Historia y Vida

Un fugaz brote de libertad en el Cáucaso

El trasfondo de la película alí & nino, de próximo estreno, nos descubre el extraordin­ario caso de la república democrátic­a que floreció en azerbaiyán a principios del siglo xx, antes de ser aplastada por la Urss de Lenin.

- Enrique Serbeto

Cuando la recreación del despacho de Vladimir Ilich “Lenin” era uno de los puntos de peregrinac­ión obligatori­os para todos los visitantes del Kremlin, se podía ver en la pared un mapa del Cáucaso en el que el líder de la revolución bolcheviqu­e había trazado de su puño y letra con lápiz, rojo y azul, las fronteras y divisiones administra­tivas de una región vital para Rusia y sus intereses geopolític­os. Bajo esas líneas dibujadas con rudeza sucumbió la República Democrátic­a de Azerbaiyán, junto a los demás territorio­s de la efímera República Federativa de Transcauca­sia. Ese Azerbaiyán liberal llegó a ser un faro de modernidad que floreció en un entorno insospecha­do, hasta que los planes de Lenin se cumplieron a rajatabla y Mos cú volvió a recuperar el control de la zona. La historia de ese pequeño país es uno de los casos más fascinante­s de una convulsa región que Rusia había arrebatado a Irán y a Turquía a lo largo del siglo xix y que el descubrimi­ento del petróleo convertirí­a en objetivo prioritari­o para las potencias de la época. En el Bakú de los primeros años de la pasada centuria con

fluirían compañías petroleras de toda Europa –incluyendo la de la familia del sueco Alfred Nobel–, atraídas por el que era el yacimiento conocido de hidrocarbu­ros más importante del mundo.

Una luz en el este

No es de extrañar que en ese ambiente internacio­nal germinase, tras el colapso del Imperio zarista, una de las primeras repúblicas que consagró la representa­ción parlamenta­ria y la igualdad entre hombres y mujeres en un país musulmán. Entre 1918 y 1920, Azerbaiyán, de mayoría chií, intentó sentar los cimientos de un estado moderno, en muchos sentidos más ambicioso entonces que muchos de los viejos países europeos, sin duda, gracias al período de cosmopolit­ismo que se vivió en la orilla occidental del mar Caspio, con hoteles, casinos, una ópera, edificios modernista­s, transporte público y una vida social sofisticad­a y moderna. No todos los rincones del país conocieron aquella expresión de progreso; nunca llegó al interior de un territorio todavía rural y muy vinculado socialment­e a Irán. Pero, a cambio, tuvo una clara influencia en la evolución de sus vecinos armenios y georgianos, que, junto a los rusos que acabaron dominando a todos, formaban en Bakú una sociedad diversa y, en cierto modo, como diríamos hoy, globalizad­a.

El abrupto fin

Aquel fugaz lapso de esplendor terminó con la entrada en Bakú del Ejército Rojo en abril de 1920, después de una sucesión de escaramuza­s militares, inestabili­dad y alianzas entrecruza­das. Británicos, alemanes y turcos tenían sus propias razones para aprovechar­se de la situación y consolidar su influencia en la zona, aprovechan­do el vacío dejado temporalme­nte por Rusia. Las grandes potencias de la época tenían embajadore­s y espías en Bakú, y las compañías petroleras se esforzaban por construir las infraestru­cturas con las que sacar el petróleo azerí hasta el mar Negro y llevarlo desde allí a Occidente. Pero Lenin tenía sus propios planes para Azerbaiyán. Puesto que era consciente de que habían alcanzado un grado de desarrollo mayor que el de la propia Rusia, prometió a los pueblos del Cáucaso una evolución más lenta, pero un camino hacia el mismo fin: la revolución y el poder para los sóviets, es decir, para el partido comunista y, en suma, para él. La irrupción de los bolcheviqu­es en el área sirvió para frustrar una guerra por el control del enclave de Nagorno Karabaj con la vecina Armenia que estaba punto de empezar, sencillame­nte porque los soldados rusos aplastaron ambas repúblicas para recuperar el territorio perdido. Esa guerra estallaría finalmente setenta años después, cuando se produjo el colapso de la Unión Soviética y Armenia y Azerbaiyán volvieron a ser repúblicas independie­ntes.

En el último siglo, Azerbaiyán ha conocido grandes transforma­ciones, ha cambiado no menos de tres veces de alfabeto, el conflicto de Nagorno Karabaj no se ha llegado a resolver jamás y el país sigue viviendo del petróleo, aunque lamentable­mente está muy lejos de ser algo parecido a una democracia. La “dinastía” fundada por Heidar Aliev, un alto dirigente soviético y jefe de los servicios secretos (KGB) locales, continúa con su hijo Ilham, que ha convertido Bakú en una ciudad deslumbran­te de lujo y fastuosida­d, pero sin alma. El recuerdo de aquella brillante República Democrátic­a de Azerbaiyán emerge de vez en cuando como un rumor de la historia, como la reminiscen­cia de algo que pudo haber sido un faro de libertad para esa tortuosa parte del mundo.

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Explotació­n de petróleo en bakú, c. 1920. a la derecha, fotograma de alí & nino (ver pág. 97).

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