Un fugaz brote de libertad en el Cáucaso
El trasfondo de la película alí & nino, de próximo estreno, nos descubre el extraordinario caso de la república democrática que floreció en azerbaiyán a principios del siglo xx, antes de ser aplastada por la Urss de Lenin.
Cuando la recreación del despacho de Vladimir Ilich “Lenin” era uno de los puntos de peregrinación obligatorios para todos los visitantes del Kremlin, se podía ver en la pared un mapa del Cáucaso en el que el líder de la revolución bolchevique había trazado de su puño y letra con lápiz, rojo y azul, las fronteras y divisiones administrativas de una región vital para Rusia y sus intereses geopolíticos. Bajo esas líneas dibujadas con rudeza sucumbió la República Democrática de Azerbaiyán, junto a los demás territorios de la efímera República Federativa de Transcaucasia. Ese Azerbaiyán liberal llegó a ser un faro de modernidad que floreció en un entorno insospechado, hasta que los planes de Lenin se cumplieron a rajatabla y Mos cú volvió a recuperar el control de la zona. La historia de ese pequeño país es uno de los casos más fascinantes de una convulsa región que Rusia había arrebatado a Irán y a Turquía a lo largo del siglo xix y que el descubrimiento del petróleo convertiría en objetivo prioritario para las potencias de la época. En el Bakú de los primeros años de la pasada centuria con
fluirían compañías petroleras de toda Europa –incluyendo la de la familia del sueco Alfred Nobel–, atraídas por el que era el yacimiento conocido de hidrocarburos más importante del mundo.
Una luz en el este
No es de extrañar que en ese ambiente internacional germinase, tras el colapso del Imperio zarista, una de las primeras repúblicas que consagró la representación parlamentaria y la igualdad entre hombres y mujeres en un país musulmán. Entre 1918 y 1920, Azerbaiyán, de mayoría chií, intentó sentar los cimientos de un estado moderno, en muchos sentidos más ambicioso entonces que muchos de los viejos países europeos, sin duda, gracias al período de cosmopolitismo que se vivió en la orilla occidental del mar Caspio, con hoteles, casinos, una ópera, edificios modernistas, transporte público y una vida social sofisticada y moderna. No todos los rincones del país conocieron aquella expresión de progreso; nunca llegó al interior de un territorio todavía rural y muy vinculado socialmente a Irán. Pero, a cambio, tuvo una clara influencia en la evolución de sus vecinos armenios y georgianos, que, junto a los rusos que acabaron dominando a todos, formaban en Bakú una sociedad diversa y, en cierto modo, como diríamos hoy, globalizada.
El abrupto fin
Aquel fugaz lapso de esplendor terminó con la entrada en Bakú del Ejército Rojo en abril de 1920, después de una sucesión de escaramuzas militares, inestabilidad y alianzas entrecruzadas. Británicos, alemanes y turcos tenían sus propias razones para aprovecharse de la situación y consolidar su influencia en la zona, aprovechando el vacío dejado temporalmente por Rusia. Las grandes potencias de la época tenían embajadores y espías en Bakú, y las compañías petroleras se esforzaban por construir las infraestructuras con las que sacar el petróleo azerí hasta el mar Negro y llevarlo desde allí a Occidente. Pero Lenin tenía sus propios planes para Azerbaiyán. Puesto que era consciente de que habían alcanzado un grado de desarrollo mayor que el de la propia Rusia, prometió a los pueblos del Cáucaso una evolución más lenta, pero un camino hacia el mismo fin: la revolución y el poder para los sóviets, es decir, para el partido comunista y, en suma, para él. La irrupción de los bolcheviques en el área sirvió para frustrar una guerra por el control del enclave de Nagorno Karabaj con la vecina Armenia que estaba punto de empezar, sencillamente porque los soldados rusos aplastaron ambas repúblicas para recuperar el territorio perdido. Esa guerra estallaría finalmente setenta años después, cuando se produjo el colapso de la Unión Soviética y Armenia y Azerbaiyán volvieron a ser repúblicas independientes.
En el último siglo, Azerbaiyán ha conocido grandes transformaciones, ha cambiado no menos de tres veces de alfabeto, el conflicto de Nagorno Karabaj no se ha llegado a resolver jamás y el país sigue viviendo del petróleo, aunque lamentablemente está muy lejos de ser algo parecido a una democracia. La “dinastía” fundada por Heidar Aliev, un alto dirigente soviético y jefe de los servicios secretos (KGB) locales, continúa con su hijo Ilham, que ha convertido Bakú en una ciudad deslumbrante de lujo y fastuosidad, pero sin alma. El recuerdo de aquella brillante República Democrática de Azerbaiyán emerge de vez en cuando como un rumor de la historia, como la reminiscencia de algo que pudo haber sido un faro de libertad para esa tortuosa parte del mundo.