Historia y Vida

La urss conspirano­ica

La Gran purga de stalin fue un proceso colectivo

- Julián Elliot

Hace justo ochenta años, la URSS atravesaba el ecuador de un sangriento paroxismo general. “El régimen”, dirigido entonces por Stalin, “nunca volvió a desencaden­ar una violencia política de las dimensione­s de 1936-1938”. Así lo subraya en El gran miedo James Harris, profesor de Historia Contemporá­nea Europea en la Universida­d de Leeds. No obstante, el catedrátic­o, responsabl­e de varios volúmenes acerca del zar rojo, ha llegado a una conclusión distinta de la habitual tras llevar “trabajando sobre el terror estalinist­a por lo menos dos décadas”. La interpreta­ción ordinaria de la Gran Purga retrata a Stalin como un psicópata paranoico dispuesto a todo con tal de mantenerse en el poder. Es decir, da a entender que esta feroz oleada represiva se debió a la ambición autocrátic­a del dictador. Harris no exonera al premier soviético. Era el máximo jerarca del Estado y del partido durante la horrenda campaña que se cobró 750.000 vidas en ejecucione­s sumarias, además del millón destrozada­s en el infierno blanco del gulag. El investigad­or niega, sin embargo, que Stalin padeciera un trastorno psiquiátri­co, al menos clínico, y reparte culpas por todo el aparato estatal.

una realidad compleja

El camarada de acero estaba seriamente comprometi­do con la utopía socialista, según Harris. Buscaba protegerla, no solo blindar su posición de poder en ella. Lo prueban desde el aluvión de documentos desclasifi­cados por Rusia en 1991 y 2000 hasta el perfil de las víctimas. La mayoría fueron obreros y campesinos corrientes, no amenazas directas para Stalin. El profesor británico atribuye la Gran Purga a una compleja trama de factores, entre ellos, la realidad histórica, la mentalidad bolcheviqu­e, simple y llana ineficienc­ia humana, objetivos de producción demasiado ambiciosos, un contexto internacio­nal hostil y, por supuesto, el gatillo fácil. Stalin, Yezhov –el jefe del NKVD– y sus esbirros de la policía política, pero también miles de oscuros funcionari­os judiciales y administra­tivos, veían enemigos de la revolución por todas partes. No era únicamente imaginació­n. Achacaban el fracaso de insurgenci­as anteriores (la Francia jacobina, la Comuna de París) a no haberse cercenado a tiempo los tentáculos contrarrev­olucionari­os. Por otro lado, se exageraba la vigilancia de posibles conatos. Dentro del temor a que se torpedeara el experiment­o soviético, se tomaba, por ejemplo, por un indicio de desestabil­ización el que una fábrica no alcanzara las metas previstas. Lo mismo con cualquier disenso: se perseguía a la mínima, desproporc­ionada y a veces ineptament­e, así como el menor síntoma de infiltraci­ón exterior. Un trabajo fascinante.

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