Historia de un fiasco
El arrinconamiento de la justicia en la desnazificación
En sus momentos álgidos, los archivos del Partido Nacionalsocialista llegaron a contar con más de ocho millones de fichas de afiliación, a las que habría que añadir las de las organizaciones subsidiarias. En los mismos días, decenas de campos de concentración funcionaban a pleno rendimiento en los territorios del Reich. Tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, casi nadie se consideraba nazi ni conocía a nazi alguno, y tampoco sabía lo ocurrido en los campos. Es más, parecía como si prácticamente todos los alemanes hubieran estado en contra de Hitler y los suyos: “Los soldados de los ejércitos triun- fadores y los supervivientes de los campos de concentración no dejaron de encontrarse con alemanes que les aseguraban que siempre habían estado en contra de los nazis”, señala el escritor estadounidense Andrew Nagorski. ¿Qué hacer con unas gentes tan olvidadizas? ¿Cómo impartir justicia, si no había responsables?
Nómina diversa
Esta paradoja fue uno de los motivos que indujo a Nagorski a entrevistar a una sesentena de personajes que, de una u otra manera, habían intervenido en la persecución y el castigo de los principales culpables de las atrocidades cometidas por el régimen nazi. Quería hacerse una idea de los problemas con que se encontraron para desarrollar su labor. Estas entrevistas, unidas a una copiosa documentación, han dado lugar a Cazadores de nazis. El libro puede parecer estructurado a partir de una serie de relatos individuales –entre ellos, los de los fiscales William Denson, Jan Sehn o Fritz Bauer, pero también los de actores no oficiales, como los esposos Klarsfeld o Simon Wiesenthal–. No obstante, lo que pretende el autor es que esos relatos confluyan para darnos una visión global del proceso de desnazificación, y desde luego lo consigue.
En un lenguaje ameno que invita a la lectura, Nagorski nos confiere una visión clara de los distintos perfiles y motivaciones con que se encuentra. Unos toparon con la incomprensión y, con demasiada frecuencia, pusieron en peligro su futuro profesional por causa de la justicia, mientras que otros oscurecieron sus logros con banales objetivos, y algunos más –como reconoció el propio Wiesenthal– actuaron por venganza, aunque luego se retractarían.
No es momento
El medio nunca les fue propicio. En un mundo dividido en bloques, no había espacio para perseguir a antiguos criminales, y así lo definió el canciller Konrad Adenauer en 1952: “Creo que ha llegado el momento de dejar de husmear en todos lados en busca de nazis”. Desde entonces, los medios y el interés dieron paso a la indiferencia, e incluso a la hostilidad, mientras todo el proceso, salvo algún caso aislado, languideció. Los alemanes crearon una palabra para definir el lavado general de imagen, “Persilschein”, a partir del nombre de un conocido detergente.
La del proceso de desnazificación no es una página de la historia por la que sea agradable transitar. Redescubrirla es otro de los méritos de este libro.