ERAN CUATRO, PERO FALTABAN MUCHOS
la estrategia de “desconectar” a Mao de la catastrófica Revolución Cultural que él había diseñado y promovido fue adoptada por el PCCH a partir de 1978 para garantizar la legitimidad del partido en los años venideros. No obstante, había que hallar unos “sospechosos habituales” y endosarles la culpa del desastre. La visibilidad de su esposa (arriba) tras la muerte del Gran Timonel en 1976 la convirtió en el blanco perfecto, y, durante dos años, el partido se dedicó a ensuciar su imagen y la de un reducido número de colaboradores a los que había bautizado como “la banda de los cuatro”.
decir que aquellas cuatro personas en el banquillo de un tribunal especial de Pekín en 1980 eran los causantes de todos los fiascos de la recta final del maoísmo era un insulto a la inteligencia. Todos los chinos veían en ellos a unos chivos expiatorios. Zhang Chunqiao era un periodista combativo de Shanghái, donde dirigió el Diario de la Liberación, órgano potente junto al Diario del Pueblo. ¿Un oportunista? Como sus otros dos camaradas. Yao Wenyuan era el crítico teatral cuyo artículo “revolucionario” contra los rectores de la Ópera de Pekín en un diario de Shanghái en 1965 se considera el punto de partida de la Revolución Cultural. El cuarto de la banda: otro propagandista sin recorrido. Wang Hongwen, que ascendió en el partido gracias a su influencia sobre los guardias rojos, hasta el punto de que se creyó capaz de complotar contra Zhou Enlai, el primer ministro y canciller. Su mayor gloria fue transmitir en la radio china el funeral de Mao. Todos fallecieron confinados y se llevaron a la tumba un peso histórico que jamás imaginaron.