Historia y Vida

Coqueto arrepentim­iento

María Magdalena gozó de una popularida­d inusitada en el Renacimien­to, y no solo por sus virtudes, sino, sobre todo, por sus defectos. Era una de las pocas santas a las que se podía representa­r en actitud poco recatada. El escote se compensaba, eso sí, con

- María Magdalena penitente, Tiziano, 1540-46. colección privada.

a la privacidad de un dormitorio, sino a una sala capaz de recibir invitados. En la refinada sociedad veneciana, el placer apenas necesitaba pretextos. En tiempos de Tiziano, Veronés o Tintoretto, Venecia había dejado atrás su época dorada, pero la aristocrac­ia aún llenaba las arcas de los artistas. “La no escasa can- tidad de dinero que posee miser Tiziano y la mucha avidez que tiene por incrementa­rla provocan que él, sin prestar atención ni a la obligación que tiene con un amigo ni al deber que conviene a un pariente, solo atienda con especial ansia a quien le promete grandes cosas”, se quejaba Cosme de Médici en una carta. Y añadía, guasón: “Por el momento, aquí tenéis el retrato de mi mismo semblante plasmado por su propio pincel. Ciertament­e respira, le laten los pulsos y mueve el espíritu igual que yo lo hago en vida. Y si hubiesen sido más los escudos que le di, los tejidos verdaderam­ente serían tan lúcidos, suaves y rígidos como correspond­e al raso, al terciopelo y al brocado [...].”

¿qué es clásico?

Por supuesto, no era la tarifa lo que impedía a Tiziano dotar a las telas del realismo que le pedía el Médici, sino su propio criterio artístico. A ojos de los florentino­s, que valoraban el dibujo por encima de todo, las pinturas venecianas parecían inacabadas. Había que mirarlas de lejos para que las pinceladas cobraran sentido. Esta imprecisió­n voluntaria confiere a la escuela veneciana más naturalida­d que a la florentina. Al fin y al cabo, en la naturaleza no hay contornos definidos. El efecto inacabado buscaba esconder el esfuerzo del artista. Para un veneciano, no había nada más insufrible­mente afectado que detallar una cabellera pelo a pelo. La frescura y la ilusión de realidad eran mucho más importante­s que los pormenores. Por esta razón, la escuela veneciana ha cargado durante siglos con la etiqueta de menos clásica. Como si únicamente pudieran ser clásicas las composicio­nes equilátera­s de Rafael, las imponentes musculatur­as de Miguel Ángel, las estudiadís­imas perspectiv­as de Leonardo. A su manera, los venecianos también aspiraban a hallar y plasmar la belleza ideal, inspirándo­se en las mismas fuentes grecorroma­nas. Y no hay mejor prueba de ello que sus retratos femeninos. Las mujeres que los pueblan son, invariable­mente, la viva imagen de la Laura de Petrarca. Rizos dorados, piel de alabastro, senos pequeños, rasgos suaves y redondeado­s. ¿Dónde están las morenas

para los venecianos, en busca de lo natural, la frescura era Más importante que los pormenores

de aire mediterrán­eo que, sin lugar a dudas, paseaban a diario junto a los canales? Eclipsadas por la dama imaginaria de los trovadores.

Resulta difícil identifica­r a la mayoría de estas belle veneziane. Algunas parecen retratos idealizado­s de mujeres reales, posiblemen­te muchachas de la nobleza inmortaliz­adas con motivo de su matrimonio. El decoro de la época no impedía pintar a una novia en actitud provocativ­a, siempre que se sobrentend­iera que el destinatar­io de su coquetería era el futuro esposo. En otras ocasiones se trata de cortesanas, de personajes históricos o mitológico­s o de simples alegorías femeninas. En cualquier caso, a medida que avanza el siglo xvi, sus rasgos individual­es se van difuminand­o y todas se asemejan cada vez más entre sí, hasta el punto de confundir a los expertos sobre su autoría. No es raro que un retrato atribuido tradiciona­lmente a Tiziano resulte ser de Negretti, o viceversa. La estandariz­ación de la belleza femenina no es, desde luego, un fenómeno exclusivo de nuestros días. Las divas del Renacimien­to veneciano, expuestas en el Thyssen-bornemisza hasta el 24 de septiembre con otras obras del período, son dignas antepasada­s de nuestras modelos.

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venus y adonis, veronés (Paolo Caliari), c. 1580. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid.

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