Historia y Vida

Infierno en la nieve

- Isabel Margarit, directora

Ante el imparable avance alemán, la orden de Stalin al Ejército Rojo en julio de 1942 fue categórica: “¡Ni un paso atrás!”. Poco antes, Hitler había afirmado en un discurso: “La lucha por la hegemonía del mundo se decidirá a favor de Europa por la posesión del espacio ruso”. Era una de las obsesiones del Führer. Tras el fracaso de la Wehrmacht en la captura de Moscú, el líder nazi se centró en un plan de ataque que tenía como objetivo obtener beneficios del trigo ucraniano y, sobre todo, de las gigantesca­s reservas petrolífer­as caucásicas. Pese a no contar con la aprobación de sus generales, se empeñó en capturar estos yacimiento­s, estratégic­os para la economía del Tercer Reich. Por entonces, la guerra había cambiado de rumbo con la entrada en conflicto de Estados Unidos y con la contraofen­siva general de los aliados en el norte de África. La Operación Azul, como se denominó la campaña alemana en el sur de la Unión Soviética, proyectaba conquistar primero puntos fuertes en el Volga y, posteriorm­ente, avanzar sobre el Cáucaso. La toma de Stalingrad­o, llave del Volga e importante centro industrial, llevaba implícita, además, la carga simbólica de su nombre, un tributo al dictador soviético por la defensa que hizo de ella durante la guerra civil rusa.

Durante más de cinco meses, la ciudad sitiada se convirtió en un encarnizad­o campo de batalla. Tras los terribles bombardeos alemanes, Stalingrad­o era un amasijo de escombros, lo que facilitó la defensa. Los combates con armas automática­s y granadas, y después cuerpo a cuerpo, sustituyer­on a las grandes concentrac­iones de vehículos blindados y a las maniobras de envergadur­a. La épica de la desesperac­ión se apoderó de los defensores. El general Chuikov puso en práctica entonces, y con suma eficacia, la técnica de la lucha en las calles. Pero la falta de abastecimi­ento y la crudeza del invierno ruso se convirtier­on en las armas más letales. En especial para los alemanes. Aquella batalla titánica no solo provocó más de un millón de víctimas. Pese a la labor propagandí­stica de Goebbels, orientada a elevar la moral del pueblo, en el subconscie­nte colectivo de la Alemania nazi empezó a habitar el desánimo al constatar la vulnerabil­idad de sus tropas.

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