitad de toda la superficie española peninsular. El corolario de esa afirmación es evidente. La rebelión había fracasado en el resto del territorio nacional y había sido aplastada en dos grandes zonas separadas entre sí: una estrecha y aislada franja norteña de la costa cantábrica (desde Guipúzcoa y Vizcaya en el País Vasco hasta toda Asturias, salvo Oviedo, y la provincia intermedia de Santander) y un compacto territorio centro-oriental, articulado por el triángulo de Madrid-barcelona-valencia, que incluía toda la región catalana y el resto de la costa mediterránea hasta Málaga, así como las áreas interiores desde Badajoz hasta Castilla la Nueva y La Mancha. Era algo más de la mitad de toda la superficie peninsular de España.
los sublevados perdían a sanjurjo, su líder, En accidente aéreo apenas iniciada la operación