Primera plana
TRES NOMBRES PARA UN PARTIDO
Konrad Adenauer, Helmut Kohl y Angela Merkel. Su carisma y su fuerza han marcado la historia de la democracia cristiana en Alemania.
El 24 de este mes de septiembre se celebran unas elecciones federales en Alemania que, según los sondeos, podrían renovar el mandato de la canciller Angela Merkel y de la CDU, el partido que ha dirigido durante los últimos diecinueve años. Serán un paso más en la apasionante vida de una formación política marcada por sus tres grandes líderes: Konrad Adenauer, Helmut Kohl y la propia Merkel. Konrad Adenauer, el cofundador después de la Segunda Guerra Mundial y primer dirigente de la CDU desde 1946, fue un personaje clave para su partido hasta que cedió su trono en 1966, un año antes de fallecer. Le determinaron para siempre la represión y el ascenso nazi cuando él era alcalde de Colonia, las disputas con la autoridad militar británica que ocupó su ciudad tras la guerra y el orgullo herido de una nación derrotada. Su pueblo no era un pueblo conquistado, sino un pueblo liberado. Parte de Alemania y su población –la oposición y la resistencia, los judíos y otras minorías represaliadas y todos aquellos que callaron por pánico a perderlo todo– también habían sido víctimas de los nazis. Eran millones. Nadie podía acusarlo seriamente de haber cambiado de chaqueta para venderse a los aliados, y, al mismo tiempo, los aliados que ocupaban lo que se convertiría en Alemania Occidental no podían decir que él fuese peor que la alternativa: los socialistas del SPD. Estos seguían abrazando el marxismo, lo que cuestionaba su talante democrático y su relación con los soviéticos, y exigían la reunificación inmediata de Alemania, algo que inquietaba a las potencias europeas y que podía provocar conflictos con Stalin.
Las ideas, la gestión económica y la visión de la historia de Adenauer, y su talento para comunicarlas, fueron los grandes motores que lo elevaron y mantuvieron en la cancillería. Convirtió a la CDU en un partido que desconfiaba del poder del Estado y que aglutinó, por primera vez, a cristianos protestantes y católicos. Creía que la implosión de la democracia de Weimar se había producido por la desunión de los partidos democráticos y de los votantes cristianos. Atribuía también la intensidad devastadora de Hitler no solo a la crueldad y habilidad de los nazis, sino también al “prusianismo”, es decir, al
SUS IDEAS, SU GESTIÓN ECONÓMICA Y SU VISIÓN DE LA HISTORIA FUERON LO QUE MANTUVO EN EL PODER A ADENAUER
culto y la construcción de un Estado armado hasta los dientes y legitimado para someter a los individuos y dominar, mediante monopolios públicos y cárteles afines, los grandes recursos productivos. Naturalmente, las convicciones de Adenauer lo llevaron a la hostilidad contra el marxismo y el comunismo durante la Guerra Fría. Abrazó, igualmente, la división de los poderes del Estado, el humanismo cristiano, los derechos individuales, la competencia y la iniciativa privada como protagonistas de la vida económica y, por último, un precario equilibrio entre liberalismo constitucional y conservadurismo social. Esas son las señas de identidad que han definido a la CDU hasta hoy.
La gran transición
En 1963, Adenauer, con más de ochenta años y una pérdida importante de votos en las elecciones de 1961, dejó las riendas del gobierno en manos de su ministro de Economía. La recesión de mediados de los sesenta y el abandono de algunos de los aliados tradicionales de la CDU fracturaron su poder. Además, aquella década castigó a muchos partidos y candidatos conservadores en Europa y Estados Unidos. Todo ello, sumado a la habilidad de los socialistas del SPD (que habían abando nado el marxismo en 1959) para seducir a la población y a otros partidos que pudieran apoyarlos, llevó a la CDU, primero, a una gran coalición con ellos y, después, a perder las elecciones en 1969. No volverían al gobierno hasta principios de los ochenta, y aquella peregrinación por el desierto se debió, en menor medida, a la desconfianza hacia Kohl de la CSU (el partido bávaro que ha unido tradicionalmente sus votos a los de la CDU en el Parlamento) y, en mayor medida, a dos aspectos del legado de Adenauer. Necesitaban un liderazgo autoritario (no levantarían cabeza hasta encontrar en Kohl a un dirigente tan agresivo y ambicioso como él) y estaban convencidos de que su partido era el único realmente legitimado para gobernar. Los padres de la democracia, como Adenauer, suelen ser también los hijos de algunos de los vicios de la dictadura. Tras los fracasos de sus rivales dentro de su formación, Helmut Kohl se convirtió en el líder de la CDU en 1973 y en jefe del gobierno de 1982 a 1998. Kohl recuperó la confianza de otros partidos más allá de la CSU, y eso le permitió destronar al canciller socialista con una moción de censura en 1982. Un punto de divergencia con respecto a Adenauer fue la manera en la que, una vez que empezó a implosionar la
KOHL, QUE EXAGERÓ LA SENCILLEZ, RAPIDEZ Y PROSPERIDAD DE LA REUNIFICACIÓN, PERDIÓ MILLONES DE VOTOS
Unión Soviética y cayó el Muro de Berlín, abrazó la reunificación inmediata. Es difícil imaginar la reunificación alemana sin Kohl, sin el rumbo que le impuso a la CDU. Tampoco es fácil entenderla sin el despliegue que realizó el canciller en los años precedentes para consolidar una alianza con Francia y, muy en especial, con el presidente François Mitterrand. Sin la alianza francoalemana, el Tratado de Maastricht, la integración comunitaria como la conocemos hoy o el euro hubieran sido imposibles en los noventa. El esfuerzo diplomático de Kohl se había extendido también a Estados Unidos (instaló en su territorio los misiles de medio alcance de la OTAN en los ochenta) y a la Alemania Oriental (celebró una cumbre con su líder, Erich Honecker, en 1987), y encontró la forma de resolver pacíficamente la caída del muro buscando la complicidad de Moscú. Cuando llegó el momento de impulsar la reunificación, ya había cultivado las relaciones y el capital político que necesitaba. Desafortunadamente, ese capital político quedó prácticamente dilapidado por sus medias verdades y sus delitos. Kohl exageró enormemente la sencillez, la rapidez y la prosperidad de la reunificación, y lo pagó perdiendo millones de votos. Además, se descubrió que había aceptado contribuciones ilegales en sus campañas electorales. Desde su caída a finales de los noventa hasta la elección de Angela Merkel como candidata a la cancillería en 2005, la CDU volvió a quedar fuera del ejecutivo.
La llegada de Merkel
Merkel asumió el liderazgo de la CDU en 1998, y su mero nombramiento ya supuso un cambio en su partido. Era una mujer en una formación dominada tradicionalmente por hombres, era protestante y había vivido la mayor parte de su vida adulta en la Alemania Oriental.
Tenía su propia agenda. Se demostraba más liberal que conservadora en economía (exigía aumentar la competitividad mediante la desregulación, aunque supusiera reducir las ayudas del estado del bienestar), y defendía la alianza con EE. UU. hasta el punto de justificar la invasión de George W. Bush en Irak. Abrió heridas en la CDU, y en las primeras elecciones federales, en 2002, no la dejaron presentarse como candidata. Lo hizo en su lugar un hombre, el dirigente conservador y católico de la CSU, Edmund Stoiber, y fracasó. Como canciller desde 2005, Merkel tuvo que resignarse a una gran coalición con los socialistas del SPD en su primer mandato, pero esta vez no ocurriría como en los años sesenta. De esa coalición salió reforzada la CDU. Merkel manifestó una capacidad para forjar consensos favorables a sus intereses superior a la que había caracterizado a sus predecesores. Esa capacidad le permitiría convertirse en la dirigente europea a quien más se puede atribuir el mérito de que la crisis mundial, que estalló en 2008, no destruyera la moneda única y enviase el proyecto comunitario a la casilla de salida de los años noventa. Este liderazgo, sin embargo, ha tropezado con grandes desafíos. Para empezar, Alemania y los alemanes ni deseaban ni estaban preparados para regir los destinos de la UE. Ello les ha llevado a cometer graves errores en las medidas y castigos que han soportado algunos países comunitarios durante la recesión. Francia, muy debilitada, se ha opuesto al liberalismo y la austeridad de Merkel, y eso ha erosionado en el peor momento la alianza francoalemana que había construido Kohl.
Los movimientos populistas se han nutrido del miedo a ese liberalismo sazonado con recortes fiscales, de esos graves errores y de la defensa de Merkel de la acogida de miles de refugiados sirios, y los han utilizado para situar en los dos últimos años el proyecto europeo frente al precipicio de la salida de Reino Unido y la posibilidad de que lo abandonasen Holanda, Austria y Francia. Mientras tanto, Donald Trump, un líder alentado por el populismo, ha distanciado a EE. UU. de Europa y, muy especialmente, de Alemania. Todos estos desafíos apuntan a que Merkel y la CDU, tras su probable victoria electoral, no tendrán un camino fácil ante sí.
MERKEL ERA MUJER, ERA PROTESTANTE Y PROCEDÍA DE LA ALEMANIA ORIENTAL, UN CAMBIO EN LA CDU