Hacia la libertad
Cómo escapar del muro de la vergüenza
En 1961, por sorpresa, un muro separó la mitad comunista de Berlín de la capitalista. Guardias armados vigilaban lo que, en palabras de la propaganda oficial, era una “barrera de protección antifascista”. El gobierno del Este pretendía así detener la incesante fuga de población hacia el territorio occidental. Pero el obstáculo, formidable, no disuadió a los que ansiaban la libertad, aunque tuvieran que pagar cualquier precio. Surgieron entonces hombres y mujeres dispuestos a escapar bajo tierra, en túneles por los que huían también familiares, amigos e incluso completos desconocidos. El escritor Greg Mitchell reconstruye su historia en un relato trepidante, a partir de entrevistas a excavadores, fugados y otros protagonistas, pero también de una búsqueda en diversos archivos. No solo alemanes: ha contado con los papeles de la CIA y de la JFK Library.
Si decimos que en el libro de Mitchell la historia cobra vida, nuestro comentario sería mucho más que una frase hecha. El lector siente la asfixia de vivir en un estado policial como la República Democrática Alemana, la incertidumbre de la clandestinidad, con el peligro constante de que la policía deshiciera el trabajo de meses. Si es que no sucedía algo peor, puesto que los agentes, si disparaban, lo hacían a matar. La represión provocó un profundo escándalo en la población, indignada al comprobar que unos alemanes asesinaban a otros alemanes.
los rostros del drama
El ciclista Harry Seidel fue uno de los organizadores de fugas más audaces. Hubiera podido estar en el equipo olímpico de su país, pero se negó a tomar esteroides. Tampoco le ayudó en su carrera negarse a solicitar el carné del Partido Comunista. Opuesto al gobierno, primero escapó él. Después lo hicieron su mujer y su hijo. A continuación, ayudó a más de veinte personas a pasar al otro lado de la capital. Y ese fue solo el principio. Si de Seidel hubiera dependido, habría ayudado a huir a toda la población de la RDA.
La Guerra Fría pasaba entonces por momentos de máxima tensión. Billy Wilder tuvo la desgracia de estrenar Uno, dos, tres, comedia ambientada en Berlín, iniciada antes de que se erigiera el muro. En ese contexto, poca gente la encontró graciosa. Las peripecias de la gente de la calle se mezclan con la gran política de la Guerra Fría, con figuras como el alcalde de la ciudad del Spree, Willy Brandt, o el presidente estadounidense John F. Kennedy. Al norteamericano, obviamente, no le gustaba el muro, pero creía que era la opción menos mala. Su construcción significaba que los soviéticos no pretendían apoderarse de la mitad occidental de Berlín, puesto que, en ese caso, toda la ciudad habría sido suya. Para JFK, valía más una capital dividida que una guerra contra los comunistas que sería, por fuerza, nuclear. Por su extraordinario pulso narrativo, no es extraño que Los túneles vaya a ser adaptada próximamente a la gran pantalla. El responsable del proyecto será Paul Greengrass, famoso como director de la saga Bourne.