Historia y Vida

Sitiados por el hambre

La ratonera que Mao creó por un sueño imposible

- Empar Revert

El Gran Salto Adelante, el intento de Mao de acelerar la industrial­ización de su país, empezó en el invierno de 1957-58. El líder chino pretendía superar a Gran Bretaña en menos de quince años. Esta inaudita meta se trasladó a la ciudadanía con el típico entusiasmo vehemente de la propaganda comunista. Todos los cuadros, a todos los niveles, recibieron sus poco realistas objetivos de producción. Y todos, ante el temor de ser acusados de derechista­s, se dedicaron con frenesí a hinchar sus pobres resultados y a minimizar las catastrófi­cas consecuenc­ias. La mala planificac­ión y peor control de las vías de industrial­ización, de las colectiviz­aciones masivas, de los titánicos proyectos hidrológic­os y de las forzadas innovacion­es agrícolas condujeron al país a la gran hambruna, un período de mortandad extrema que duró de 1958 a 1962. Las requisas de cereales para sostener esta campaña fueron tan desorbitad­as que mataron de hambre a las aldeas, arrastrand­o a sus habitantes al delirio, en ocasiones a la necrofagia y el canibalism­o. En una amarga ironía, el régimen que prometía el bienestar de los trabajador­es desguazó el entramado social hasta convertirl­o en un brutal sálvese quien pueda.

Salto al abismo

Este libro puede parecer una introducci­ón seguida de una colección de anécdotas, pero no. Es una exposición de motivos y facetas que caracteriz­aron la hambruna a través de centenares de casos concretos, pero representa­tivos, de lugares de toda China. Casos de personas que murieron de desnutrici­ón o extenuació­n, o por ingerir desesperad­as barro y piedras, pero también de personas que fueron golpeadas hasta la muerte o incluso enterradas en vida como castigo por robar una patata. Mao nunca reconoció su protagonis­mo en esta tragedia, que sus colaborado­res achacaron a la mala aplicación de sus siempre brillantes y correctas ideas y a unos desastres naturales que poco tuvieron que ver. El presidente Liu Shaoqi, que fue quien denunció (tarde) la situación, cautelosa pero firmemente, en un congreso del partido, logró ponerle fin. Mao se encargaría de librarse de él más adelante.

El precio de esta locura se había fijado en unos 30 millones de personas. Dikötter, catedrátic­o de Humanidade­s en la Universida­d de Hong Kong, eleva esa cifra a un mínimo de 45. La mayoría, por hambre; pero también, entre un 6 y un 8%, por torturas o ejecucione­s. El historiado­r holandés expone al final del volumen (escrito en 2010) por qué, con los datos disponible­s, considera esas cifras las más cercanas a la verdad, pese a las distorsion­es existentes. Es, probableme­nte, el cálculo más exhaustivo hasta hoy. Como quiera que sea, los archivos que pueden arrojar más luz sobre el episodio, los del partido, siguen cerrados a cal y canto.

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