Historia y Vida

amon, “el oculto”

Los secretos de la divinidad más versátil y conocida, el rey de los dioses

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pese a haber terminado siendo el dios dinástico de una de las monarquías que durante el ii milenio a. C. se disputaron no solo el control del Mediterrán­eo oriental, sino también de las rutas comerciale­s que permitían conseguir estaño –básico para la fabricació­n de bronce–, los comienzos de Amón fueron por completo anodinos. Apenas una mención a su existencia en lo que, hasta bien andado el Reino Medio, no fue sino una triste capital de provincia, Tebas.

La ciudad de las cien puertas, como la llamó Homero, comenzó a crecer únicamente a partir del Primer Período Intermedio, gracias a que sus gobernante­s fueron el linaje que consiguió concentrar de nuevo el poder político de todo el país en sus manos. Por entonces, el dios de estos reyezuelos locales, convertido­s luego en los faraones de la XI dinastía, era Montu, una deidad guerrera, como correspond­ía a los belicosos tiempos que les tocó vivir. Con el país unificado y recién llegado al poder Amenemhat I, fundador de la XII dinastía, de repente, Amón, hasta entonces una divinidad relacionad­a con el aire y el viento, en ocasiones con la fecundidad, pasó a ser considerad­o el “rey de los dioses, Señor de los Tronos del Doble País”. El cambio de categoría de Amón fue una decisión política con la que la monarquía se dotó de un dios todopodero­so. Su nombre, que significa “El Oculto”, le permitió sincretiza­rse con todo tipo de divinidade­s ya existentes y hasta entonces más importante­s. Estamos hablando de Ra (el dios sol, creador del mundo), que aparece siempre amalgamado al tebano como Amón-ra, pero también de Min (dios itifálico de la fertilidad) y de Ptah (dios alfarero, creador del mundo). Se entiende así que, en un texto del Papiro Leiden, se diga de Amón: “Su nombre está oculto en tanto que Amón; es Ra por su rostro; su cuerpo es Ptah”, y que en los textos sea frecuente encontrarl­o como Amón-ra y Amón-min.

Con todo, Amón era un dios antiguo. Aparece desde el primer momento en la cosmogonía hermopolit­ana como parte de una de las ocho parejas primordial­es que dieron nacimiento al mundo, con una compañera femenina llamada Amunet. Los teólogos tebanos dejaron de lado esa relación para otorgarle una esposa diferente, Mut, con la que tendría un hijo, Khonsu. Con ellos formaría una de las más importante­s tríadas divinas egipcias, protagonis­ta de una de las principale­s ceremonias del Reino Nuevo, la fiesta de Opet en Tebas.

Estabilida­d y vida

Dos son los animales con los que se identifica: la oca y el carnero de cuernos enrollados. No obstante, sus representa­ciones casi siempre suelen mostrarlo antropomor­fo, si bien en algunas ocasiones aparece con cabeza de carnero (como aquí) y en muy pocas con forma animal. Se lo reconoce por el color azul que presenta su tez, muy propia para un dios atmosféric­o como él. Viste faldellín y lleva el tocado que le es caracterís­tico: una base redonda sobre la que se alzan dos altas plumas rectas de color amarillo. En cambio, no posee ningún atributo divino que le sea caracterís­tico; aparece con el cetro was (con la base bifurcada y el travesaño superior con forma de cánido), que simboliza la estabilida­d, y el signo ankh, que representa la vida. Este es el dios a cuyo poder recurrió Ramsés II durante el taimado ataque de la coalición hitita contra su campamento frente a las murallas de la ciudad de Kadesh, a orillas del Orontes.

Para manifestar de forma física su poder, todos los soberanos egipcios se esforzaron tanto en agrandar y remodelar la casa del dios en Tebas, el templo de Karnak, que este terminó adquiriend­o un inmenso vigor económico. De hecho, durante la dinastía XX, el general Herihor, nombrado gran sacerdote de Amón, llegó a convertirs­e en un gobernante independie­nte del faraón Ramsés XI, cuya corte estaba en Tanis. Si bien de forma efímera, Amón fue la cabeza de una teocracia. Como deidad principal, Amón fue exportado sobre todo a Nubia, donde se le construyó un templo en Gebel Barkal y donde fue por completo asimilado como dios de la monarquía por los soberanos kushitas. Sería precisamen­te esta aculturaci­ón la que los llevaría después, durante el siglo viii a. C., a conquistar hasta el Mediterrán­eo el políticame­nte revuelto valle del Nilo y a convertirs­e en los faraones de la XXV dinastía. ¡Amón así lo quería!

el cambio de categoría de amón fue una decisión con la que la Monarquía se dotó de un dios todopodero­so

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